—¿Qué hago? Quiero decir...para estas cuestiones de enamoramiento. Usted, que es poeta, sabe como hundirse en sus ansiedades y extraer un poema de provecho. Y los letristas hacen tangos cuando una ausencia dura más de diez horas. Pero yo, que soy filósofo ¿Qué hago?
—Parece mentira que después de tanta meditación este puchereando. ¿Dónde quedó la mente amurallada por el discurrir, las lecturas de La consolación por la filosofía, de Boecio?
—Lo más cerca que he estado de ese libro fue por Kennedy Toole y La conjura de los necios.
—Consuélese con sucedáneos dulces— le responde Henry Sacmer acariciando la barriga que sobresale de su anacrónico piloto mal teñido en domicilio.
Estamos en el salón del parador del Ninfo de Traspié y Edda Minor. La pareja no puede creer que mi padre y Taulo hayan desaparecido. Y que por una compadreada hayamos encontrado Parador Nada.
—Han tenido suerte. El camino hacia el Go parte de ese lugar, ese entre mundos. Y allí no rigen las mismas normas físicas que constriñen este que habitamos. Si se hubieran desviado un poco del camino quien sabe en que futuro habrían llegado.
—¿Cómo en los viejos cuentos del reino de las hadas donde las horas se hacen años en nuestra realidad?
—O el dictamen del populacho religioso que fija en cien de nuestros años un día de la divinidad.Deme señora Edda. Por ahí el muchacho tiene razón —acota Diógenes.
Edda Minor le pone al Filósofo doble ración de un suculento postre con mucho merengue que reparte para todos. Afuera las primeras gotas del aguacero caen sobre la pista descuidada, pero no abandonada.
—Han traído la tormenta desde el otro lado y para este tipo de tormentas no le servirá tampoco el equipamiento, joven —comenta Edda sin dejar los borceguíes marrones que completan el atuendo detectivesco de Sacmer—. Puede que la lluvia acerque otras cosas. Tendré que ocuparme. Si me permiten...
Sale a la pista llevando un paraguas que parece una sombrilla y unos saquitos con sal. Luego se pone a danzar, tal y como describió mi padre. Si entorno los ojos puedo ver a su lado fantasmas de noches milongueras.
—¿De qué habla?
—Aquí estamos acostumbrados a lo raro. Han caído zapatos de baile sin terminar, rayos con forma de secuencia en exhibición. Hasta una tempestad de libros tangueros inconclusos hemos tenido. Material codiciado.
—¿Es posible que Clemencio y Taulo de Sardo se hayan metido de cabeza entre mundos por el camino del parador?
—Posible. Probable. No se encuentran las sendas a las Casas del Go con premeditación. Casas, por emplear un término inadecuado. Comprendan que todo lo que se sabe del Go son hablares, rumores. Parador Nada es un sitio que puede ser estable en muchas realidades, una insinuación real de los ilusorio.
—¡Ah... Como en Saint Seya! —Dice Sacmer, entusiasmado. Todos lo miramos sin entender.
—Si.. Los Caballeros del Zodiaco... Era fanático de ese dibujito. Nosotros, por hacer una analogía, somos Go de bronce y nos vamos enfrentando a los Go de plata primero y luego a los Go de Oro hasta rescatar a Clemencio y Taulo...
—¿Go de bronce? A la inversa de las edades de la humanidad que cita mi compadre Hesíodo?
—Déjelo Pelandrún, este pibe está chiflado. Entre la ciencia ficción, el policial negro y los personajes que entrevista ya no tiene clara la línea entre la realidad y la fantasía. Y si usted le hace caso se va a chiflar ahora que anda vulnerable. Oiga, Henry ¿No quiere escribir historias para los clientes de mi sauna tienda de sudación? Hay buena paga y salamín a mansalva.
El Indio Martín es ante todo un empresario
—No tengo el rigor ni la constancia. Pero si la cosa se pone fea, hablamos...
—Miren muchachos —Diógenes se limpia los restos del merengue y apura de un saque su vaso de marrasquino—, hace un tiempo que estamos juntos. Hemos compartido muchos sucesos, sin desconfiar jamás de la verosimilitud de cada cosa inusual que nos pasaba. No vamos ahora a ponernos serios con respecto a lo que es y lo que no es, cuando todo se vuelve certeza, si uno quiere. Si hay que pegar cabezazos a la incertidumbre hasta que la ilusión se haga hecho, yo voy primero. No me gusta tener el pensamiento perturbado por un enamoramiento, pero no voy a alejar ninguna opción, solo por descreído. Además hay que tener en cuenta algo fundamental: hasta que no aparezca Clemencio el casorio de Cátulo y Nina está en el aire. Y eso es algo que como padrino de la boda no puedo permitir. Señor Ninfo, ¿Cómo vuelvo a Parador Nada?
—Esa es otra cuestión. Todos esos sitios no coinciden nunca con nuestro deseo. Si quieren viajar por atajos y cortadas tendrán que buscar una senda accesible, una entrada falseada, una apariencia a la que le hayan hecho fuerza desde aquí, para volver con cierta seguridad a este tiempo. Si no, puede que queden prisioneros de otras leyes físicas y el viaje se haga eterno para los que esperan de este lado. Algo que no recomiendo, si el poeta quiere casarse pronto.
—Tenemos fecha abierta en el Hostal de los señores Mawartz.
—Si. Lo que diga. ¿Pero querría usted que su enamorada pasara las de Penélope esperando al Odiseo? Ese es un amor de mito, de literatura, pero ¿Qué mujer esperaría ese tiempo en la actualidad? No le recomiendo este viaje. Ya se los dije. Si buscan el Go o a su padre usen lo probado, mapeado y cartografiado por milongueros que hayan vuelto. Locos, eso si, pero intactos. Tengo aquí en algún lado, un librito de García Giménez con un croquis anotado de puño y letra por el famoso Petaca Travieso en la hoja final. ¿Dónde estará? Ah. Aquí. Llévenlo. Y usen la senda del Paso del estornudo.
Me pasa un librito que cabe entero en la mano.
—¿El paso del estornudo? ¿Es que hay alguien que hizo famoso algo así?
—¿Famoso? No. Conocido, repetido, malversado, reinterpretado y luego hecho copias de maneras muy diferentes, puede ser. Ni famoso, ni original. Una sombra del primero. Según los entendidos es una ráfaga de amagues. Una cadencia lenta qué, de pronto, se vuelve impromptu y atraviesa la pista. Si los primitivos maestros conocidos inventaron giros, pasos y secuencias según los trabajos que tenían fuera de la milonga ¿Qué no crearon esos otros maestros cuyo estilo se basó en la contemplación, lo aleatorio, la indolencia y la abulia? Se lo dije a su padre, el Go, los Go, aman la belleza de lo absurdo. El paso del estornudo es de alguno de esos anónimos, inmortales Go, que figuran de fondo y como una nota al margen en libros o en aquellas películas de Manuel Romero. Si ustedes ven Los muchachos de antes no usaban Gomina o La historia del tango, se encontraran con miles de pasos primitivos, geniales, hechos por algunos bailarines que apenas respeta el recuerdo, en primera línea. Milongueros auténticos, únicos. Los otros, los que no figuran, los aledaños, los imposibles, los que hacen arte cuando la cámara no ve y se ríen del preparado y ensayado, esos son los Go. Milonga pura. Milonga perdida entre la luz y la sombra de una noche.
— Hay que ir. No podemos quedarnos. El recuerdo de Maya me lo impide. Y Clemencio... si Clemencio no anda por uno de esos bailongos bravos, no sé donde anda.
—Hay que ir. Pero antes tengo que llamar a Nina. Llamo, nos metemos por la entrada falseada, buscamos, vemos, bailamos. Y volvemos con Clemencio y Taulo.
»Como muy tarde, calcule que volvemos mañana a la hora de comer.
Ninfo de Traspié nos mira con la cara que tiene un milonguero viejo al ver a un principiante que elige para bailar en su primer bailongo una tanda de milongas. (continuará)