Los atentados de París han vuelto a poner de relieve el papel de los medios de comunicación como servidores de la sociedad y guía de obligada consulta de los acontecimientos que pasan a nuestro alrededor.
Hoy más que nunca hay que reclamar la función social de los medios de comunicación para que los ciudadanos tengan confianza en lo que dicen y para que los medios de comunicación se conciencien de la repercusión que tienen lo que publican o emiten.
Porque todos los actos tienen consecuencias y el acto comunicativo tiene gran resonancia en las personas que, ausentes de información, se refugian en sus “aliados” para saber qué pasa y, sobre todo, que puede pasar.
Por eso vuelve a primera plana la responsabilidad de los medios de comunicación que no deben atemorizar sino informar, que no deben exagerar sino dar la justa medida a sus palabras e imágenes, que no deben engordar una noticia si no hay motivos sino precisar la información justa y necesaria.
La mayoría de los ciudadanos confían en los medios de comunicación, en los líderes de opinión que diariamente entran en sus casas. Por esto no puede elevarse a información lo que uno piensa sino lo que es. No deben confundirse libertad de expresión con decir lo que uno quiere, como quiere y cuando quiere.
Acontecimientos importantes, trascendentes como los de París necesitan de un periodismo sensato, prudente, humilde pero cierto y preciso.
Los periodistas están al servicio de la sociedad y la mayoría de ellos son honestos y diligentes. No puede haber tendenciosidad cuando se habla de un acontecimiento de las características de París porque está en vilo no sólo las sensibilidades sino la vida de las personas.
Por eso libertad y responsabilidad en el periodismo y en el periodista van de la mano y en estas circunstancias más que nunca. No se puede especular ni jugar sino informar sosegada y prudentemente.
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