Pedro Paricio Aucejo
En su doble condición divina y humana, el Hijo de Dios conoció tanto la Verdad revelada por su Padre como las necesidades de sus hermanos los hombres. La denominada ‘Oración dominical’ contiene las palabras que, a petición de sus discípulos, Jesús comunicó a estos para dirigirse adecuadamente al Padre. Conservada por la tradición litúrgica de la Iglesia, esta oración fue abordada pedagógicamente por santa Teresa en Camino de perfección. Antes de centrarse en el Padrenuestro, la autora dedica parte del texto a inculcar a sus monjas su propia convicción de la oración como pura relación de amistad entre el hombre y Dios.
En el comentario propiamente dicho del Padrenuestro, la mística de Ávila ve en esta oración –según explica Manuel Diego¹– un evangelio abreviado de la doctrina de Cristo y el aglutinante de todo el comportamiento del cristiano en su filiación divina como orante. Se trata de un texto que proviene de la misma experiencia oracional de Jesús, por lo que debe ser norma y modelo a seguir en la iniciación al misterio de la oración (‘hasta aquí nos ha enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta contemplación, desde los principiantes a la oración mental, de quietud y de unión’).
La reformadora del Carmelo supo captar su fuerza pedagógica, mistagógica y existencial para la oración cristiana, de modo que lo rezado sea así creído y vivido. No realiza una explicación estrictamente exegética sino que escoge un camino propio con el que va desgranando los contenidos que le son perceptibles por medio de una lectura espiritual e interiorizada, en la que Jesús nos hace partícipes de su misma condición filial y en la que la voluntad humana está unida y acorde con la del Hijo de Dios (‘¡cómo dais tanto junto a la primera palabra!… en juntarnos con nosotros al pedir y haceros hermano de cosa tan baja y miserable’).
Puesto que toda la perfección evangélica está allí encerrada misteriosamente y necesita ser desvelada, la Santa nos ofrece su propia comprensión del plan de salvación allí escondido, convencida, no obstante, de que su interpretación no agota todas las posibilidades del texto. Glosa cada una de las peticiones contenidas en la oración evangélica, pero entendiéndolas no de forma aislada sino concatenada: unas en dependencia de las otras, como algo imprescindible para abarcar la coherencia del pensamiento de Jesús.
Así, en la primera invocación del Padrenuestro, la palabra “Padre” en boca de Jesús pone en recogimiento el alma de Teresa (‘oh Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo, y cómo parece vuestro Hijo hijo de tal Padre!’) y la centra en Cristo para hacer converger en él toda su atención.
La expresión “que estás en los cielos” la entiende referida al alma que está ya ‘en el Palacio cabe a su Rey’, pues, si bien Dios está presente en todas las partes, lo está también dentro de cada uno, en ‘el cielo pequeño de nuestra alma’: ‘aquí es el verdadero alabar y santificar de su nombre, porque ya, como cosa de su casa, glorificáis al Señor y alabáisle con más afección y deseo, y parece no podéis dejarle de servir’. De esta forma, la santificación del Nombre del Padre queda vinculada para la descalza universal con la petición de la venida del Reino.
Cuando trata la expresión “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, indica ‘lo mucho que hace quien dice estas palabras con toda determinación’. Y ‘cuán bien se lo paga el Señor’, llegando a la ‘contemplación perfecta’.
Respecto de la petición del pan de cada día, se trata para Teresa sobre todo del pan eucarístico (‘de otro pan no tengáis cuidado’): de algo en que Cristo se empeñó especialmente, dada nuestra flaqueza, por lo que ‘entendió que pedía más en esto que ha pedido en lo demás’, pues se comprometería a quedarse siempre entre nosotros mientras dure este mundo. Así, tenemos a Jesús ´tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces [en el tiempo histórico en que vivió]`. Igualmente la carmelita castellana recoge el sentido de alimento y salud corporal (‘gran medicina aun para los males corporales’) y espiritual del pan eucarístico (‘sabor y consolación’ del alma).
Y, en fin, junto al ruego de perdón por las ofensas a Dios, condicionado al de nuestros enemigos, Teresa de Jesús entiende las últimas peticiones –de no dejarnos caer en tentación y librarnos del mal– referidas al engaño y la ficción de los demonios, que ‘hasta que han hecho mucho daño en el alma no se dejan conocer’. Por eso, como única posibilidad de salir airosos en la tentación, la Santa juzga imprescindible la presencia de Cristo que lucha, ora y vence en nosotros (‘¡con cuánta razón nos enseña nuestro buen Maestro a pedir esto y lo pide por nosotros!’).
¹Cf. DIEGO SÁNCHEZ, Manuel: “El Padre nuestro teresiano dentro de la antigua tradición patrística”, en Revista de Espiritualidad, Madrid, Carmelitas Descalzos de la Provincia Ibérica ´Santa Teresa de Jesús´ (España), 2011, vol. 70, núm. 281, pp. 491-518.