La filosofía barroca será una filosofía cuyo punto de partida es el yo. Ya Montaigne, renacentista y primer ensayista de la Historia, reparó en lo paradójico de preguntar por el "yo" en tercera persona. La Realidad, se vuelve objeto de desconfianza. La filosofía moderna se pregunta si será real acaso lo que yo percibo (con cualidades secundarias, como los colores, olores, sabores, sensaciones de temperatura, etcétera...) o si solo son reales las cualidades primarias (dimensiones, tamaños, figuras, fuerzas, todo aquello que puede ser sometido al lenguaje de las matemáticas)?
Para esta pregunta hay dos respuestas, dependiendo de donde se ponga la certeza: el racionalismo (dudemos de todo hasta llegar al primer principio indemostrable: el yo) o el empirismo (reconozcamos que la única certeza es que soy "impresionado", sin más y sin asumir que hay algo que la impresiona. El "pienso, luego existo" o las impresiones de la experiencia. El racionalismo o el empirismo.
En cualquier caso, sólo el sujeto, (el yo, la mente...), bien sea dudando (racionalistas) o sea afirmándose en sus percepciones (empiristas), podrá ser el punto de partida de la Filosofía para los modernos. La filosofía de Santo Tomás y posterior (La Escolástica) queda a un lado pero se cuela en Descartes "por la puerta de atrás" (diferencia entre esencia y existencia, recuperación del argumento ontológico de San Anselmo y concepto aristotélico de "sustancia")
Será imprescindible para todos ellos (Racionalistas y Empiristas) empezar por la teoría del conocimiento (¿qué es conocer y cómo lo hago?) para poder hacer metafísica (¿qué hay en realidad?) y no al revés. Los antiguos y medievales primero esbozaban una teoría de la realidad y del ser de las cosas (metafísica) y después consideraban cómo conoce el resto de la realidad una parte de ella muy peculiar a la que llamamos "ser humano" (una excepción la encontramos en San Agustín, quien en cierto sentido es un precedente de Descartes) Pero no es así con los modernos. Los modernos parten de la soledad de mi mente para luego buscar la forma de saber qué de lo que a ella llega es real y qué no lo es.
Si la forma de saber tiene que ver con la razón, estamos en el racionalismo. Si la forma de saber da prioridad a la experiencia, estamos en el empirismo. Al final la contradicción dialéctica entre ambas corrientes llevará nuevamente a un bloqueo en la Historia de la Filosofía que tendrá que resolverse en una síntesis brillante: la filosofía de Kant. Pero la síntesis de Kant sigue bajo los mismos parámetros generales: nuestro conocimiento es una representación de la realidad pero de cómo sea la realidad más allá de nuestra manera particular de conocerla no tenemos ni la menor idea.
Todo este cambio afectó a las ciencias. Anteriormente, en la Antigüedad, Leucipo, Demócrito y Epicuro habían ya defendido un monismo cualitativo (pero pluralista en lo cuantitativo) que, en el caso de los dos primeros, les llevó a defender una postura de desconfianza frente a la información proporcionada por los órganos sensoriales (dado que ésta puede tratarse de una representación distorsionada) Dice Demócrito: "Según la opinión existe el calor y existe el frío, existe el color, lo dulce y lo amargo; pero según la verdad sólo existen los indivisibles (átoma) y el vacío (tó kenón)"
Pues bien, Galileo recuperará esta distinción de los atomistas. Y eso hará que la Ciencia moderna tenga que preguntarse, desde la Filosofía y no desde las ciencias, qué "entidad" tienen las cualidades secundarias, esas que no se dejan someter al método científico. Pero eso implica, como dijimos antes, pensar el "yo", es decir, hacer que el propio sujeto se vuelva sobre sí mismo hasta el extremo de llegar, como Descartes, a considerar la posibilidad que sólo exista la propia mente. Al fin y al cabo, si el sueño es capaz de inducirnos una fuerte impresión de realidad, ¿qué certeza tenemos de que eso que creemos real lo sea?
En el Barroco el individuo es actor y espectador de su propia conducta. Es el arte de la representación del Barroco que no se dio sólo en la pintura sino en todos los aspectos de la cultura de la época. La Ética queda en suspenso en Descartes y se reduce a hacer lo decoroso y bien visto. Los empiristas no van mucho más allá. En Política, el parlamentarismo inglés (con John Locke) pone encima de la mesa la idea de representación del pueblo como única forma legítima de ejercer la soberanía. Por otro lado, la propiedad privada se torna derecho natural (Locke, Adam Smith) en la medida en que un yo que no es cuerpo (¿alma? ¿mente? ¿sujeto?) tiene una relación originaria y primitiva de propiedad con "su" cuerpo (primera y más originaria posesión de un ser humano), al que conoce por representaciones. Democracia parlamentaria y defensa de la propiedad privada como bien inalienable aparecen juntos como fundamentos del estado de derecho en el Barroco.
En Literatura y Pintura, la analogía entre ficción (representación) y vida (realidad) desborda, pues, el ámbito de la metáfora. Piénsese en La vida es sueño o la duda razonable, al final de El Quijote, sobre quién está más instalado en la realidad, Don Quijote o Sancho Panza. Pero, especialmente, Las Meninas son un ejemplo paradigmático y gráfico donde Velázquez se muestra como la quintaesencia de la representación de la representación:
En "Las Meninas" vienen a superponerse con toda exactitud la mirada del modelo en el momento en que se pinta, la del espectador que contempla la escena y la del pintor en el momento en que compone su cuadro (no el representado, si no el que está delante de nosotros y del cual hablamos). Quizá haya en este cuadro de Velázquez una representación de la representación barroca y la definición del espacio que ella abre [...] Pero allí, en esta dispersión que aquella recoge y despliega en conjunto, se señala imperiosamente, por doquier, un vacío esencial: la desaparición necesaria de lo que lo fundamenta -de aquel a quien se asemeja y de aquel a cuyos ojos no es sino semejanza. Este sujeto mismo -que es el mismo- ha sido suprimido. Y libre al fin de esta relación que la encadenaba, la representación puede darse como pura representación.
Adaptado de Michel Foucault: Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. México: Siglo XXI, 1991, página 25.