Tenían que visitarlo aquella mañana y estaban inquietos. Llevaban varios meses instalados en la aldea y solo lo habían visto desde lejos. Oían sus gritos cuando llevaba a pastar a las vacas en las leiras junto al río. Oían sus gritos feroces, terribles, que estremecerían al animalista más enérgico y que no casualmente estaban dirigidos a animales de sexo femenino. Parecía un hombre rústico y agresivo, aunque no muy mayor. Su zamarra vintage, esa boina calada de visera, el pantalón de pana y las botas cochambrosas, no auguraban nada bueno.
- ¿Son los nuevos vecinos? Pasen, por favor.
- Siéntense en el sofá. ¿Quieren algo para beber? Dadas sus creencias quizás rechacen el alcohol o los bebidas estimulantes, pero el agua de mi pozo es exquisita.
- Está informado sobre nosotros, no lo esperábamos - contestó el hombre delgado.
- Tampoco esperaban que yo fuera así. Reconózcanlo, pillines -el anfitrión dejó escapar una media sonrisa irónica
- ¿Qué quiere decir con eso? - intervino la mujer enjuta.
- ¿Al final van a beber algo?
- No, gracias -repuso el hombre cortante.
- A ver, ustedes esperaban a un patán de campo con ademanes groseros y gesto amenazante. No respondo al estereotipo. Con lo cómodo que resultan los prejuicios para actuar con impunidad y sin romperse la cabeza. Sobre todo cuando uno adopta actitudes, digamos, colonialistas.
- ¿Colonialistas nosotros? Somos seres espirituales que tienen una experiencia humana y nuestra lucha es para conseguir un mundo en armonía- contestó el hombre, tieso como un junco.
- Lo que dice de nosotros es una falsedad -confirmó la mujer, juntando los dedos de la mano formando una esfera.
- Venga. Vienen de fuera. Son guiris. Compran por cuatro perras una aldea abandonada para montar su rollete estupendo de casa rural con talleres holísticos, centro de meditación mindfulness y retiro antiestrés para personas superadas por la vida actual pero con pasta para pagarse un finde caro. Todo va perfecto, pero se encuentran con un gañán con una granja de animales chillones, antiestéticos y malolientes en medio del paraíso. ¿Van a hacer algo para que me vaya o esperan a lo típico?
- ¿Qué es lo típico?
- Pues que me ponga flamenco, agarre una motosierra y les ataqué con nocturnidad y alevosía, porque seguro que un ermitaño guarro que vive tan lejos de todo, en el monte, debe ser un psicópata de cuidado.
- Casi preferimos recurrir a medidas legales. Hemos comprado esta aldea. Aquí le traigo los papeles que lo demuestran. Tendrá que salir de aquí por las buenas o por las malas. Si no lo hace recurriremos a la justicia o a la Guardia Civil.
- Mi familia ha vivido aquí siempre.
- Su familia abandonó estas tierras y nosotros las hemos comprado.
- Es usted un okupa -soltó sentenciosa la mujer enjuta.
- ¿A dónde va?
- Acomódense. Pueden quedarse un rato. Vendré pronto. Voy a por la motosierra