Revista Opinión

El Papa y el preservativo (I)

Por Beatriz
El siguiente es el mejor análisis que he leído hasta ahora sobre lo expresado por Benedicto XVI en relación al preservativo.  
Siempre he dicho que admiro y respeto a Benedicto XVI, esa declaración no ha cambiado nada el aprecio que siento por él, pero también digo siempre que el amor o respeto que siento por una persona no me impide discrepar con él o ella cuando lo considero conveniente e incluso aplicar la corrección fraterna.
"Cada uno tiene la libertad de contradecirme", escribió Benedicto XVI en el prólogo a "Jesús de Nazareth" (se entiende que tanto el libro "Jesús de Nazareth" como "Luz del Mundo" no constituyen magisterio ordinario)
¿Quién soy yo para contradecir al Papa?  Nadie.  Pero obro conforme a lo que me dicta mi conciencia y después de haber orado y meditado.  Obviamente el signo de los cristianos (los verdaderos) es la caridad. 
Coincido con el autor del artículo, no estoy de acuerdo con esta opinión privada del Papa sobre psicología moral (o subjetivismo) y que ha sido inoportunamente aprovechada por los medios para desatar una serie de titulares que ha confundido a muchos católicos.  
Las objeciones de Felipe Widow contra el argumento que el uso del preservativo podría ser "un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una conciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere" me parecen muy acertadas:
1. Es poco probable, aunque no imposible, que un prostituto o prostituta utilice el preservativo buscando el bien del otro y no el suyo propio. 
2. Además, la utilización del preservativo le da tal impresión de “seguridad”  que facilita la reincidencia pertinaz en el acto desordenado;
3. Queda también facilitada la concurrencia de voluntades diversas a la realización de un mismo pecado, aumentado así las ocasiones de pecar;
4. La falsa pedagogía moderna de la “responsabilidad” en el uso del profiláctico, ciega aún más, a quien lo usa, respecto de la malicia de su acción.
Son importantes estas objeciones.
Por otro lado, a los que están utilizando todo esto (sedevancantistas) para hacer daño o restarle credibilidad al Papa les digo que recuerden al cardenal Ratzinger, el cardenal insobornable que no aceptó regalos de Maciel, el único que supo diagnosticar el grave daño que estaba haciendo a la Iglesia y buscó la solución a pesar de la oposición de algunos cardenales.  Solo los mezquinos no valoran la totalidad de su gestión como cardenal y Papa.
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El Papa y el preservativo (I)
autor: Felipe Widow Lira
Título original: Sobre los dichos del Papa, las mentiras de los medios, y una lección para los católicos
Tomado de: vivachile.org
Prácticamente todos los medios noticiosos del mundo han sacado en grandes titulares la que podría ser la noticia religiosa del año: “Papa considera en ‘algunos casos’ justificado el uso del preservativo, como cuando se hace para evitar el SIDA” (El Mercurio), “El Vaticano amplía los casos del uso del condón contra el SIDA” (La Tercera), “El Papa justifica el uso del condón en casos particulares” (ABC de Madrid), “La OMS celebra la justificación parcial del preservativo de Benedicto XVI” (El País, España) “Por primera vez, la Iglesia Católica ha dicho sí al condón” (El Mundo, España), “El Papa aceptó por primera vez el uso del preservativo” (Clarín, Argentina), “In Rare Cases, Pope Justifies Use of Condoms” (The New York Times, EE.UU.), “Pope: Condoms May Be Justified” (The Sun, Inglaterra).
Prácticamente todos los medios noticiosos del mundo, en consecuencia, han mentido. O, al menos, no han entendido nada de las palabras del Papa. ¿Qué es lo que éste ha dicho? Que en algunos casos aislados “por ejemplo, cuando un prostituto utiliza un preservativo” esto podría ser, dice el Papa, “un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una conciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad”. Y cuando el periodista insiste, preguntando si “Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos”, el Papa reafirma la idea anterior “Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana”.
¿Y no significa esto, acaso, que el Papa ha justificado, para unos casos muy particulares, el uso del condón, aunque sólo sea como elección del mal menor? Pues no. No significa que el Papa haya justificado el uso del condón. Ni menos aún como elección del mal moral menor, porque nunca es lícita la elección de un mal moral, aunque sea aparentemente menor que otro también elegible (y esto lo ha enseñado así la Iglesia desde siempre y este Papa no ha cambiado tal enseñanza, de seguro no en esta entrevista) y porque, en el acto sexual entre un hombre y una mujer, el empleo del condón aumenta la malicia del acto, no la disminuye, ya que desnaturaliza más gravemente el uso de la sexualidad (lo cual también ha sido enseñado por la Iglesia de modo definitivo. Enseñanza que este Papa ha confirmado en múltiples ocasiones).
El error en que han caído (o han querido caer) los medios de comunicación ha sido el de ver un juicio inmediatamente moral allí donde lo que hay es un juicio psicológico (que es moral sólo de un modo indirecto): el Papa no ha hecho un juicio inmediatamente moral acerca de la elección del uso del preservativo (o, más bien, sí lo ha hecho, pero en el sentido exactamente contrario a aquél en que han sido entendidas sus palabras: cuando niega que el uso preservativo sea una solución moral, afirma implícitamente que es inmoral –porque en materia de elección no hay puntos intermedios entre la bondad y la malicia– y que, por tanto, nunca es lícito elegir el empleo del mismo). ¿Y en qué consiste este juicio psicológico? En la afirmación de que quien usa el condón para evitar el contagio de terceros ha integrado –en medio del desorden de su acto– una consideración hacia el bien del otro que lo pone, psicológicamente, más cerca de una conciencia recta, que es aquella que reconoce un orden objetivo al que es necesario ajustar la propia conducta, y sin la cual (es decir, sin esa conciencia recta) resulta imposible la “humanización de la sexualidad”, esto es, el reconocimiento de los fines propios de la actividad sexual, y la ordenación de la misma a aquellos, de modo tal que el acto sexual pueda integrarse a la perfección natural y sobrenatural del hombre.
Esto lo han explicado diversos teólogos morales con ejemplos muy claros: el asaltante de bancos que elige realizar su acción con una pistola descargada, para asegurarse de que nadie saldrá muerto o herido, ha hecho una elección mala, que de ningún modo puede ser justificada (y menos con el erróneo argumento de la elección del mal moral menor). Lo único justificable, en su caso, sería la elección de no asaltar el banco. No obstante, sí podríamos afirmar que, en el hecho de tener presente algún bien de sus víctimas (aunque de modo deforme e incompleto), se encuentra una seña de un estado psicológico más próximo a la “humanización de las relaciones con sus asaltados” que si la vida y salud de los mismos le fuera indiferente. Parece ser que tal seña nos revela una conciencia no absolutamente dormida. Nos entrega la esperanza de que el asaltante, alguna vez, termine por salir de su propia inmoralidad, reconociendo el orden de la justicia al que ha faltado hasta ahora. Lo mismo podríamos decir del asesino a sueldo que emplea métodos indoloros, o del ladrón que no asalta a ancianos indefensos, etc. Y a nadie se le ocurriría pensar que, en la constatación de una tal conciencia psicológicamente más próxima al recto orden moral, haya una justificación o autorización del asalto de bancos con pistolas descargadas, o del asesinato con métodos indoloros, o del asalto a personas en situación de defenderse…
El caso del preservativo tiene una dificultad añadida en el hecho, que más arriba señalábamos, de que su uso no aminora la maldad objetiva del acto (como sí la aminora el asaltar con un arma descargada, respecto del asalto con disposición de matar; el uso de un método indoloro, respecto del asesinato agravado por la crueldad, etc.), sino que la aumenta, por hacer del acto sexual un acto más gravemente desnaturalizado (supuesto que nos hallamos frente a un verdadero acto sexual, y no frente a una aberración. En este último caso, de cualquier modo, quizá el preservativo no pueda añadir más desorden, pero lo que es seguro es que no puede atenuar la malicia del acto aberrosexual). No obstante, que un acto objetivamente más malo suponga un estado psicológico menos desordenado no es necesariamente contradictorio, y se pueden encontrar diversos ejemplos semejantes. Pongamos ahora uno próximo en cuanto a la materia: si un adolescente, excitado su apetito sexual por una mujer que le intenta seducir, elige masturbarse en vez de concurrir al acto sexual con ella, porque le asusta llegar “tan lejos” (esto es, que de un modo vago y confuso presiente la sacralidad de aquella unión y, movido por una suerte de temor reverencial, comprende que aquello no puede reducirse a la mera obtención de placer; a la vez que no percibe la magnitud del desorden que hay en el acto de onanismo), lo que ha hecho es elegir un acto objetivamente más grave (en la masturbación hay más desorden moral que en la fornicación, porque está más gravemente desordenada la naturaleza de la sexualidad) pero, no obstante, es posible que “psicológicamente” esté más cerca de la “humanización de la sexualidad”, esto es, del reconocimiento del orden objetivo de la misma, y de la conformación de su conducta con tal orden.
Este es, pienso, el verdadero alcance de las palabras del Papa en su entrevista con Peter Seewald. Ni revolución moral ni, si quiera, pequeño giro doctrinal. Simplemente un juicio contingente (y, por lo mismo, opinable y discutible) sobre lo que podríamos llamar “psicología del pecado”. Es más, si a mí me preguntaran, diría que la opinión psicológica del Papa, en este punto, es bastante poco probable. Podría dar muchas razones que ahora tan sólo enumero parcial y desordenadamente: es improbable, aunque bien es cierto que no imposible, que un prostituto, prostituta u otro agente moral semejante, elija el uso del preservativo en orden al bien de otro y no al del suyo propio; pero aún en aquella posibilidad, la “seguridad” que el condón otorga en el uso desordenado de la sexualidad parece que, lejos constituirse en un “primer paso” hacia la moralización, opera como un opio que adormece aún más la conciencia, al no enfrentar al sujeto a las consecuencias de sus actos; de hecho, tal impresión de “seguridad” facilita la reincidencia pertinaz en el acto desordenado; queda también facilitada la concurrencia de voluntades diversas a la realización de un mismo pecado, aumentado así las ocasiones de pecar; la falsa pedagogía moderna de la “responsabilidad” en el uso del profiláctico, ciega aún más, a quien lo usa, respecto de la malicia de su acción; y podríamos añadir un largo etcétera.
Y me atrevo a ir un poco más allá: no sólo no estoy de acuerdo con esta opinión de psicología moral del Papa, sino que me duelo con amargura de la oportunidad con que han sido publicadas sus declaraciones. La confusión producida parece dar testimonio suficiente de la inoportunidad de tal publicación. De cualquier manera, creo que, por encima de esta cuestión, los católicos debemos sacar, de este tipo de circunstancias, una importantísima lección: nos ha sido prometido, y cumplido, que la Iglesia no errará jamás en la definición de aquellas cuestiones que son necesarias para la salvación, pero el camino hacia y desde aquellas definiciones no está exento de ripios y obstáculos. Y aunque nuestros pastores, encabezados por el Santo Padre, tienen la misión de enseñarnos, tampoco ellos están absolutamente libres de aquellos ripios y obstáculos (por ello, la misma Iglesia nos ha dado los instrumentos necesarios para distinguir el magisterio extraordinario del ordinario, y éste de las opiniones particulares y privadas de los pastores, incluso del Papa. El propio Benedicto XVI, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dio a la luz uno de los documentos más aclaratorios que, sobre esta materia, se han publicado en los tiempos recientes: la Nota doctrinal ilustrativa sobre la fórmula conclusiva de la “professio fidei”. Es más, en la misma entrevista aquí comentada, el Papa se ha referido a los límites de su propia infalibilidad como sucesor de Pedro, insistiendo en el hecho de que sus opiniones, aún teológicas, son tan falibles como las de cualquier mortal). Nuestro deber es acompañarlos –a nuestros pastores– con la oración, para que el Espíritu Santo los asista en la difícil misión que llevan sobre sus hombros y, a la vez que les prestamos filial y dócil atención, mantenernos rigurosamente apegados a aquello que ya se nos ha enseñado con la seguridad de lo definitivo, para que no entorpezcamos nosotros, con la propia confusión, este difícil camino de la Iglesia hacia su plena identificación con Cristo, que es la única Verdad.

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