Desde el muelle
Llegué a Buzios escapando de la lluvia de Río de Janeiro, pero la nube gris nos persiguió todo el camino y se instaló en esta ciudad pequeña, casi rodeada por completo de mar, tiendas y restaurantes. Un refugio absoluto, un grito de descanso, lejos de cualquier caos. Me da gracia saber que el terminal de autobuses de Buzios es una parada en una esquina. Allí me bajo, con un poco de calor y llovizna para buscar el camino hacia el Porto Bay Buzios, el lugar en el que me hospedaría por una noche.
Nos dan un mapa, lleno de señalizaciones y recomendaciones y decidimos ir caminando hasta el lugar. Digo “nos” porque voy en este viaje con Johan, mi amigo periodista que decidió tomarse esos dos días de descanso, después de caminar tanto a Río de Janeiro por todos lados. Pero sigo con la historia.
Buzios está lleno de posadas; no tiene edificios altos y lleva el ritmo de un pueblo que se sabe al lado del mar. No hay apuro, todos van bronceados, descalzos o en sandalias; huele a camarón el ambiente, a playa fresca. Había leído que Buzios fue tierra conquistada por piratas franceses que llevaban esclavos; que allí vivían indios que se convirtieron en pescadores. Entonces, esa ciudad que hoy alberga poco más de veinte mil habitantes, sabe bien de pesca, de siembra y de mar. Un sitio tranquilo, sumido en su rutina y que comenzó a conocer lo que era el turismo gracias a una visita que la famosa Brigitte Bardot hizo en 1962. Desde esa vez, muchas miradas se fijaron en Buzios y aunque Bardot nunca volvió, frente a la casa en la que se hospedó existe hoy una escultura en bronce en la que todos pasan a tomarse una foto y tratar de conocer la historia.
Una obra, en honor a los esclavos que se funde con el paisaje
Aquí me inventé una novela
Es un poco difícil estar en Buzios sin un carro. Su mayor actividad confluye en el centro y en dos calles: la Rua Das Pedras y la Orla Bardot que sigue hasta la playa Dos Ossos. Llegar y salir de ahí es sencillo y, si te hospedas cerca, el camino se hace a pie con mucha calma. Pero Buzios es empinada y para recorrerla bien es necesario ir en carro. El transporte público no sube hasta esas zonas donde las playas tienen su mejor vista, a menos que vayas en taxi o alquiles un buggie y te pasees a tus anchas, que es la opción que más busca el viajero.
De Buzios me atrapa su calma. El caminar por sus calles viendo tiendas, cafés y muchos restaurantes. Tomas una cerveza en una esquina, compras una mazorca en otra y sigues. El mar siempre está al lado y su muelle aguarda con innumerables embarcaciones listas para ir a recorrer sus 23 playas. Caminas y los que saben que no eres de ahí te persiguen contándote cómo te pueden llevar y a qué precio, aunque no preguntes. Todas sus calles son de piedras y eso me gusta porque le da ese aspecto de ciudad detenida en el tiempo. Caminas y te encuentras con una librería abierta a las 10.30 de la noche; con un show de chefs preparando crepes, con un pintor a mitad de la plaza. Su paisaje de barcos y casas de colores me hace imaginarme una novela, al mejor estilo brasileño.
Morro La Tortuga
Lamento mucho no tener buen tiempo en Buzios. El camino desde Río de Janeiro fue lluvioso y nos encontramos con un cielo nublado, con la arena fría, con el agua revuelta. Sin embargo, la ciudad tenía su magia y amabilidad intacta. Buzios es una invitación a caminar y probar, a sentarse a conversar mirando el mar. Entonces, eso hicimos; así se nos pasaron los dos días y aluciné de felicidad cuando el sol salió y las nubes mostraron su mejor cara, al menos por media hora. Eso fue como una sonrisa, como para dejarme con ganas de volver.
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¿Cómo llegar a Buzios? Buzios queda a tres horas de Río de Janeiro. Desde cualquier lado de Río se puede tomar un bus que llegue hasta la Rodoviaria Novo Rio y cuesta 2,75 reales. Una vez allí se busca la agencia 1001 que tenga el letrero de Buzios. El ticket ida y vuelta son 80 reales, es decir, 40 dólares (precio noviembre 2012) Una vez en Búzios, cruza la calle, pide un mapa y afina el instinto.