Revista Filosofía

El pecado del cardenal Cipriani

Por Zegmed

El pecado del cardenal Cipriani

El pecado del cardenal Cipriani consiste en creer, con una insolencia anti-evangélica, que él es la Iglesia de Jesucristo. El pecado del cardenal es, en realidad, un pecado de la jerarquía vaticana: el haber convertido en purpurado a un hombre de corazón oscuro y de mente reaccionaria. Lamentablemente, buena parte de la Iglesia jerárquica es tan reaccionaria como nuestro cardenal y su incorporación en la curia se debió a movimientos políticos del periodo del tan querido, aunque muy cuestionado, Juan Pablo II. A pesar de ello, los católicos que tienen algo de memoria, independencia en el juicio y autonomía en la acción difícilmente pueden estar de acuerdo con este infeliz representante de la Iglesia; sin embargo, él habla como si su voz fuese el genuino reflejo de la porción del Perú que se denomina católica, situación que a más de uno repugna. Juan Luis Cipriani es una vergüenza eclesial y los es por diferentes motivos, los mismos que he expuesto más de una vez aquí, aquí y también aquí; no obstante, dos cuestiones han llamado mi atención reciente y sobre ellas quiero detenerme brevemente.

Hace pocos días, de hecho, la semana pasada, un domingo como hoy, se leyó un ignominioso documento en buena parte de las parroquias limeñas. Un documento de apoyo al cardenal Cipriani a través del cual se llevó a los templos, lugares de culto, una disputa personal de este prelado con el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, quien lo criticó con severidad recientemente. Lo deplorable de esta actitud, que es sintomática en el caso de Cipriani, es que se hace uso de su autoridad como obispo para que una postura ideológica personal, no eclesial, se difunda como posición de la Iglesia toda. No en vano, monseñor Bambarén, un obispo comprometido con casi todas las causas justas que Cipriani ha condenado, ha criticado este uso indebido de los altares. Se trata, en efecto, de un gesto absolutamente despreciable, de la instrumentalización de un lugar sagrado y del momento del culto (porque la lectura fue en medio del acto litúrgico dominical) para fines personales de los más bajos: la defensa de la propia posición que pretende esconderse detrás de las sotanas para obtener legitimidad. Es una acción sumamente perversa porque se trata de una postura política e ideológica determinada que se pretende cubrir con un halo de santidad volviendo a la religión cómplice instrumento de los poderes fácticos. Este es un tema que fue denunciado con una lucidez inmejorable por Karl Marx hace más de un siglo y cuya crítica no puedo más que suscribir íntegramente en este caso. Recuerden, además, que el único pasaje evangélico en el que se ve a Jesús iracundo es aquel en el cual echa a los mercaderes del templo y, según indica la exégesis más rigurosa, la razón de la furia del nazareno se debió a la instrumentalización de lo sagrado, al hecho de volver al templo un lugar de ganancia y empoderamiento de las clases religiosas más poderosas (recuérdese, contra la exégesis común, que los mercaderes no estaban dentro del templo, por lo cual la ira de Jesús no pudo deberse a una profanación literal del recinto sagrado; el problema se debía a la orden expresa del clero de exigir el recambio de dinero para el diezmo y a la estructuración jerárquica del culto).

Si bien ya conocía esta situación, hace un par de horas, por esas casualidades del destino, prendí la TV y me tocó ver la repetición de “Diálogos de fe”, el programa que el cardenal Cipriani tiene en RPP.  Esa fue la gota que rebalsó el vaso y la razón por la cual me dispuse a escribir estas líneas. En su edición de este fin de semana, al menos en la porción que pude ver, JLC fue muy frontal como siempre y dijo una serie de barbaridades que merecen alguna respuesta. En primer lugar, hizo una defensa abierta de la libertad que ostenta la prensa nacional. Aludió, en un gesto canalla, a la típica falacia de la libertad de expresión: “todos los diarios tienen la posibilidad de expresar sus opiniones sin restricción, pero hay una dictadura de pensamiento que hace que cuando se opina diferente se acuse a la prensa de estar coludida” (esta no es una reproducción literal, pero sí recoge el sentido sin alteraciones). Y, claro, esto es cierto si se ven las cosas con la miopía moral que caracteriza al cardenal: “cada diario tiene derecho a pensar lo que quiere, aquí nadie se ha coludido, cada quien defiende sus intereses”. Por supuesto, y por eso está bien ocultar la información, agredir a la universidad más importante de este país, desinformar al elector y hacer una campaña llena de falacias e infundios solo contra uno de los candidatos. Cipriani es un conocido cómplice de las peores causas que se han defendido en este país, por lo que esto no sorprende; pero eso no quita que tenga que denunciarse a este cura que se esconde tras los hábitos para defender en nombre de la Iglesia sus más pedestres intereses.

Luego de lo dicho, Cipriani inició una confrontación abierta con los “caviares” (pueden verse dos posts sobre ese concepto aquí y aquí), a quienes llamó por ese nombre para luego esconder la mano: “hay ciertas ideas de los que, yo no quiero usar ese nombre, algunos llamar ‘caviares’”. A estas personas se refirió como defensores del “pensamiento único”, rótulo adjudicado al pensamiento reaccionario que, seguramente por ignorancia, Cipriani traspuso al bando contrario: “estos sujetos defienden un pensamiento único que quieren imponer a toda la sociedad, vulnerando la libertad de expresión de quienes ven las cosas de modo diferente, como quien habla”. Esto, sinceramente, es el colmo; no solo por lo sinvergüenzamente cómplice que resulta el cardenal, sino porque ese llamado “pensamiento único” ha sido, precisamente, el único que en este país se ha comprometido con las causas de justicia y de memoria, que ha protegido a los más pobres del abuso de la autoridad, de las violaciones de los DDHH, del latrocinio generalizado cuando el cardenal Cipriani rechaza denuncias de DDHH en Ayacucho y cuando se burlaba junto a algunos militares de la cojudez que resultaba la defensa de dichos derechos. Para un cómplice del fujirmorismo, estas son reivindicaciones “caviares”, luchas fundamentalistas de personas que solo ven las cosas de un modo y que no toleran la diferencia. Qué vergüenza da escuchar a este obispo de la Iglesia, seriamente, qué vergüenza. Encima, descarado y falso como siempre, Cipriani remitió a la Iglesia como defensora de causas justas que los caviares pretenden defender solos. Y, claro, el cardenal tiene toda la razón, pero la Iglesia que defendió esas causas no fue la que él representa, sino el ala verdaderamente comprometida con el evangelio de Jesucristo y con la auténtica fuerza de la sentencia cristiana de que la verdad nos hará libres. Juan Luis Cipriani ofende la inteligencia de los peruanos, pero, sobre todo, se aprovecha muchas veces de que algunos de nosotros somos de memoria frágil y de espíritu concesivo, se aprovecha el cardenal de que la gente aún respeta tanto la revelación cristiana que no sabe distinguir la paja del trigo cuando la primera abunda también dentro de la propia Iglesia. Gracias a Dios el cristiano cultiva la esperanza y muchos de nosotros esperamos el día alegre en que otro pastor rija los destinos de esta diócesis, los días en que JLC deje de usar el púlpito para defenderse a sí mismo y se defienda desde este alguna causa justa, como se hizo en otros tiempos.

*Bonus track: Una calientita de Diario 16 http://diario16.pe/edicion/digital/283/


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