Revista Arquitectura

El Palacio del Naranco

Por Alma2061
El Palacio del NarancoPalacio del NarancoEl palacio del Naranco, salón del trono del rey Ramiro I, junto a la iglesia de San Miguel de Lillo, constituye el único vestigio del denominado arte asturiano prerrománico del periodo ramirense.
Palacio del Naranco, salón del trono del rey asturiano Ramiro I (842-850), edificado en el año 848 y consagrado posteriormente como iglesia de Santa María del Naranco, probablemente antes del año 1150, pues fue en ese momento cuando se escribió la Crónica silense que lo registra ya como templo bajo el nombre de Santa María (véase Prerrománico: arte y arquitectura).Es el único vestigio, con la cercana iglesia de San Miguel de Lillo, de lo que pudo ser un vasto complejo de construcciones vinculadas al denominado periodo ramirense del arte asturiano prerrománico. Este edificio se insertaba dentro de un conjunto palatino levantado en el monte del Naranco, cercano a la ciudad de Oviedo (España), a través del cual el monarca pretendería legitimar sus ideas sobre el reino, acompañado de otras numerosas construcciones ya en la ciudad, donde trasladó la corte y la capitalidad. Pretendió pues emular al anterior reino visigodo, y en especial a Leovigildo, uno de sus más importantes monarcas, con el que Ramiro quería enraizarse para legitimar su propia monarquía ovetense.El conjunto palatino responde, sin embargo, a fines lúdicos más que políticos. Ramiro fundó una villa de recreo, donde poder descansar sin alejarse demasiado de la corte. Según las crónicas, la elección del monte del Naranco estuvo condicionada porque la zona estuvo ya ocupada desde época romana, la villa de Lillo o Liño. Existen sin embargo numerosas dudas acerca de la finalidad del edificio.El palacio es una construcción en piedra, lo cual hace pensar que fuera destinado en un primer momento a aula regia, ya que en la mayoría de los palacios altomedievales sólo se construía en piedra el salón del trono y la capilla palatina. Pero esto plantea a su vez otra duda, pues si efectivamente se tratara de un aula regia, faltaría un elemento fundamental de este tipo de estructuras: el ábside semicircular destinado a contener el sitial del monarca. De este modo, cobra mayor importancia la teoría de que se trate de un edificio destinado a fines lúdicos, y así, aún careciendo de noticias acerca del ceremonial ramirense, cabe deducir que el espacio inferior correspondería a una zona destinada a distintos servicios, mientras que el espacio superior se dedicó a los festejos. El tercer cuerpo es ficticio.Se trata de una construcción con estructura basilical rectangular, que emula los precedentes visigodos (ya que la liturgia apenas había variado desde esa época), subdividido en un espacio central y dos laterales más cortos, que se cubren con madera. Destaca el sistema de abovedamiento, uno de los rasgos más notables de esta arquitectura ramirense, vinculado directamente con los modelos romanos. La nave está cubierta con una bóveda de cañón ligeramente peraltado, dividido por fajones que la subdividen en cinco tramos, y que apoyan sobre el muro de arquería ciega. Esta solución aportó numerosas ventajas al edificio: por un lado se revalorizó el exterior, debido al juego de contrastes que proporcionan los contrafuertes y el dinamismo que ofrecen los vanos; por otro lado, permitió aliviar la sensación de masa y acentuar la verticalidad. El sillarejo es tosco, pequeño e irregular, empleándose sólo sillares regulares en las esquinas y los contrafuertes. El resultado es una arquitectura de una simplicidad y elegancia conmovedoras.Los vanos son una parte importante del edificio, y se sitúan en los testeros. Se trata de ventanas dobles y triples que se abren a una serie de cámaras sin una función todavía conocida, quizá miradores. De este modo se aligera el peso de los paramentos y se crea un efecto óptico de luces y sombras. Esos miradores se organizan mediante tres arcos de medio punto peraltados, siendo el del centro más alto y ancho, que descansan sobre capiteles corintios muy estilizados. El interior, de proporciones forzadamente verticales, está articulado por medio de unas arcadas ciegas de medio punto abiertas en los muros laterales.Cabe destacar la riquísima variedad figurativa que presenta el edificio, inspirada en el mundo oriental e influida por otras artes como la metalistería, la orfebrería, la eboraria y los tejidos, de igual manera que ya lo hiciera el arte visigodo. Comparando la decoración del palacio con la de la cercana iglesia de San Miguel de Lillo, cabe suponer que existiera un taller de escultores al servicio de la corte ovetense. La técnica empleada no es sin embargo de raíz visigoda, ya que no se utiliza el bisel, y la decoración se concentra básicamente en la parte superior del edificio, dispuesta en capiteles, bandas decorativas y medallones. Son interesantes los fustes de las columnas, con el sogueado típicamente asturiano, que cumple una clara función de enmarque en los capiteles historiados de origen bizantino (de forma troncopiramidal, con la superficie dividida en triángulos por el sogueado y una decoración historiada con animales afrontados y figuras humanas frontales). Destacan, asimismo, los círculos concéntricos de los treinta y dos medallones con motivos animales en las enjutas de los arcos interiores y en las juntas de las fachadas este y oeste, que parecen inspirarse en los tejidos que se importaban desde Oriente (de origen sasánida y realizados en las industrias de Alejandría, Antioquía y Constantinopla) en las cortes europeas. Además de la citada labor de sogueado, aparece en su interior una decoración de hojas y racimos de vid, así como de pequeñas aves, y en el círculo central, distintos animales, como leones y aves afrontadas. Sobre los medallones se disponen también una serie de bandas decorativas historiadas, igualmente enmarcadas por el sogueado. Cada uno de estos relieves está compuesto por cuatro figuras, encuadradas por arquerías y dispuestas en dos pisos: mientras las figuras superiores portan ofrendas sobre sus cabezas, las del registro inferior montan a caballo. Esto parece relacionarse con los dos tipos de existencia de las élites altomedievales: la vida activa, los llamados bellatores, y la vida contemplativa, la de los oratores. En ocasiones, estos relieves se sustituyen por cruces invictas con las letras alfa y omega, símbolo de la monarquía astur. Este tipo de decoración escultórica parece crear una sensación de horror vacui (pavor a los espacios vacíos), y no responde a un programa iconográfico intencionado y completo, sino que más bien presenta una intención fundamentalmente decorativa, toda ella de temática religiosa.

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