Charla del Papa con el vaticanista Andrea Tornielli
EL TIEMPO* 24 de agosto 2017
http://www.eltiempo.com/vida/religion/entrevista-al-papa-francisco-por-andrea-tornielli-sobre-sus-viajes-121584
Para cuantos se cuestionan la utilidad del viaje del Papa, para los
que siguen cicateramente lo que puede costar económicamente…y tantos
peros más, les brindo esta motivadora entrevista de uno de los
vaticanistas más conocidos y que provocan estimulantes respuestas de
nuestro formidable Francisco.
Julio es el mes en el que el Papa se toma unas cortas vacaciones. No
fue precisamente así en el verano del 2016, en el que tres semanas
estuvieron marcadas por los viajes a Armenia y Polonia. En las largas
conversaciones que sostiene durante el vuelo de regreso con los
periodistas que lo acompañan en sus giras, Jorge Mario Bergoglio ha
tenido la oportunidad de hablar sobre los episodios que lo han
impresionado en sus giras de trabajo.
Esta vez nos recibe en Santa Marta, su casa. En el corredor hay una
mesa con libros y regalos, entre los cuales destaca una gran cruz de
vidrio y oro. En el arcón, junto a la puerta de la 'suite'
transformada en miniapartamento papal, se encuentra la estatuilla de
papel maché de san José durmiente, la "pública". Esta es una devoción
que acompaña desde hace muchos años a Bergoglio, que acostumbra
colocar bajo la base de la estatuilla mensajes con peticiones o
problemas que encomienda al gran patrono.
Hay otro San José, el privado, sobre un mueblecito del pequeño
estudio, lleno de libros y papeles. Un guardia suizo atiende.
"Santidad, lo busca su invitado", le dice. Francisco llega de
inmediato.
Santidad, ¿a usted le gusta viajar? (AT)
No mucho. Siempre me ha pesado estar lejos de mi diócesis, que para
los obispos es nuestra "esposa". Nunca habría imaginado que tendría
que viajar tanto.
¿Qué lo hizo cambiar de idea?
Mi primer viaje fue a (la isla de) Lampedusa, en Italia. No estaba
programado. Sentí que debía ir; me conmovieron las noticias acerca de
los migrantes muertos en el mar… Una tragedia desgarradora. Por eso,
se organizó una visita relámpago. Luego vino Río de Janeiro, para la
Jornada Mundial de la Juventud, mi primer viaje de vuelta a América
Latina. Después de Río llegó una invitación tras otra. Ahora siento
que debo viajar y visitar iglesias.
¿Cuánto le pesan los viajes largos desde el punto de vista físico?
Quizá me pesan más desde el punto de vista psicológico. El primer día
en el Vaticano después de un viaje generalmente es fatigoso. Pero
traigo conmigo una riqueza inimaginable.
¿Ha cambiado algo en la agenda ya consolidada de los viajes papales?
He tratado de eliminar los banquetes oficiales, aunque no tengo nada
en contra de estar acompañado a la mesa. Recordemos que el Evangelio
está lleno de situaciones como esa. Sin embargo, si la agenda está
llena, como ocurre casi siempre, prefiero comer de manera sencilla. Me
basta poco: arroz y verdura. En general como con mis colaboradores más
íntimos: el nuncio apostólico del país visitado y el encargado de la
organización del viaje, que ahora es monseñor Mauricio Rueda Beltz
(colombiano). También con el comandante Domenico Giani y otros dos
guardias suizos y, por último, mis dos asistentes de cámara, que son
padres de familia y saben hacer las cosas.
¿Qué es lo más bonito de todo?
La gente. Lo más bonito del viaje a Armenia (junio del 2016), por
ejemplo, ocurrió al final de la misa en Gyumri –la primera ceremonia
litúrgica celebrada en esa plaza–. Pedí que subiera al papamóvil
descubierto su santidad, el catholicós de los armenios, Karekin II,
con el obispo armenio y el obispo católico. Juntos le dimos una vuelta
a la plaza. Al terminar, veo en un rincón a una viejecita que tenía la
piel como pergamino, arrugada por el sol. Saludaba y sonreía mostrando
dos dientes de oro. Bajé del papamóvil y me dirigí a ella para
abrazarla. Ella me dijo: "Vine desde Georgia". Al día siguiente, en
Ereván, estaba saludando a la gente. Dijeron que no se había visto
nunca antes tanta gente en la calle. Y de pronto me encuentro a la
viejecita humilde: ¡la misma del día anterior! Había hecho ocho horas
en bus hasta Gyumri, y luego 130 kilómetros para ir a Ereván y volver
a ver al Papa. Esta es, en el fondo, la razón de los viajes. Lo dijo
san Juan Pablo II como respuesta a quien cuestionaba sus viajes
recordándole que la gente podía ir a Roma para verlo. Él respondió
simplemente: "Los pobres no viajan".
¿Qué siente usted ante el entusiasmo de la gente?
Mi primer sentimiento es el de quien sabe que existen los "Hosanna"
pero, como leemos en el Evangelio, pueden llegar también los
"¡Crucifícalo!". Un segundo sentimiento lo extraigo de una frase del
entonces cardenal Albino Luciani a propósito de los aplausos de unos
monaguillos: "¿Acaso ustedes pueden imaginar que el burrito en el que
iba Jesús en el momento de su ingreso triunfal a Jerusalén podía
pensar que aquellos aplausos eran para él?". Pues bien, el Papa debe
tener conciencia de que él "lleva" a Jesús, da testimonio de su
cercanía y ternura con todas las criaturas. Por eso, a veces a los que
gritan "¡Viva el Papa!" les pido que griten "¡Viva Jesús!". Hay,
además, expresiones muy bellas en un diálogo del beato Pablo VI con
Jean Guitton. El papa Montini le decía al gran filósofo francés: "De
todas las dignidades de un papa, la más envidiable es la paternidad.
Es un sentimiento que invade el espíritu y el corazón, que nos
acompaña a toda hora, que no puede sino crecer porque el número de
hijos crece. Es un sentimiento que no fatiga. Nunca me he sentido
cansado cuando he alzado la mano para bendecir. No me cansaré nunca de
perdonar". Pablo VI decía esto a su regreso de la India. Creo que son
palabras que explican por qué los papas contemporáneos han decidido
viajar.
¿Otros recuerdos de viajes que le han quedado grabados?
El entusiasmo de los jóvenes en Río. También allí, aquel niño que
logró escabullirse y subió corriendo las escaleras para abrazarme.
Recuerdo a la gente congregada en el santuario de Madhu, en Sri Lanka,
donde encontré esperándome, además de a los cristianos, a musulmanes e
hindúes. O la acogida en Filipinas. Todavía tengo ante mis ojos la
expresión de los padres que levantaban a sus hijos para que yo los
bendijera. Recuerdo también Tacloban (Filipinas). Debía celebrar una
misa para recordar a los miles de muertos del tifón Haiyan (2013) y el
mal tiempo amenazaba con echar a perder el viaje. Pero no podía dejar
de ir. Llovía mucho y yo llevaba puesto un impermeable amarillo sobre
la ropa, para la misa que celebramos en un pequeño templete azotado
por el viento. Después de la misa, un maestro de ceremonias me confesó
que se había sentido maravillado porque, a pesar de la lluvia, la
gente nunca perdió la sonrisa.
¿Por qué suele improvisar?
Aunque el discurso que preparo antes de cada ocasión está bien hecho,
no puedo evitar improvisar mientras miro a los ojos de las personas.
En Tacloban hubo un momento muy fuerte. Me sentí devastado, casi había
perdido la voz. Las palabras espontáneas me llegan en el momento,
cuando hablo en español o en italiano, aunque mi vocabulario en
italiano es muy limitado.
En cambio, me costó mucho trabajo entrar en contacto con la gente al
leer el texto en inglés de la homilía de la misa final en Manila. En
mi viaje a Estados Unidos, cuando hablé ante el Congreso, me parece
que sí logré comunicar bien lo que quería decir.
Otro encuentro conmovedor fue en Manila, cuando una chiquilla me
preguntó llorando por qué los niños sufren tanto: pobreza, violencia,
explotación. Hay momentos en que no logras responder, lo único que
puedes hacer es abrazar y llorar tú también. La cultura del consumo,
las burbujas de indiferencia en las que vivimos nos han acostumbrado a
la injusticia y hemos perdido la capacidad de llorar. El llanto te
permite comprender nuevas dimensiones de la realidad.
Luego hay momentos en los que prefiero el silencio y la oración:
frente al muro de separación en Belén, frente al muro que recuerda a
las víctimas del terrorismo en Jerusalén, en el memorial del Gran Mal,
que conmemora a las víctimas armenias.
¿Qué tan importantes son los gestos en su comunicación?
En muchas ocasiones no puedo hablar sin recurrir a ellos. En Kenia, en
noviembre del 2015, en el estadio de Kasarani, tenía que hablar contra
los conflictos derivados de la pertenencia a diversas tribus. Dije que
el tribalismo se vence con el corazón y la mano tendida al diálogo.
Invité a algunos jóvenes a acercarse y pedí a los presentes –cerca de
70.000– que se pusieran de pie y se tomaran de la mano como señal:
somos una única nación. También las autoridades presentes, incluyendo
al presidente Uhuru Kenyatta, cumplieron con ese gesto. A veces los
gestos, si bien pequeños, dicen más que muchas palabras.
Me refería también a gestos como abrir el Jubileo de la Misericordia
en Bangui en lugar de Roma…
La República Centroafricana es un país olvidado y muy pobre, a pesar
de sus grandes riquezas naturales. Ir allí y abrir antes que en Roma
la primera puerta santa significó poner en el corazón de la
cristiandad a esa gente que sufre. Bangui me sorprendió. Hubo la
posibilidad de mostrar amistad con los musulmanes, que me acogieron en
su mezquita. Además, llevamos un poco de paz a esa ciudad gracias a
una tregua que acordaron para esa ocasión las partes en conflicto. Hay
un aspecto más que llamó mi atención en Bangui: el gran testimonio de
los misioneros; personas que se consumen dando amor y proximidad; que
están dispuestas a dar la vida con tal de permanecer cerca de quien
sufre, tiene hambre, está enfermo o es perseguido.
Entre las novedades de sus viajes, me imagino que hay un protocolo de
seguridad distinto. ¿Así es?
No puedo moverme en autos blindados o en el papamóvil con los vidrios
cerrados. Comprendo las exigencias de seguridad y estoy agradecido con
quienes están cerca de mí y vigilan. Sin embargo, un obispo es un
pastor, un padre, no puede haber demasiadas barreras entre él y la
gente. Por eso dije desde el inicio que viajaría solo si me era
posible siempre el contacto con las personas.
Había aprensión durante el primer viaje a Río, pero recorrí tantas
veces el paseo marítimo de Copacabana con el papamóvil abierto,
saludando a los jóvenes, deteniéndome, abrazándolos. No hubo un solo
accidente durante esos días. Es necesario entregarse y confiar. Estoy
consciente de los riesgos. Tengo que decir que –tal vez soy
inconsciente– no temo por mí. En cambio, siempre estoy preocupado por
la integridad de quien viaja conmigo y, sobre todo, de la gente a la
que conozco en los países. Lo que me preocupa son los riesgos para
quien viene y participa en una celebración. Siempre existe el peligro
de un acto irresponsable de un loco. Pero está siempre el Señor.
¿Por qué casi ningún viaje a los países de la Unión Europea?
"El único país de la Unión que he visitado es Grecia, en un viaje de
cinco horas a Lesbos para reconfortar a los refugiados, junto con mis
hermanos Jerónimo de Atenas y Bartolomé de Constantinopla. El viaje
concluyó con un pequeño pero significativo gesto: nos llevamos a Roma
a tres familias asiladas en el campo de los refugiados.
He preferido privilegiar lugares en los que puedo dar un poco de
ayuda, animar a quien, a pesar de las dificultades, trabaja por la
paz.
Países que están o han estado en graves dificultades. Esto no
significa no prestar atención a Europa, a la que doy ánimos como puedo
para que vuelva a poner en práctica sus raíces, sus valores. No serán
las burocracias o los mecanismos de las grandes finanzas los que
resolverán el problema de la emigración, que para Europa es la mayor
emergencia después del final de la Segunda Guerra".
MÁS: EL LIBRO DE ANDREA TORNIELLI, JORGE (PAPA FRANCISCO) BERGOGLIO
LOS VIAJES DE FRANCISCO Planeta, Madrid, 2017 Después de haber
entrevistado al papa Francisco para el libro El nombre de Dios es
Misericordia, el vaticanista Andrea Tornielli —quien ha seguido todas
las visitas apostólicas en el avión papal— ha hecho una selección de
los grandes temas que el pontífice ha abordado durante sus viajes
internacionales.
Italia, México, Brasil, Cuba, Estados Unidos, África, Asia, Lesbos,
Sarajevo, estos territorios fascinantes y ciudades emblemáticas han
sido los escenarios en donde el papa Francisco ha denunciado el
narcotráfico, la venta de armas, la corrupción e incluso la esclavitud
en ciertos sectores de la economía. Y donde también ha señalado la
tragedia humana que constituye la migración en el mundo. Un peregrino
de la paz, pero también un profeta incómodo, que invita a las Iglesias
locales a acercarse a los grupos más marginados de la sociedad.
Sin descuidar la narración de episodios inéditos y divertidos,
Tornielli se detiene en algunos de los encuentros que el pontífice ha
sostenido con quienes han jugado un papel protagónico en la historia
contemporánea, como Barack Obama, Fidel Castro y Shimon Peres.
En una conversación exclusiva con el vaticanista, el Papa revela
anécdotas públicas y privadas que conforman un diario excepcional de
viaje que permite conocer una obra de evangelización sin precedentes,
capaz de sacudir las consciencias en contra de la «globalización de la
indiferencia».