Por Ana María Constaín
El papá moderno cambia pañales, se turna las despertadas por
la noche, cuida al bebé para que mamá pueda descansar.
El papá moderno va a las reuniones del colegio, lleva a los
hijos a las piñatas, está en todos los momentos importantes.
Va a las ecografías, lee libros de crianza, asiste al parto,
corta el cordón umbilical.
Lee cuentos, canta canciones.
El papá moderno es empático, sensible, cariñoso.
Siempre dispuesto, siempre presente, sabe perfectamente como
ayudar y apoyar a la mujer. Lo que quiere. Lo que necesita. Lo que siente.
Si no,
Es un machista, ausente, mal padre, desconsiderado, egoísta,
insensible…
Queremos a ese padre moderno. Porque somos mujeres modernas.
Porque no queremos vernos solas en la crianza de nuestros hijos. Porque creemos
en la igualdad. Tenemos los mismos derechos. Queremos lo mejor para nuestros
hijos. Padres presentes. Figuras paternas sanas.
Pero nos olvidamos de ver al hombre. A la persona detrás del
Padre.
Que igual que nosotras, está reinventando roles. Desenterrando
mundos emocionales. Contactándose con lugares completamente desconocidos.
Nos olvidamos del padre y su energía masculina. De su
ausencia de útero y tetas. De su testosterona. De lo que la historia le ha
heredado como legado.
Pretendemos que en el instante que recibe a su bebé se
vincule cual foto de revista. Omitiendo los nueve meses de gestación en los
que ha estado afuera. Por más que ha intentado ser parte de una triada que es
más diada `por naturaleza.
La crianza es de los dos, decimos. Pero cuántas veces esto
significa “yo te voy a decir como es que debes hacerlo, y aún así es probable
que te critique. Porque no lo has hecho bien”.
Cuantas lágrimas, peleas, rabias y discusiones tuvieron que
pasar para que pudiera darme cuenta de esto. Para que entendiera que el papá
está también en su propio camino. Y que exigir una paternidad ideal me estaban
encegueciendo hacia lo obvio.
El padre es papá como sabe. Como puede. Puede gustarnos o
no. Podemos aceptarlo o no. Podemos estar de acuerdo o no. Pero el padre es el
que es. El que siempre ha sido y que ahora se manifiesta en un nuevo rol.
Como en todo lo demás, quiero soltar expectativas, mandatos,
ideales. Quiero ver a Nicolás en su humanidad y aceptarlo como es. Respetar su
relación con Eloísa y Matilde y darle el lugar que le corresponde sin mezclarla
con asuntos de nuestra relación de pareja. O con temas míos: mis temores,
soledades y otros tantos que distorsionan la realidad.
Hacerme cargo de mi y de mi maternidad y dejarlo a él
hacerse cargo de él y su paternidad. Y unirnos, si es posible, para criar a nuestras hijas, construyendo entre
los dos. Comunicando, pidiendo, haciendo acuerdos, respetándonos, ayudándonos, acompañándonos,
mirándonos y aceptándonos en este camino que hoy elegimos caminar juntos.
Gracias Nico, por ser el padre que eres.