Revista Opinión

El Partido de los Trabajadores de Brasil y el lulismo

Publicado el 30 septiembre 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

En 1978, en el contexto del final de la dictadura cívico-militar que gobernó Brasil desde 1964 hasta 1985, se producen una serie de protestas y huelgas generales claves para el devenir de la Historia brasileña. Esta serie de movilizaciones fueron protagonizadas y lideradas por los movimientos de los llamados nuevos sindicalistas y fueron especialmente intensas en el cinturón metropolitano y corazón industrial del estado de São Paulo, conocido como el ABC Paulista Una vez retomado el pluralismo político, fueron miembros de estos movimientos sindicales —entre los que ya destacaba uno de sus líderes más carismáticos, Luiz Inácio Lula da Silva, junto con intelectuales y otros líderes de movimientos sociales— los que acabarían fundando en São Paulo el 10 de febrero de 1980 el Partido de los Trabajadores (PT).

Ascenso e institucionalización del PT

El PT nacía como representación y articulación política de estos movimientos sindicales organizados y de otros sectores progresistas, sobre todo en el ámbito urbano. En sus orígenes, dadas sus raíces socialistas, además de ser una organización política de clase con vocación de transformación político-económica, social y cultural, también incorporaba un elemento de desconfianza hacia la burocratización del aparato partidista. En este sentido, durante los años de formación del partido, el PT apostó por el respeto a la autonomía de los movimientos y organizaciones de la sociedad civil como elemento fundamental de su eje programático y de su estructura interna.

No obstante, en el marco de la transición democrática, en la que la Asamblea Constituyente de 1988 adopta una nueva Constitución federal para Brasil, el ideario político del PT comienza a evolucionar. La caída del socialismo real asestaría un duro golpe al ideario original del PT, que comienza a replegarse ideológicamente hacia tesis más próximas a las reglas de juego de lo posible y lo aceptable. Esto se traduce en el abandono del socialismo como horizonte estratégico y la idea de ruptura con el sistema capitalista a corto plazo por una plataforma reformista que encuadra al PT como partido de rechazo al llamado Consenso de Washington

El Partido de los Trabajadores de Brasil y el lulismo
Lula habla ante 80.000 personas en el estadio Villa Euclides de San Bernardo del Campo durante el apogeo de la huelga general de 1979. Fuente: Irmo Celso (Veja)

También hubo cambios importantes en la base social del PT de la época —que quedó un tanto desarmada durante los años noventa— que explican esta evolución política. Segmentos claves que cimentaron el partido, como los sindicatos —metalúrgicos, automovilísticos, químicos y bancarios, principalmente— o las Comunidades Eclesiales de Base, sufrieron duros reveses debido, en el primer caso, a la terciarización y automatización de la economía y, en el segundo, a los ataques del papado y la Iglesia brasileña.

Los años noventa sirven al PT para madurar como organización política: desarrolla sus competencias, adquiere experiencia en la Administración Pública y amplía su base social. A medida que fue logrando mayores cuotas de poder dentro del aparato estatal brasileño al ir ocupando alcaldías importantes y gobernaciones de diferentes estados e ir aumentando su bancada de diputados, el resultado fue una profesionalización de sus dirigentes y un partido más burocrático e institucionalizado.

Uno de los aspectos más relevantes en este período, más allá del arraigo del partido en lo electoral, es el cambio en la correlación de fuerzas dentro del propio PT. El sector más moderado toma el control y liderazgo del partido y reforma su estructura interna, que pasa a tener una organización de partido político más clásica. Esta mutación interna ocurre en detrimento de la participación, que deja de entroncar la organización, también como resultado del cambio de ideario del PT hacia una versión más próxima a la socialdemocracia clásica. En palabras de un histórico fundador del partido como César Benjamin, el PT se había convertido en una “máquina electoral tan formidable como inofensiva”

Esto queda reflejado de manera clara en la “Carta al Pueblo Brasileño”, con el objetivo de tranquilizar durante la campaña presidencial de 2002 a los mercados financieros, que, temiendo el éxito electoral de Lula, promovían un ataque financiero contra Brasil a través de la fuga de capitales. En ella Lula habla de la necesidad de “un nuevo contrato social” para Brasil al encontrarse el actual “agotado” y hace mención del “respeto a los contratos y obligaciones del país”. Se evidenciaba así la transición del partido desde las posiciones rupturistas sostenidas en su Historia anterior hacia una postura, una vez en el poder, de no confrontación con los mercados.

Aunque el PT naciese enarbolando la bandera del rechazo frente a un sistema político y económico que reproduce las profundas desigualdades sociales de un país como Brasil, una vez en el Gobierno federal, Lula optó por un realismo político que justificaría la alianza con las élites político-económicas y oligarquías que originalmente se proponía combatir. La adopción de medidas desde el Gobierno que divergían del historial programático del partido venía precedida por la transformación ideológica vivida por el PT tras la conquista del liderazgo del partido por parte de los sectores más comedidos ideológicamente y su profesionalización.

Para ampliar: “Brasil: no solo duelen los golpes”, Inés Lucía en El Orden Mundial, 2018

El PT llega al poder

Tras haberse presentado como candidato del PT a las elecciones presidenciales en tres ocasiones y haber perdido en las tres en segunda vuelta frente a fuerzas políticas más conservadoras, no sería hasta las elecciones de octubre de 2002 cuando Lula finalmente sería elegido presidente de la república con un 61% de los votos. Sus dos mandatos estarían marcados por los importantes avances para la sociedad brasileña que supuso la llegada a la presidencia del primer obrero sin educación superior.

El programa de cambio que Lula comenzó a implementar a su llegada a Plano Alto toma como eje principal la inclusión social. Para lograr un cambio de modelo, se promueven políticas públicas que mejoren las condiciones de vida de las capas populares, en especial de los más pobres; eso sí, evitando el conflicto social y la radicalización política. Esto daría lugar al llamado “pacto social lulista”, basado en el mantenimiento del orden como manera de progresar. Transformación social progresiva, sin agitación ni revolución. Por encima de todo, el modelo se basa en la incorporación de millones de brasileños al consumo de masas mediante la revalorización del salario mínimo, políticas redistributivas de la renta y la expansión del crédito. Todo ello dentro de un marco macroeconómico estable que hizo que todas estas políticas dotaran al mercado interno brasileño de un nuevo dinamismo económico, con resultados sorprendentes.

La revalorización robusta y continuada del salario mínimo federal, además de estimular la economía y apoyar la reducción de la pobreza como herramienta de redistribución de la renta, benefició en especial a los grupos sociales y sectores más vulnerables del mercado laboral: mujeres, negros, jóvenes, personas con escaso nivel educativo y pensionistas. Políticas sociales redistributivas como Bolsa Familia, el mayor programa de transferencia directa de renta condicionada del mundo, han servido desde entonces para combatir de manera notable la pobreza y la mortalidad infantil. Introducida por primera vez en 2003, con el paso de los años irían aumentando enormemente tanto el número de beneficiarios como el valor de la transferencia y se convertiría en un programa de referencia mundial, a pesar de que en Brasil se haya transformado en una cuestión política e ideológica.

El Partido de los Trabajadores de Brasil y el lulismo
Evolución inversamente proporcional entre la tasa de desempleo y el valor del salario mínimo —izquierda— y entre subsidios vía Bolsa Familia y coeficiente de desigualdad —derecha—. Fuente: Universidad de California

Esta inclusión social en la que se basa el modelo lulista se vio reflejada en la disminución de la desigualdad a un ritmo nunca antes visto en Brasil, hasta llegar a su nivel más bajo de los últimos 30 años —a pesar de seguir estando entre las más elevadas del planeta y de que informes más recientes cuestionen esa disminución—. Esto hizo emerger lo que se conoce como la “nueva clase media” brasileña —un concepto discutido—: entre 2003 y 2009 casi 32 millones de brasileños ascendieron a las clases A y B, correspondientes a las clases privilegiadas, y a la clase C, clase media en términos de ingresos por unidad familiar, que acoge a casi la mitad de la población brasileña —94 millones de personas—.

El lulismo, si bien se define como idea a partir del segundo mandato presidencial de Lula como manera de entender el cambio de modelo experimentado en Brasil a raíz de la llegada al poder del PT, nace en gran medida como término fruto de la centralización de la atención social y mediática en la figura personal de Lula. Este cambio de enfoque se debe también a la salida a la luz del escándalo del mensalão, el primero de muchos grandes casos de corrupción que afectan al PT ya en el Gobierno. Esto hace temblar al Ejecutivo durante el primer mandato y empuja a Lula a distanciarse de la prensa y entablar una relación más directa con el pueblo. Se crea entonces cierto culto hacia Lula que define y alimenta simbióticamente su liderazgo y su relación con las masas.

El nacimiento del lulismo

Lula repetiría victoria en las elecciones de 2006 y vería crecer su capital político con la aglutinación de poderes en torno a su figura carismática, tanto política como socialmente. No obstante, el lulismo no debe considerarse una identidad, sino más bien un liderazgo popular, algo que comienza a quedar claro durante el segundo mandato de Lula. Si bien es verdad que es la relación directa entre Lula y las masas la que nutre y define el lulismo, objetivamente no rompe con el sistema existente desde el punto de vista político. En ese sentido, en un plano más teórico y amplio, el lulismo constituye una especie de bisagra entre el sistema político tradicional y las clases populares y progresistas, algo que debe enmarcarse en la lógica más extensa del accionar político de la izquierda no solo en Brasil, sino en toda América Latina.

Es en el segundo mandato de Lula cuando se empiezan a observar los resultados de las políticas lulistas. La inflación pasa a estar bajo control, la tasa de pobreza disminuye significativamente, la pobreza extrema y la tasa de desempleo caen casi a la mitad y las reservas de divisas internacionales de Brasil se dispararon. La inversión pública en gasto social también aumenta de manera considerable y las Administraciones Públicas se modernizan, similares a la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Asimismo, se ponen en marcha multitud de planes de acción y programas federales como el de Aceleración del Crecimiento, Mi casa, Mi vida o Luz para Todos, entre otros, que garantizaban un círculo virtuoso keynesiano de consumo, inversión y fortalecimiento del mercado interno mediante el incremento de la capacidad adquisitiva de los sectores populares.

El Partido de los Trabajadores de Brasil y el lulismo
Evolución de la pobreza en diferentes países de Latinoamérica. Durante los Gobiernos petistas, Brasil ha sido uno de los países que ha logrado mejores resultados.

La inclusión en el consumo de masas de la nueva clase media define a su vez la relación de Lula y el PT con su base social, que sufre importantes cambios a medida que la estructura social de Brasil va evolucionando. El “partido de los pobres” —como era conocido popularmente— pasa a ser el partido de los que dejaban de ser pobres. El apoyo tradicional de la clase trabajadora organizada comienza a diluirse a medida que queda claro que no existe un proyecto transformador de calado para Brasil. Es entonces cuando el apoyo al presidente —y al PT— comienza a concentrarse en los sectores más precarios y humildes de la sociedad, situados en las regiones más empobrecidas del país —sobre todo en el Nordeste— y de las regiones metropolitanas, donde las políticas lulistas tenían mayor incidencia.

Durante los dos mandatos de Lula, este cambio de modelo basado en la conciliación social y política se convierte en un éxito debido en gran medida a que Brasil, uno de los mayores exportadores de materias primas del mundo, se benefició intensamente del ciclo económico denominado boom de las commodities, en el que los precios aumentaron sin parar debido a la creciente demanda de las economías emergentes —especialmente desde China—, con un impacto positivo en la economía brasileña. Esta coyuntura económica favorable, sumada a la habilidad política de Lula, ofreció un amplio margen de maniobra durante una década que permitió beneficiar generosamente tanto al capital como a las capas populares de la sociedad brasileña.

También es importante destacar el papel que comenzó a jugar Brasil en el plano internacional y regional, fruto del éxito económico a partir del segundo mandato de Lula. Brasil ingresó en los países conocidos como BRICS y promovió fuertemente una salida multilateral a la crisis de 2008 fomentando instituciones como el G20. Además, Brasilia tomó una postura mucho más independiente —sobre todo comercialmente— frente a los EE. UU. y promovió la integración regional y los lazos sur-sur a través de instituciones como el Foro de São Paulo.

Para ampliar: “El Foro de São Paulo, en busca del sueño latinoamericano”, María Canora en El Orden Mundial, 2018

Lulismo sin Lula

Dilma Rousseff, la delfín política de Lula, ganaría las elecciones de octubre de 2010 en segunda vuelta, y con ello aseguraba la continuación del lulismo en Brasil. Rousseff hereda un Brasil ascendente en lo económico e internacional, especialmente tras otorgársele la organización del Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016. Todo parecía brillar para Brasil y el PT. Sin embargo, las incoherencias y los límites del lulismo se irían haciendo cada vez más insostenibles hasta desembocar en el proceso de impeachment por corrupción y maquillaje de cuentas que acabaría sacando a Rousseff de Plano Alto. Dos años después, en abril de 2018, Lula da Silva fue detenido por el escándalo de corrupción de Petrobras, a pesar de los esfuerzos de su sucesora por garantizar su inmunidad.

El legado de la década de oro del lulismo —2003 a 2013— consigue romper varios tabúes muy importantes para Brasil. Sin embargo, aunque la llegada del PT al Gobierno federal en 2003 supuso un avance muy importante para la izquierda en Brasil, una vez en el Gobierno llevó un proyecto limitado y contradictorio. Si bien es innegable que el Gobierno petista supuso un avance cuantitativo fundamental en la mejora de las condiciones de vida de la población, en especial de los menos favorecidos, no es menos cierto que su llegada no representó un cambio estructural profundo para Brasil. Más bien se podría hablar de un reformismo débil, alejado de la idea transformadora que el PT proponía originalmente.

El Partido de los Trabajadores de Brasil y el lulismo
Cronología del auge y caída de Dilma Rousseff. Fuente: Bloomberg

Esto se debe en gran medida a que el lulismo toma como fundamento la no confrontación ni radicalización política y la búsqueda continua de la conciliación y la estabilidad social. Los distintos Gobiernos petistas no pusieron en entredicho a las élites y mucho menos el sistema socioeconómico brasileño. Dada la Historia del país —paradigma de la abundancia de riqueza y penuria a partes iguales—, su polaridad social y el lugar de semiperiferia que ocupa la economía brasileña en el sistema capitalista mundial, es imposible reducir la concentración de la riqueza y modificar las estructuras de poder sin que esto suponga un conflicto de intereses entre diferentes sectores sociales que derive en una confrontación político-social, de mayor o menor intensidad.

En este aspecto, sin embargo, no existe un consenso sobre el verdadero efecto del lulismo en Brasil, ni en el plano económico ni como fenómeno político. Esto queda plasmado en las diferentes interpretaciones que se hacen de él. Pero quizás la pregunta más importante sea hasta qué punto el lulismo supone un verdadero cambio de modelo para Brasil hacia el llamado “posneoliberalismo” y no una continuación en líneas generales del sistema heredado por el PT a su llegada al poder, aunque se haya dotado de una protección social mucho mayor.

Escribía Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina que en 1967 “apenas uno de cada cuatro brasileños puede considerarse un consumidor real”. La llegada al poder de Lula y del PT cambió Brasil para siempre en ese sentido al reducir la dicotomía económica y social; esa cifra de Galeano aumentó a dos de cada tres brasileños —las aludidas clases A, B y C—. El lulismo logró la integración, más bien precaria y apenas a través del consumo, de las clases populares. Pero también ofreció cierto grado de transformación cultural basada en la idea de ciudadanía y derechos. De ahí que el PT —y especialmente la figura personal de Lula— siga reteniendo tanto apoyo entre la sociedad brasileña, pese a los numerosos escándalos de corrupcióntras el impeachment que sacó al partido del Gobierno después de 14 años en el poder. Muchos brasileños no olvidan quién los llevó a donde están y parecen estar dispuestos a defender sus logros e incluso ir más allá.

El Partido de los Trabajadores de Brasil y el lulismo fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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