Quien diría que se trata de la Cuesta de Begoña, Fernández Vallín, cuando aún existía “El Palacio de Cristal”, donde adquirí los primeros aparejos de pesca, tanto de río como de mar, acompañado por mi padre, bastante más joven que yo ahora mismo. El edificio no parece tener una especial belleza, pero lo prefiero al enorme inmueble que hoy ocupa su lugar, con una entidad bancaria, como no podría ser de otro modo, en tan estupenda esquina. El Palacio de Cristal se trasladó después a la calle Juan XXIII, una zona mucho más tranquila, tranquila en cuanto a paso de gente, quiero decir, que las noches solía frecuentarse por meretrices de calleja, falda corta y escote de vértigo, que abordaban a conductores y viandantes sin mucho éxito. No tardó en desaparecer, dejando en el recuerdo de este -entonces joven- gijonés, las tardes en el espigón de Lequerica o los paseos por el Pigüeña, aquellos años en los que el tiempo aún pasaba despacio.