Revista Cultura y Ocio
Después de casi treinta años como lector asiduo (los mismos que tiene, tan joven él, Claudio Cerdán, el protagonista de la sección de hoy) he adoptado una sana costumbre, que he querido convertir en mi bandera literaria y que espero no abandonar hasta que la muerte o la ceguera me cancelen el amor por los libros: los únicos adjetivos que me gusta ponerle a la literatura son buena o mala. Creo haber expresado la idea en esta página alguna otra vez, pero es que es verdad. No entiendo que deba existir otra luz para iluminar las obras literarias (o, yéndome a otro territorio, las obras de arte). Todas las demás etiquetas, para mí, son anecdóticas, porque incurren en lo coyuntural. De ahí que haya leído novelas de terror, novelas románticas, novelas existenciales, novelas de ciencia-ficción, novelas negras, novelas experimentales... y que casi de inmediato las catalogue como buenas o malas, independientemente del género en el que el autor o el editor decidan situarlas.
Sirva este preámbulo para saludar con alegría la que considero que es una espléndida novela (negra): El país de los ciegos. Según nos informa el volumen en la solapa de contraportada, esta obra fue finalista del prestigioso premio que convoca Lengua de Trapo. Y ahora, con inteligente criterio, la editorial madrileña Ilarión se ha hecho con la obra y la ofrece a los lectores en una edición elegante y de agradable manejo. Se nos cuenta allí cómo El Tuerto, un antiguo presidiario de pasado turbulento y futuro más bien turbio, sale de la cárcel y vuelve a Alicante, donde tendrá que enfrentarse a las huellas terribles de su ayer, bregar con quienes lo desean ver muerto e intentar abrirse camino en la nueva ciudad, mucho más podrida, corrupta y peligrosa de la que dejó a sus espaldas cuando ingresó en la cárcel. Lo ayudarán personas como Farlopero López, El Chino Nájar (personaje interesantísimo y muy cinematográfico, que se maneja con igual destreza en las artes marciales que en los idiomas o en los estudios de Derecho) o El Sacristán (un patriarca gitano dibujado primorosamente, que le debe un favor y está dispuesto a pagárselo), pero los peligros acechan en cada esquina: nuevos amos de las calles, chicos pijos que se aproximan al mundo de la droga casi por esnobismo (Silvio Cortés), enemigos que han salido de prisión y lo buscan para saldar viejas deudas a base de cuchillos (Magallanes) y un largo caudal de personajes formado por putas, camareras, camellos, policías de moralidad laxa y apodos hilarantes, etc, que es mejor no hacer explícito, para que los lectores los encuentren por sorpresa en las páginas y en las esquinas de la obra. Aparte de atraerme por su argumento y por su estructura, mimados hasta el menor de los detalles, me ha gustado mucho esta novela por su prosa fluida, cortante, seca, de nítido poder visual. No se pierde jamás en florituras, pero tampoco cojea: es pulcramente exacta y efectiva, como un bombardeo de fotones que se lanzase directo a los ojos del lector. Y ese detalle me parece definitivo. Frente a tantos jóvenes prosistas de magnétofono y modernidad, que cuando se ven obligados a dejar atrás, por motivos cronológicos, su mundillo juvenil de locales nocturnos, gasolineras de madrugada, diálogos de porro existencial y demás flores efímeras, ya no saben qué hacer con los personajes o con la estructura de la obra, porque tienen menos lecturas que un aborigen de Nueva Zelanda, Claudio Cerdán deja ver claramente que de él podemos esperar novelas más sólidas. Y no sólo narraciones de ámbito negro, sino historias de todo tipo, porque sabe escribir. Porque sabe novelar. Además, este escritor joven (que no es lo mismo que joven escritor, etiqueta tontucia y comercial) demuestra conocer muy bien no sólo el Alicante más evidente y famoso (playas, calles y monumentos), sino también la geografía escondida de su sordidez y de su mugre (delincuentes, putas, tráfico de drogas, lenguaje del lumpen, guerra de bandas), haciendo que la novela sea tan trepidante como informativa, tan magnética como fotográfica. Sin duda, un libro que dará que hablar, y no sólo a los amantes de la novela negra, sino a cualquiera que guste de la buena literatura.