Escribe hoy Carlos Carnicero sobre la navegación a la deriva en la que está inmerso este triste PSOE comandado por Zapatero:
“Este final de ciclo va a ser patético para el socialismo español. Se cumple la maldición de que toda regeneración se tiene que hacer desde la catástrofe.”
Los acontecimientos sucedidos durante la visita de Benedicto XVI a España han sido la mejor escenificación de su claudicación sin condiciones, de un partido que navega sin rumbo y sin ideas y, lo que es peor, sin atreverse a escuchar y tomar nota de las demandas de la ciudadanía. Un partido que se ahoga irremisiblemente en la estrategia terminal del “sálvese el que pueda”, que le impide vislumbrar las exigencias de los ciudadanos y de buena parte de sus militantes y votantes.
El PSOE se dispone a afrontar la amarga travesía del desierto más sólo que nunca y con las filas prietas de advenedizos que abandonarán el barco apenas el agua salada del mar salpique la cubierta.
El otro día me explicaba un veterano socialista que ahora toca perder, perderlo todo y de la forma más humillante posible. Sólo así, cuando ya no haya nada a lo que aferrarse, todos esos socialistas de nuevo cuño que han crecido a la sombra de la acumulación de poder abandonarán las filas para que se queden los que de verdad se identifican con una ideología predestinada a cambiar la sociedad.
Sólo desde ese páramo de soledad en el que únicamente permanecen los afines por ideas y no quienes su alineación depende del cargo que le toque en suerte en el sorteo, será posible la tan necesaria renovación de un partido que ha perdido su más sagrada seña de identidad: la de ser útil a la sociedad a la que sirve.
Es la tesis del resurgimiento del Ave Fénix desde la tragedia inevitable y tras pasar por el lodazal de la derrota y el abandono. Y parece ser que es de paso obligado.