Siempre, siempre he argumentado que lo que más me atrapa de Madrid es su capacidad constante de sorprenderme. Ya no solo me refiero por lugares de la periferia que se salen de los circuitos más turísticos. En los lugares más trillados y paseados, al menos por mí, esos mismos que creía conocer a la perfección, ella se las apaña para dejarme con la boca abierta. Y como muestra, el secreto que quiero compartir con todos vosotros en esta ocasión.
El hallazgo de este fabuloso lugar se comenz ó a gestar sin saberlo una noche de domingo de hace dos semanas. Paseaba por l as taciturnas venas de asfalto de Malasaña, concretamente por la calle del Espíritu Santo, cuando una prolongada tapia de color amarillento me hizo caer en la cuenta de un enorme solar, misterioso y discreto, en el que nunca había reparado, anejo a un edificio señorial. Avancé hasta llegar por la calle de San Bernardo y allí, al regresar a casa se evaporó mi curiosidad. Esa misma semana me llegó un aviso de una visita a la que me había apuntado con motivo del programa de Bienvenidos a Palacio. El edificio al que me apunté, casi de modo instintivo (y porque me venían bien las horas, todo sea dicho) era el Palacio de Parcent. Cuando abrí la convocatoria / recordatorio, vi que me citaban en la calle San Bernardo 62. ¿Os podéis imaginar de qué edificio se trababa? Exacto! Era la misma construcción del solar misterioso! ¿Azar o cosa del destino? Creo que hablando de Madrid hay que decir que siempre hay un poco de ambas cosas. El caso es que, allí acudí puntual a mi cita, dispuesto a ver qué sorpresas me deparaba ese enorme solar.
La calle de San Bernardo durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX fue el lugar donde algunas de las familias más emergentes de Madrid se instalaron junto a sus lustrosas viviendas, basta con mencionar ejemplos como el vecino Palacio Bauer.. En el caso de ésta, el Palacio de Parcent, ya podemos ver la enorme manzana que siempre ocupó, entre las calles de Espíritu Santo, San Vicente Ferrer, Santa Lucía y fachada principal a San Bernardo, en los planos más fieles de la Villa del Siglo XVII. Los orígenes de este palacio se remontan a 1728, siguiendo las trazas de Gabriel Valenciano. Su vida da para una auténtica novela y es que, cambió varias veces de dueños, siempre estuvo ligado a la aristocracia y alta sociedad y en la actualidad, y desde los años 80, alberga dependencias del Ministerio de Justicia. Si queréis indagar más sobre su intenso pasado, os recomiendo este post de Arte de Madrid.
Aunque bonito y bien conservado, no llega a mi parecer al excelso nivel de otros similares como el Palacio de Fernán Núñez o el de Santoña. Sin embargo, mi intuición me decía que mi encuentro con el misterioso espacio que vive a sus espaldas me tenía reservada una interesante sorpresa, y así fue.
Cuando visitamos la última estancia del tour guiado nos comentaron que llegaba el punto final de la visita, el jardín... ¡Y vaya jardín! Un impresionante oasis verde en el corazón de Malasaña que, estoy convencido que ni siquiera los vecinos más cercanos del palacio han visto o conocen su existencia. Pero aquí no terminaron las sorpresas, según avanzábamos hacia el extremo final del jardín casi me tuve que frotar los ojos al descubrir un maravilloso invernadero de principios del Siglo XX de hierro y cristal. Éste apabullante elemento llegó al palacio en el año 1900, durante la tercera de las cuatro reformas que ha sufrido el edificio. Cuenta con dos naves laterales y una espacio central dominado por una fuente escultórica. Aquí os dejo varias fotos que le hice a esta maravilla.
Este precioso invernadero es un secreto de otra época que habita, curiosamente, en el barrio más actual de Madrid. Es una pena que esté tan olvidado y poco aprovechado y que, sobre todo, el jardín sea tan inaccesible, especialmente en un barrio como Universidad, donde el verde se cotiza a precio de oro. Como veis mi intuición no me falló aquel domingo, ya sabía yo que detrás de esa tapia había algo que se terminaría mereciendo unas líneas en este blog. Un invernadero con más de un siglo de vida que nos regala una de las postales más sorprendentes e inéditas que recuerdo.