Decía Goleman que “cualquier concepción de la naturaleza que soslaye el poder de las emociones, pecaría de una lamentable miopía”.
Efectivamente, parece que obviamos el papel de las emociones cuando
trabajamos durante la semana con nuestros equipos. Parece como si
nuestros jugadores siempre fueran a rendir igual y que nosotros, como
entrenadores, no debiéramos tomar ninguna actuación al respecto. Como si
siempre tuviéramos que seguir el guión marcado de nuestro librillo sin
considerar alteración alguna.
Hoy sabemos que cualquier acción relacionada con la toma de
decisiones está condicionada por las emociones. Digamos que, de un modo u
otro, su influencia estará presente de alguna manera en los
comportamientos desarrollados. “Las emociones están en el comienzo, en medio y al final de cualquier proyecto”
(Eduard Punset). Dentro de un partido de fútbol son numerosos los
factores externos que se dan y que condicionan la aparición de un tipo u
otro de emoción en los jugadores participantes (presión por la victoria
o necesidad de rendir individualmente, afición rival, relación con el
entrenador y los compañeros, influencia del árbitro, posibles críticas
en medios de comunicación…), y todo ello sin considerar aquellas
emociones que los jugadores traen de casa.
Según Damásio, somos constantemente confrontados, en nuestra vida,
con situaciones en las que, ante un problema, tomamos una decisión que
tiene consecuencias. De este modo, tanto la situación que conduce a la
decisión como sus consecuencias se viven acompañadas de una serie de
emociones. Por tanto, si escogemos algo que tenga consecuencias
negativas, nos vamos a sentir mal, vamos a sufrir, vamos a estar
enfadados, vamos a tener emociones negativas. Contrariamente, si el
resultado de nuestra elección tiene consecuencias positivas, vamos a
sentir alegría, placer… En definitiva, cuando nos enfrentamos a una
situación semejante a las que hemos vivido, nuestro cerebro nos da,
rápidamente, la señal de las emociones ligadas a aquel tipo de actuación
y en base a ellas, elegimos.
Y esto, ¿cómo se traslada al escenario del entrenamiento?
¿Cómo podemos los entrenadores gestionar las emociones de nuestros jugadores?
El buen entrenador no debe limitarse a crear imágenes mentales
relativas al jugar que pretende, sino también debe comprender que está
asociándoles, irremediablemente, una serie de emociones y sentimientos
que condicionarán la toma de decisiones futura. Por tanto, el papel del
entrenador en el conocimiento del estado emocional de sus jugadores es
fundamental, porque en función de ello adaptará su hoja de ruta semanal,
e incluso supeditará su planteamiento del domingo. Un equipo X juega contra uno Y
en un momento de la temporada y ofrece una cosa y, sin embargo, ese
mismo partido se repite en otro momento de la misma temporada con los
mismos protagonistas y ofrece otras cosas diferentes. Fuimos testigos de
varios ejemplos de lo que hablo en los duelos Barça-Madrid de hace dos
temporadas.
Estamos hablando de la elaboración de tareas y planteamientos a
medida. Un trabajo de sastre que requiere de un profundo conocimiento
del estado actual de la plantilla para confeccionar el traje más
ajustado a las necesidades del momento. Como ya he mencionado, no hay
dos momentos iguales en la temporada.
Como dice Francisco Ruiz Beltrán en su libro, “se trata de que el
jugador afronte un reto a la altura de sus posibilidades. Que no sea,
ni demasiado complicado, ni demasiado fácil”.
Así pues, el entrenador se ve en la tesitura de trabajar durante la
semana, elaborando y adaptando su hoja de ruta a su equipo, jugando con
la complejidad y con la simplicidad de sus planteamientos y tareas, con
el objetivo de preparar a sus jugadores de la mejor manera posible para
afrontar el siguiente partido con garantías de victoria.
Sin embargo, “no hay secretos para el éxito. Éste se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso” (Colin Powell). De aquí la importancia y dificultad del papel del entrenador en la actualidad.