Revista Libros

El paseante de cadáveres, de Liao Yiwu

Publicado el 30 enero 2013 por José Angel Barrueco
El paseante de cadáveres, de Liao Yiwu
Me encantan los libros de entrevistas y éste lo es. Liao Yiwu retrata China como sólo lo saben hacer los grandes: metiendo su bisturí entre los ciudadanos, para ofrecernos un retrato plural del pueblo, y por eso desfilan por este volumen emigrantes, terratenientes, compositores, campesinos, embalsamadores, proxenetas, mendigos, condenados a muerte, ladrones, presidiarios, espiritistas, maestros de pueblo e incluso gente que cuenta historias de canibalismo. En cada capítulo o reportaje Yiwu escribe una escueta introducción, y luego pasa a la entrevista en estilo directo, sin trampas: preguntas y respuestas, y todos sabemos que el buen entrevistador es el que sabe sacar jugo de su entrevistado. El autor lo logra. A veces hasta molesta o incomoda al tipo sometido al interrogatorio, lo que proporciona jugosos careos entre ambos. Aquí van tres muestras de lo que cuentan los elegidos por Yiwu:
Cuando Mo Erwa y los niños se calmaron, Wang encendió una de las lamparillas con una cerilla y, con la claridad, descubrió que Mo había cavado un agujero en el suelo de la cocina y lo usaba como hornilla. La olla se había volcado y los trozos de carne estaban esparcidos por el suelo. Wang le preguntó: “¿De dónde ha sacado la carne?”, y Mo respondió: “Acabamos de cocer a nuestra hija de tres años”. [Del reportaje-entrevista “Canibalismo en tiempos de hambruna”]
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ZHANG: […] Hubo una vez uno al que le dieron un cuchillazo en el corazón y se quedó con los ojos mirando más allá de sus órbitas. Presioné durante un buen rato pero no conseguí metérselos, así que se los tuve que recolocar con alicates. Sus dientes estaban tan apretados con tanta fuerza que ni con un cuchillo conseguí abrirle la boca y al final tuve que recurrir a un abridor de latas. LIAO: Vaya tarea. ZHANG: Sí. Sobre todo la de abrirle la boca. En cuanto le metí el cepillo de dientes, salió un nido de gusanos, la lengua se le había podrido. El olor era tan fuerte que tuve que salir fuera para respirar aire fresco. Al final le cepillé los dientes con cuidado y le impregné un conservante antigérmenes como si estuviera limpiando un cuarto de baño y no arreglando un cadáver […]. [Del reportaje-entrevista “El embalsamador”]
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Así que decidí seducir a esa furcia. Esa vez fui yo quien fue a buscarla. Una vez en su casa le puse droga en su vaso de agua y, en cuanto se la bebió, quedó paralizada, momento que aproveché para meterle dos pimientos enteros por la vagina, luego se la cosí con hilo quirúrgico. Primero experimenté orgulloso el sabor de la venganza, pero después, caí en la desesperación y terminé entregándome a la policía voluntariamente. Así es la vida. […] Quienes han pasado por la cárcel acaban comprendiendo que no hay nada comparable con el amor de una madre, sobre todo si eres un preso condenado a estar muchos años. Primero es tu mujer la que acaba dejándote, los hijos vuelan y la gente te olvida. La única persona que se acuerda de ti y que viene a visitarte es tu madre. [Del reportaje-entrevista “El adicto al sexo”]
[Traducción de Leonor Sola Comino]

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