“Palabras / para ocultar quizás lo único verdadero: / que respiramos y dejamos de respirar”, escribió el poeta Jorge Teillier en su despedida al mundo muchísimo antes de su muerte, pues ya conocía la importancia de flotar en la espiral de un ritmo desconocido y poder estar conscientes de aquello. Somos afortunados. Son afortunados los que se dan el trabajo de reconocerse seres vivos. Es por ello que debemos conmovernos, preguntarnos, volvernos incómodos en cada momento en que la comprensión no se presente, cuando el lenguaje no alcance. En la hondonada de lo desconocido la búsqueda se vuelve un imperativo pues la vida no debiese sucedernos como algo trivial. Pero no nos refugiemos tras nuestro ego y pensemos que somos lo más importante, ya lo advertía el poeta: pensamos, luchamos con lo desconocido solo para caer en cuenta de que respiramos un día, suceden cosas, dejamos de respirar. Todo lo que se ha escrito hasta ahora tiene que ver con esa búsqueda, pero quizás al final no encontremos nada porque nuestra alma no soportaría el peso de la cruel verdad que se oculta tras el desorden de la vida. Que no nos importe más la verdad que su búsqueda. Que el lenguaje no alcance para aprehender la realidad es sólo un detalle que no debería opacar lo más relevante: la vida por vivir.
Nietzsche estaría de acuerdo con esto (o al menos eso quiero creer). Su obra Sobre verdad y mentira versa sobre su creencia en la imposibilidad del ser humano para acceder a la realidad tal como es, sino a través de sus sentidos (que siempre engañan). El lenguaje solo nos ayuda a crear metáforas sobre la realidad, conocimiento intuitivito que no se asemeja a la verdad sobre lo que nos rodea en absoluto. Esto lo asumió Nietzsche y quizás por eso hacia el final de sus días se entregó a la locura, a la ausencia de búsqueda de significado. Ya no quería negociar con su entorno un sentido que no aprehendería jamás. Quizás por eso optó por el arte, para conmoverse con Carmen y sentirse en ella capaz de ir a las cuestiones limites, preguntarse por ellas y acaso, con un dejo de vanidad, responderlas.
Nietzsche acabó sus días en 1900 luego de largas jornadas de enajenación y locura. Antes de enajenarse por completo viajó a Turín, una ciudad al norte de Italia, y dejó allí las últimas huellas de sus cuestionamientos fundamentales. Allí escribió con la avidez de un principiante y la astucia de un maestro. Admiró a Turín como una ciudad que sorprende a un niño con el regalo que esperaba. Hacia finales del siglo XIX la ciudad italiana de Turín vistió sus mejores galas para recibir a un personaje que dejaría huellas en la humanidad tanto por sus escritos como por sus pasiones. Este momento en la vida de Nietzsche se retrata en la película Días de Nietzsche en Turín, de producción brasilera, que vio la luz el año 2001. Esta obra presenta un viaje sobre diferentes escritos del filósofo narrados por una voz en off mientras se muestran lugares de una ciudad que representa a Turín e interacciones entre personajes, cuyo contenido jamás se revela. La película es un viaje por las divagaciones mentales. A rato de la impresión de estar dentro de la mente de Nietzsche mientras muchos pensamientos lo asaltan cuando pasea, come, escribe o imagina. La película invita a quedarse viendo, pero sólo si en realidad te interesa conocer al autor en un plano más íntimo e idealizado. Las locaciones dan la impresión de no representar nada, parece no haber esfuerzo por parte de los realizadores por presentar una obra agradable a la vista; parecen haber puesto demasiado énfasis en el discurso, en elegir los textos y se olvidaron del lenguaje de las imágenes, de la fotografía. Pero para quienes disfrutamos del lenguaje que interpela y las palabras bien reflexionadas, esta película se transforma en un bello puente tendido entre el lenguaje de Nietzsche y la filosofía que dominó su existencia.
La película en cierto punto logra mostrar la filosofía de Nietzsche y su postura de que la vida era desordenada y caótica, que el lenguaje no puede comunicarnos con su esencia y que ver la vida desde el arte es el camino más seguro para conseguir olvidarnos del caos y el sinsentido a fin de sumergirnos en la incomoda verdad de que la vida sin arte no merece la pena ser vivida. Finalmente, el poeta se interconecta con el filósofo, el discurso artístico de Nietzsche al escribir filosofía se nota en la película y nos hace volver a la reflexión que abrió este escrito: caminamos por la vida aspirando a reconocer la única verdad posible: que respiramos y dejamos de respirar. Lo que sucede en medio de ese paréntesis es el esfuerzo que le da sentido a cada bocanada de aire.
Por Cristal