Voy a ser breve y conciso. Ser patriota es una tontería.
¿Por qué?
Porque consiste en sentirse orgulloso de una pura casualidad -haber nacido en un sitio en vez de en otro-. Es tan ridículo como sentirse orgulloso de ser de una raza.
La idea que intento esponer en este artículo de hoy, es que cada uno debe escoger su nacionalidad; en vez de ser nosotros escogidos por la nación en que nacemos. Es decir, que nosotros mandamos sobre nuestra nacionalidad, y no al revés. Resulta penoso pensar en que tenemos que sentirnos españoles cuando ese gentilicio puede no representarnos en los más mínimo; o, incluso, generar en nosotros un hondo sentimiento de vergüenza o rechazo. Y con ello, no quiero decir que se renuncie interiormente a una nacionalidad en detrimento de otra. Uno no tiene porqué sentirse patriota de ningún sitio. Simplemente, puede sentir más apego por un pueblo -pueblo, en sentido amplio -que por otro. Sin querer parecer egocéntrico, expongo mi ejemplo: yo soy nacido en Ponferrada y, como tal, soy berciano de nacimiento. Una parte de mí siempre será berciana. Pero, por otro lado, vivo en Barcelona y figuro como empadronado en la ciudad -berciano de nacimiento, catalán de hecho-. Con ello no quiero decir que, dentro de mí, me sienta más catalán que la escudella; pero, ciertamente, soy catalán.
Existe un modo de concebir las nacionalidades distinto al tradicional -consistente en que cada uno es del país en el que nace, por mucho que le chinche-. La manera progresista de concebir este asunto es otra muy distinta: la nacionalidad entendida como la expresión de la voluntad de cada uno. Esta es la única manera verdaderamente avanzada de entender este asunto. La otra visión es arcaica y excesivamente inmovilista.
Si de verdad queremos avanzar hacia un modelo igualitario, la primera medida debería ser evitar igualarnos por la fuerza.
La actitud homogeneizadora borbónica continúa intacta con el paso de los siglos, y ello supone ataques constantes contra todos los particularismos que integran los pueblos de la Península. Y esta, sigue conteniendo identidades demasiado plurales como para que "la idea de España" pueda llegar alguna vez a ser "una España real". Lo normal es pensar que el proceso de desintegración, que tuvo sus dos últimos grandes episodios en Cuba y Filipinas, continúe su curso; pero ya en el interior de la Península.