Revista Expatriados
A la memoria de mi padre
Creo, y lo digo de corazón, en un lugar custodiado por hadas y duendes donde se guardan los recuerdos. Se guardan en botellas de cristal de colores: azul como el mar, verde esmeralda o rojo atardecer. También las hay negras, para los recuerdos prohibidos, y blancas como las nubes de algodón.
Y lo digo porque lo creo, ¡qué digo!, lo digo porque estoy seguro, porque una vez estuve allí. Era una noche invierno, pero en ese lugar brillaba un sol que no llegaba a quemar. Tan bien se está en ese lugar, que el tiempo no quiere correr. Se está tan bien, que uno no quiere que corra el tiempo.
De pronto, algunas botellas comenzaron a romperse, mil pedacitos de cristales de colores chocaban contra el suelo repicando como diminutas campanillas. Una ninfa del bosque vino alborotada. Me dijo que se estaban perdiendo los recuerdos y que debía abandonar aquel lugar de inmediato.
Al salir hacia frio. Era una noche de invierno. Pero del siguiente invierno. Había pasado todo un año contemplado las botellas de cristal de colores. Mientras, cientos de rojos atardeceres, infinitos campos de color verde esmeralda y una blanca nube de algodón reflejada en el azul del mar se habían perdido. Me olvidé de vivirlos mientras sus pedacitos malogrados chocaban contra el suelo repicando como pequeños cascabeles.
Mario Jiménez