Revista En Femenino

El parto que no soñé

Por Yolandata75 @sinmalaleche
El jefe de obstetricia del Hospital Materno había dictado sentencia:
“Hoy se termina tu embarazo. Tu hijo nacerá entre hoy y mañana”.
(Si quieres saber cómo llegamos hasta aquí, puedes leer mi anterior entrada Un embarazo de 34semanas)

Me llevaron a una consulta que hay en la misma planta y allí me explicó que me iba a introducir una cinta en el cuello del útero para madurarlo, porque en ese momento estaba perfectamente cerrado como correspondía a la semana 34 de gestación. Luego me dio una hoja donde explicaba que me iban a inducir el parto y tenía que dar mi consentimiento. Y de viva voz me resumió los motivos por los que me lo tenían que provocar:   -  Padeces preeclampsia y la única manera de “curarte” es haciéndote parir.  -  Como ya has cumplido la semana 34, hay menos riesgos para tu hijo que si fuese antes.  -  Está en riesgo tu vida y la de tu bebé, y no se descarta cesárea, aunque vamos a intentar un   parto vaginal.  -  Al ser inducido, va a ser largo, prepárate para unas 12 horas.Una vez introducida la cinta, me recomendó que estuviese un par de horas sin moverme mucho, recostada en la cama. Podía comer, porque, como dijo, iría para largo.Era media mañana del lunes 7 de abril. Me fui a mi habitación y me acosté en la cama. Hacia la una y media me trajeron la comida y comí. Y en seguida empecé a notar unos dolores en el bajo vientre, parecidos a los dolores de regla. Eran suaves. Se lo comenté a mi madre y a la comadrona que estaba de turno esa tarde (un cielo, por cierto). Cuando terminé de comer me pusieron los monitores. No había cambiado nada con respecto a los movimientos fetales (a los no movimientos), pero en la gráfica se empezaban a apreciar las contracciones. Yo seguía con esos “dolores de regla” que, según me confirmó la comadrona, eran contracciones de parto. Me pidió que la avisara cuando empezara una y así lo hice, entonces me explicó cómo respirar para conseguir relajarme y que pasara el dolor cuanto antes:“Mírame a los ojos y mira como lo hago”, me dijo. “Coge aire, coge aire, un poco más… y ahora lo vas soltando todo seguido, sin parar, ¡vamos así, muy bien! Hazlo cada vez que sientas una contracción”Y en esas estábamos, mirándonos la una a la otra y respirando juntas. Así pasé un par de contracciones sin enterarme. Me dejó con mis respiraciones y acompañada de mi madre. Yo estaba muy tranquila, la verdad, y aquellos dolores me parecían muy llevables, quizá tengan razón quienes dicen que las mujeres que padecemos dismenorrea (fuertes dolores menstruales), sobrellevamos mejor los dolores de las contracciones.A eso de las seis menos veinte de la tarde, noté como una pequeña explosión dentro de mi vagina, algo suave, como un puf. Y acto seguido empezó a salir líquido. Llamé a la comadrona que confirmó que se trataba del líquido amniótico, así que había roto la bolsa de forma espontánea. En apenas cinco minutos ya me estaban bajando a la sala de partos. Me despedí de la comadrona y de mi madre. Mi marido vino conmigo.Seguía con las contracciones cada vez más fuertes y seguidas, pero que yo llevaba muy bien gracias a los consejos sobre la respiración de la comadrona Cielo. Uno de los médicos que estaba en la sala de partos (entraron por lo menos cuatro en el tiempo que estuve allí y no fue más de una hora), me dijo que lo estaba haciendo estupendamente y que me relajaba muy bien. Con su mano introducida dentro de mi vagina, lo que me causaba más dolor que las contracciones, me pidió que empujara. El parto que no soñé(Foto hecha por mi marido en la sala de partos cuando todo parecía ir estupendamente)
“¿Y cómo tengo que empujar? Es que no sé qué tengo que hacer, ¡no me ha dado tiempo a terminar las clases de preparación al parto!" Fui tan expresiva, que causé risas entre el personal.Empujé, y de nuevo me dijo que lo estaba haciendo muy bien. Así que, según parecía, el jefe de obstetricia se había equivocado en lo de “parto largo”, todo iba bien y rápido. Ya estaba dilatada de cuatro centímetros cuando una de las auxiliares me dijo en ese momento que podía pedir la epidural cuando quisiera.“¿La epidural? Si solo estoy de cuatro centímetros… no, no, de momento no”.
 

Entonces entró otra doctora, metió su mano de nuevo en mi vagina (¡Dios, por qué tienen que hacer tanto daño!) y espetó:
“A quirófano, urgente, hay que hacer cesárea”.¿Qué está diciendo esta loca? Pensé.“¿Como que cesárea? ¡Si voy muy bien!”.“Tú vas muy bien, pero tu hijo no aguanta un parto, le bajan las pulsaciones cada vez que tienes una contracción. Hay que sacarlo ya.”Busqué al otro doctor con la mirada, y asintió, miré a mi marido que puso cara de “¡qué le vamos a hacer!” y entonces rompí a llorar como una niña: “¡Yo no quiero cesárea!!” Pero no se trataba de lo que yo quisiera, como me hicieron saber inmediatamente, sino de lo más conveniente para mi hijo y para mí. "Ya se los explicarás a tu hijo",me dijo una de las auxiliares. Pedí que me acompañara mi marido, pero me dijeron que él tenía que quedarse fuera, así que me tenía que quedar sola (obviamente, no sola en el sentido estricto, ya que el quirófano estaba lleno de personal médico), pero estaba sola, iba a tener a mi hijo sin poder verlo nacer, sin que mi marido pudiese estar cogiéndome la mano y explicándome cómo iba todo, sin poder desahogarme por lo nerviosa y asustada que estaba. SOLA.Nadie me había preparado para ese parto. En las pocas clases de formación prenatal a las que pude asistir no me dijeron que, a veces, no se puede parir como una ha soñado, no me explicaron el procedimiento de una cesárea, no me prepararon para saber que se trata de una operación de grado mayor y que hay que estar en observación varias horas después como en cualquier otra intervención quirúrgica, no sabía que tendría que estar sola en todo ese proceso. Claro que conozco mujeres que han tenido a sus bebés por cesáreas, pero nadie entra en esos “detalles”, y si encima te pilla de novata como a mí, pues lo vives fatal. Yo por lo menos tengo muy mal recuerdo de mi parto y sobre todo, de las primeras horas después del parto.Aquello no tenía nada que ver con el parto que yo había soñado, que había imaginado tantas veces. Me había visto pariendo de forma natural, acompañada de mi marido, viendo a mi hijo nacer. Me había visto así muchas veces, con mi bebé impregnado de fluidos encima de mí, oliéndolo, besándolo, respirando con él, conectados todavía por el cordón. Me emocionaba pensarme así, pariendo. Llevándome a mi hijo al pecho, haciendo el piel con piel desde el primer momento.Nunca soñé que mi hijo nacería en un quirófano. Que lo sacarían de mi barriga sin yo sentir nada. Que no podría verlo, ni olerlo, ni tocarloNunca imaginé que se lo llevarían tan de prisa que apenas podría ver asomar uno de sus pies de entre un barullo de sábanas verdes. Que sólo podría ver su cara un segundo antes de que la enfermera lo volviera a tapar rápidamente para que no se enfriase.Ese no fue el parto que yo soñé.
Daniel nació a las ocho de la tarde de aquel lunes 7 de abril. Lo vi a un metro de distancia. Ni siquiera me lo acercaron a la cara para que pudiera rozar sus mejillas. No dudo que todo lo hicieron por el bien de mi hijo y para que llegase lo antes posible a urgencias de neonatología, pero ¿de verdad no podían habérmelo acercado un par de segundos, para darle un beso, para susurrarle “Tranquilo, mi amor, mami está aquí, todo va a ir bien”?Unos minutos después de que se lo llevaran, vino la pediatra de guardia de neonatología para decirme que mi hijo estaba estupendamente, todos sus niveles eran correctos y había llorado mucho (todo el recorrido hasta la sala de neonatos parece ser que lo hizo llorando). Yo no podía ni hablar, ahogada entre sollozos. Y allí me quedé, sola de nuevo, mientras detrás de una sábana que tapaba la mitad de mi cuerpo escuchaba la conversación de las dos personas que me estaban cosiendo la barriga. Nadie hablaba conmigo.
Hasta aquí, probablemente mi parto no difiera mucho de otros tantos cientos o miles. Muchas mujeres han vivido la experiencia de una cesárea. Muchas han tenido bebés prematuros que han sido separados de ellas para ser ingresados en neonatología y permanecer en incubadoras. De lo que me quejo (porque sí, me quejo) es que, por lo menos en mi caso, se “deshumanizase” el nacimiento de mi hijo, o yo por lo menos lo sentí así. Los médicos, cirujanos, obstetras, anestesistas, pediatras… Hacen su trabajo, y lo hacen bien. Yo estuve muy bien atendida, y entendí en todo momento que la prioridad era la vida de mi hijo y la mía propia. Teniendo en cuenta estas circunstancias, habrá quien opine que el hecho de poder ver y tocar a tu bebé recién nacido es una nimiedad, pero para una mujer sobrepasada por las circunstancias, enferma y medicada, ingresada varios días antes, cargada de hormonas y de nervios a partes iguales, un detalle como éste significa mucho. Y más teniendo en cuenta que, aunque en ese momento no lo sabía, me esperaban casi dos días de separación de mi hijo antes de volver a verlo.Mi parto entrará dentro de las estadísticas como uno de tantos que se intenta que sean vaginales y acaban en cesárea, pero lo que vino en las horas posteriores fue de mal en peor: la lenta recuperación, el postparto, la separación de mi hijo durante tantas horas, la tardía mejoría de mi salud, mi lactancia frustrada… Mientras sigo escribiendo y contando cómo fue, os dejo el enlace a una entrada anterior que publiqué con motivo de la Semana Internacional de la Crianza en Brazos: Nuestra primera vez en brazos. Merece la pena leerlo para que vayáis haciéndoos a la idea de lo que viví en las horas posteriores al nacimiento de mi hijo.Y vuestros partos ¿fueron como imaginasteis? ¿Os soñasteis pariendo como lo hicisteis? ¿Cómo vivisteis las primeras horas tras el alumbramiento?Un abrazo.


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