Revista Opinión

El paripé egipcio

Publicado el 19 julio 2015 por Gsnotaftershave @GSnotaftershave
El mandatario egipcio, Abdelfatah Al Sisi, con el ministro español de Exteriores, José Manuel G. Margallo / EFE

El mandatario egipcio, Abdelfatah Al Sisi, con el ministro español de Exteriores, José Manuel G. Margallo / EFE

Cada vez son más las voces que denuncian que Egipto ha vuelto a ser una dictadura. Y sí, si analizamos un poco la situación del país árabe veremos que vuelve a estar gobernado por el Ejército y que ni siquiera ha cambiado el color de mando. El mariscal Abdelfatah Al Sisi no es más que un recambio de la era de Hosni Mubarak, como muchos egipcios y analistas internacionales advierten. Si somos muchos los que insistimos en no llamar “primavera árabe” a aquellas revueltas populares iniciadas en 2011 es porque, excepto la tunecina -aunque también están teniendo lo suyo con los atentados terroristas-, todas acabaron frustradas por el autoritarismo, el fanatismo religioso o el caos.

A los europeos nos han colado una nueva dictadura en el mundo árabe sin que nos diera tiempo a reaccionar, de la noche a la mañana y en forma de golpe de estado disfrazado de libertad. A los egipcios, que sí reaccionaron, la confusión ante un gobierno débil e ineficaz de los Hermanos Musulmanes sumada a la dura represión en las calles les ha conducido a una nueva dictadura militar cuyos partidarios son los mismos que aupaban a Mubarak en el pasado, y cuyos detractores ven con impotencia cómo se va deshaciendo el camino que tanto costó construir.

¿Qué ha pasado desde 2011?

Las revueltas árabes en Egipto consiguieron fabricar la llave de la democracia. Sólo basta recordar el gran poder que tuvieron las redes sociales al dar a conocer al mundo lo que estaba pasando en el país, y también pudimos ver a un pueblo combativo y variopinto, con diversos movimientos sociales que consiguieron desbancar a Mubarak del poder. No sin esfuerzo, consiguieron unas elecciones plenamente democráticas por primera vez en la historia, a las que también pudieron presentarse los Hermanos Musulmanes, vetados hasta entonces en Egipto. Sin embargo, la victoria de los islamistas frustró las aspiraciones de muchos colectivos, tanto los más progresistas como los cercanos al ex dictador, que no querían por nada del mundo un sistema basado en la religión y la ley islámica (o sharia).

Muchos se preguntaron cómo era posible que, después de todo el esfuerzo por el progreso, el islamismo moderado se hiciese con el poder. Pero no era extraño, puesto que los Hermanos contaban con la simpatía de los sectores rurales y más pobres del país, agradecidos por la ayuda que históricamente habían recibido. Se puso de manifiesto que la mayoría social en Egipto no provenía de las grandes ciudades que se manifestaban, sino en las áreas periféricas. El nuevo dirigente, Mohamed Morsi, no solo molestó enormemente por sus intentos de introducir la religión con calzador, sino también por su pésima gestión de la crisis económica que asolaba el país. Así, la incapacidad de Morsi propició el escenario perfecto para el alzamiento militar capitaneado por Al Sisi, con el visto bueno de gran parte de la población egipcia en el país y en el extranjero. También de los gobiernos occidentales, que no veían más que obstáculos en la diplomacia con el nuevo gobierno. El dictador, a sabiendas de que lo que se había iniciado en Egipto no podía detenerse de golpe, se presentó a unas nuevas elecciones y fue legitimado por las urnas. Pero el futuro no sería tan brillante.

¿Por qué decimos que Al Sisi es un dictador?

A su llegada al poder, Al Sisi mostró una gran voluntad represora con las revueltas que todavía permanecían en las calles. Los militares volvían a sublevarse contra la población, y organizaciones a nivel mundial como Amnistía Internacional (AI) o Human Rights Watch denunciaron incesantemente que el nuevo régimen violaba los Derechos Humanos. Y continúan haciéndolo. El dato es terrorífico: tras llevar a cabo 507 ejecuciones el pasado año, Egipto se convirtió en el segundo país del mundo en aplicar la pena de muerte, sólo por detrás de Nigeria y representando el 20% de todas las condenas a muerte dictadas en el mundo, la mayor parte simpatizantes de los Hermanos Musulmanes.

El ex dirigente Mursi, por su parte, ha sido condenado a muerte por el Tribunal Penal del Cairo, y los miembros del partido están siendo perseguidos, acusados de pertenencia a banda terrorista. Además, centenares de personas fueron condenadas a muerte acusadas de simpatizar con los Hermanos. Cabe insistir en que, nos guste más o menos, Mursi es el único mandatario egipcio elegido en condiciones totalmente democráticas.

Uno de los aspectos más criticados del nuevo mandatario militar es la represión de la libertad de expresión y de prensa, con el encarcelamiento de varios periodistas que cubrieron las protestas a favor de Mursi en 2013, tras el golpe de estado, y que esperan hoy su condena. La semana pasada publicamos la entrevista a Ricard González, corresponsal en Egipto desde 2011 que huyó del país ante la amenaza de ser arrestado y procesado. González lo dijo claro: “Con Mursi había una democracia imperfecta, ahora hay una dictadura muy dura”. Su marcha no fue un capricho, ya que sólo tenía que fijarse en los casos reales de sus compañeros de profesión, como el reportero gráfico Mahmoud Abu Zied (más conocido como Shawkan), quien está a punto de cumplir su segundo año retenido en las cárceles egipcias, sufriendo maltrato físico y psicológico.

Las sinergias entre Al Sisi y Mubarak no sólo son evidentes, sino que el propio ex dictador ha manifestado abiertamente su apoyo al mariscal. Casualidad o no, Mubarak ha podido volver al país y la condena por corrupción que pesaba sobre él le ha sido revocada.

¿Qué están haciendo los dirigentes internacionales?

Ante esta preocupante situación de violación constante de los Derechos Humanos, los líderes internacionales han vuelto a adoptar la misma actitud de antaño, durante la era Mubarak. Más allá de comportarse como si no hubiera sucedido nada, reciben a Al Sisi con honores en sus países. España lo hizo el pasado 30 de abril, cuando tanto el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, como los Reyes, acudieron a su recepción.

La explicación es la misma de siempre. Egipto es una zona geoestratégica a nivel internacional que abarca la península del Sinaí, fronteriza con Israel. Por este motivo siempre ha sido un enclave fundamental en el conflicto árabe-israelí, y de hecho recibe anualmente unos 1.300 millones de dólares de Estados Unidos en financiación militar. Tras el golpe de estado de Al Sisi (y en lo que parece un claro ejercicio de maquillaje diplomático), Washington bloqueó esa ayuda militar en octubre de 2013, pero este mismo año la ha desbloqueado. Durante los años de gobierno de Mursi los dirigentes internacionales no escondieron su preocupación por que éste se posicionara a favor de los palestinos ante la comunidad internacional en lugar de ejercer de péndulo movido por los intereses de los altos mandos occidentales, como venía sucediendo hasta entonces. Es una muestra más de que Al Sisi, como Mubarak, representa una garantía para Occidente en el conflicto entre Israel y Palestina, un hecho que parece importar más que la democracia.

En definitiva, Estados Unidos y Europa vuelven a hacer la vista gorda con Egipto, tapando las prácticas atroces y antidemocráticas del nuevo gobierno. El paripé egipcio es una obra orquestada por Occidente y ejecutada por un Ejército que no ha aprendido nada de democracia en estos años, como sí lo ha hecho el pueblo. No vale de nada llenarse la boca con democracia mientras se silencia una vez más a los egipcios y se pinta de progreso la sustitución de un dictador por otro.


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