Revista Diario
Existía un país de números, al que se le conocía por el nombre de Matemáticas. Allí vivían todos los números desde el uno hasta el nueve, y el cero, redondito e hinchado, y sin lugar a dudas, el más travieso de todos. Pero no estaban solos. Había muchos unos, y muchos doses. Y muchos nueves y sietes.
Al cero le gustaba estar siempre acompañado. Era de esos números que necesitaban a otro para sentirse identificado. Y así, cuando se juntaba con el número uno, para ir al cine, le cogía de la mano, y se iban, el primero botando, y el segundo, dando saltitos.
Otras veces, era el número nueve el que acompañaba al cero, entonces, ya podían apartarse los demás números de su camino, porque iban rodando y rodando por todos los caminos. Lo que más les gustaba era tirarse por la pequeña cuesta que llevaba al límite del país. Giraban y giraban, y cuando llegaban abajo, estallaban en numerosas carcajadas.
Los números dos eran muy antipáticos. Les gustaba sobre todo irse al río, y jugar entre ellos, a chapotear, a bucear. Los demás números que les miraban desde la orilla, les decían que parecían patos.
El cuatro y el siete eran los números más serios de todos. Eran los profesores de la escuela, los que se encargaban de explicarles cómo se hacían las sumas entre ellos. El maestro siete era muy estirado, y siempre llevaba una regla en su mano, para golpear la mesa, cuando sus alumnos estaban despistados.
Cierto día, llegaron hasta el país de los números, los reyes A y U, y les propusieron mezclarse con las letras. En un principio, los números, que nunca habían seguido un orden establecido, no querían estar a las órdenes de dos letras mayúsculas. Pero la reina A, muy sabia, quiso contarles una historieta, para que vieran las mejoras que podían aportar...
Existen, comenzó la reina, unas cuantas palabras que guardan encerrado el nombre de un número al final de las mismas, y que pueden, de este modo, escribirse de modo mixto, esto es, una parte con letras, y otra, con un número. Como ejemplo, podemos contar la palabra cuadrados, que tendría una grafía así de original: cuadra2.
Los números se quedaron mirando a la reina con cara divertida. Podían seguir siendo ellos mismos, y además tener más amigos. Y comenzaron, cada número, a preguntar con que letras podrían formar palabras.
Así, el cero encontró palabras, como lapicero, tapicero, carnicero... El uno, se complementaba con las palabras alguno, oportuno, vacuno... El tres, tropezó con palabras como arrastres, sastres y desastres.
Y así, cada número, iba encontrando palabras que ellos podían concluir. No hace falta decir que aceptaron encantados juntarse con las letras. Tanto se divertieron, que escribieron un poema a la reina, como señal de gratitud por haberles dado a conocer las palabras.
Una tarde de Marzo, cayó en el país de los números, un agua0, muy fuerte, largo e inoport1, que destruyó los decora2 y vesti2 de una representación de pin8. Llamaron, asusta2 y preocupa2, a los sas3, para que con sus agujas e hilos, arreglaran los jer6 y leotar2 de colores, y también a un tapi0, que ayudó con aquellos desas3.