Por Francisc Lozano*
Fotografía de Francisc Lozano
Ahora que el tema de la corrupción está de moda en el país y en la región, y que todo el mundo habla de él y de Odebrecht y Reficar en particular, y que será el caballito de guerra de todos los políticos (tanto los que la quieren acabar como los que viven de ella), llegó el momento de decirnos unas verdades en la cara:Los colombianos, como casi cualquier otro grupo de connacionales de cualquier región afectada grave e impunemente por la corrupción, tendemos a identificar a los corruptos como a una clase distinta de persona. Una raza que, aunque humana como nosotros, parece haber venido de otro país o, más interesante aún, de otro mundo y concentrar todos los defectos o accionares que se enfrentan a la moral y a la ética. Y este hecho es visible en casi cualquier conversación sobre corrupción que surja entre un grupo de ciudadanos. En ese tipo de charla, generalmente se habla de los corruptos como “los otros”, “ellos”, esos seres que de manera esporádica terminaron gobernando la región o dirigiendo las organizaciones que terminan impactando en la región. Nunca los identificamos como producto de nuestras sociedades y, por más doloroso que sea, son personas que nacieron, crecieron y/o se educaron en las mismas ciudades y campos que nosotros.Sí, “esos corruptos”, como comúnmente les llamamos, son “nuestros corruptos”. Es doloroso aceptarlo, lo sé, pero es una realidad y, como realidad que es, lo mejor que podemos hacer es empezar por reconocerla para poder cambiarla. Ahora pretendo explicar por qué considero que los corruptos son producto de la misma sociedad que nos engendró a nosotros, quienes nos consideramos no corruptos.Lo primero que voy a decir a este respecto es que una sociedad que basa su moral y su ética de desarrollo en expresiones del tipo “sea avispado, no se deje”, “el vivo vive del bobo”, “no dé papaya” y “póngale malicia indígena”, entre otras, está condenada a generar corruptos por montón. Y sí, aunque nos duela admitirlo, hemos sido criados para tratar de “darle en la cabeza” a los otros. Nuestros padres y la sociedad nos aplauden cuando demostramos que somos “avispados”, cuando somos capaces de sacar más provecho de una transacción del que debería existir para cada una de las partes involucradas. Nos sentimos héroes cuando somos capaces de comprar un producto por el mismo precio que le costó al vendedor, y si lo compramos más barato, somos geniales.
Cuando uno le pregunta a alguien “¿por qué no paga el pasaje de Transmilenio?”, después de las excusas del alto costo de transporte (que es una realidad inocultable, sobre todo si se compara con el costo del metro en metrópolis como Ciudad de México donde un recorrido vale $7 MXN, algo así como $1.080 COP) o de la imposibilidad de pagar por sus bajos ingresos, una de las primeras respuestas que da es “porque los corruptos se lo roban”. Y eso es una realidad en muchos casos, sin duda, pero no puede ser la regla para todos los casos, y aunque lo fuera, no puede ser la excusa para no pagar porque, aunque no lo queramos reconocer, eso es corrupción. Otro ejemplo de conductas similares se da cuando tenemos que hacer una cola, con el propósito que sea (en un banco, un hospital, un supermercado, etc.), y en lo primero que pensamos, algunos de nosotros, es en una manera de llegar más rápido al final de la cola. Y, de ser posible, nos valdremos de cualquier circunstancia para lograr nuestro objetivo, como acercarnos a un conocido que está más próximo al principio de la cola.Y no nos gusta admitirlo, pero es corrupción. Y los casos son innumerables, pero el significado no: nuestra sociedad es corrupta y engendra corrupción. Y no importa si son hechos pequeños de corrupción como pasarnos el semáforo en rojo, porque, aunque no lo sepamos, tal vez así hayan empezado Samuel e Iván Moreno, Emilio Tapia y los Nule o el presidente de Odebrecht, Duda Mendoca y los colaboradores de Uribe, Zuluaga y de Santos, o los Uribe (Tomás y Jerónimo) robando a la Dian. Así que si usted quiere acabar con la corrupción, es muy posible que tenga que empezar a revisar sus actos y cambiar muchos de ellos, y después elija no a quien le regala un tamal o un bulto de cemento, sino a quien tiene una carrera política sin manchas y tiene planes para atacar la corrupción. Así es que vamos a reducir o eliminar la corrupción.
*Francisc León Lozano Rivera (1988): Nació en Santiago de Cali, Colombia. Es Administrador de Empresas de la Universidad Nacional de Colombia. Trabajó como Director de Talento Humano en la organización Grameen Caldas; fue director de la Fundación Funeducol; laboró como Coordinador de Reclutamiento de Heart for Change; y se desempeñó como Conferencista y Formador de Aprendizaje de Inglés en México. Es escritor por gusto y por convicción. Desarrolla artículos de opinión para Todas Las Sombras y Radio Macondo. Puede contactarle en su cuenta de Twitter: @Franzlozano
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