Que el Papa no calza de Prada es algo que, desde su nombramiento, el Papa Francisco se ha encargado dejar muy claro con todo lo que ello significa. Realmente, sus antecesores tampoco calzaban de Prada. Eso fue un bulo que, de tanto repetirlo, se convirtió en verdad y que la casa italiana nunca se molestó en desmentir. En honor a la verdad, yo estaba completamente convencida porque, hace ya algún tiempo, vi un reportaje sobre el Vaticano y eso se dijo como verdad absoluta. Es más, se aseguró que era una tradición. El zapatero de Papas, si no el único desde luego el que más ruido hizo, fue Adriano Stefanelli, el típico artesano del zapato italiano que tiene hasta página web en la que orgullosamente presume de sus creaciones para Juan Pablo II y Benedicto XVI. Por supuesto, iguales pero diferentes, respetando así la personalidad de cada Papa. Si bien ambos utilizaban mocasines, el tono de rojo, que simboliza la sangre de Cristo derramada, era diferente: a Juan Pablo II le gustaba un tono discreto tirando a burdeos y Benedicto XVI era más del rojo chillón. Y como todo en la vida cambia, cuando el Francisco I salió por primera vez al famoso balcón de la plaza del Vaticano como Papa, dejó muy claro muchas cosas y, no sé si conscientemente, se dejó puestos sus zapatos negros tipo “Gorila” (lo del colegio de toda la vida) dando así la imagen de un Papa sencillo que estaba dispuesto a ponerse al lado de todos y, especialmente, de los más necesitados. Con este gesto, Adriano Stefanelli le pasaba el testigo “metafóricamente hablando” a Carlos Samaría, el ortopedista que le hace los zapatos al actual Papa desde hace más de cuarenta años. Así que, si el “Diablo viste de Prada”, Francisco I no.
Revista Política
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