Más allá de la narración de una historia, más allá de la representación de un conflicto, la propuesta que subyace a El padre podíamos categorizarla como la transmisión de una experiencia vital. Esto no es fácil: en última instancia los seres humanos somos individualidades con no pocas dificultades de comunicación, mucho más cuando se trata de hacer partícipes a los demás de las experiencias más personales, aquellas donde mandan las emociones y pugnan los sentimientos por encima de toda comprensión racional.
En esta película, el guionista francés Florian Zeller debuta tras la cámara como solvente director en lo que, a todas luces, parece fruto de una experiencia personal. Tanto que ha llevado su inquietud al teatro y esa pieza ha conocido una versión para televisión (Le père, Christophe Charrier, 2014) y otra para el cine (Floride, Philippe Le Guay, 2015). Zeller ha tenido la ayuda del reputado Christopher Hampton en esta ocasión. No hay historia porque más bien se trata de un retrato, por su propia naturaleza deslavazado y hasta caótico.
Anthony (Anthony Hopkins) es un anciano con las facultades mentales deterioradas; no recuerda que una hija murió en un accidente, confunde a las personas, mezcla lo que sucedió ayer con hechos de hace años, tiene como presentes personajes que ya no forman parte de su vida y cambia los roles de algunos de ellos. Le atiende su Anne (Olivia Colman) que se siente incómoda, pues piensa dejar Londres y establecerse en París con una nueva pareja, lo que le lleva a buscar una solución al cuidado de su progenitor.
Apenas hay progresión dramática en el desarrollo narrativo de El padre, porque la amalgama de tiempos y de sucesos reales, recuerdos y pesadillas tienen como resultado un puzle que sirve para ese retrato del anciano demenciado. El espectador asiste con el corazón en un puño a pequeños episodios, a veces cómicos, la mayoría patéticos. Los momentos más crueles llegan cuando se constata la toma de conciencia de ese deterioro mental; es decir, lo malo no es perder la memoria ni obsesionarse con esconder objetos o sospechar de las personas… lo terrible es darse cuenta de ello, percatarse de la decadencia personal o del injusto trato que soportan los seres queridos. Peor aún, la mayor inseguridad, el desgarro decisivo llega cuando este hombre se pregunta por su propia identidad, porque no sabe quién es. No hay más que recordar la dignidad con que Don Quijote formula su célebre “Yo sé quién soy” para percatarnos de las dimensiones de este drama personal.
Dejémoslo aquí. Con una realización impecable y una soberbia interpretación, El padre es una película que comunica una experiencia durísima, amarga incluso. Pero que está ahí y en la sociedad actual, con tratamientos médicos que prorrogan la vida corporal mucho más allá de la mental, es relevante que el cine hable de ello. El espectador / ser humano puede aceptar esta comunicación o renunciar a ella, pero esto no tiene que ver con el cine.
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