Revista Salud y Bienestar

El pediatra social…sociable: la cortesía en la consulta clínica

Por Pedsocial @Pedsocial

Dame la manita PepeluiDel “comment” de P. Loren del último “post” de este “blog”, lo que traducido del spanglish internetero quiere decir que del comentario de P. Loren en la última entrada de esta bitácora sobre la comunicación con los pacientes, nos acercamos a ese punto de contacto que es la entrevista clínica.

En alguna ocasión los antropólogos de la medicina hablan del intercurso cuando se refieren al encuentro entre médicos y pacientes. Efectivamente tiene una notable grado de intercambio de intimidades, y eso da mucho para hablar.

Pero previamente está el establecimiento de contacto. Tal y como está el sistema asistencial en este siglo, el encuentro no es entre dos desconocidos. En principio el paciente conoce el nombre del médico que le va a atender o, por lo menos, como puede suceder en Urgencias, la adscripción del facultativo a un equipo. La aproximación del paciente suele suceder por que es convocado por su nombre, de viva voz o por un altavoz y el facultativo dispone de su identificación. Lejos quedan ya los tiempos de: “el siguiente” aunque algunos afirmarán que con la carga asistencial de los servicios de Atención Primaria a veces no da tiempo ni de verbalizar el nombre. Pero creemos que eso es excepcional, aunque sólo sea por razones administrativas: presentación de la tarjeta sanitaria, solicitud de cita previa, remisión desde otra consulta o algo similar.

La sociabilidad más elemental debe conducir a saludar al paciente y sus acompañantes con la también elemental urbanidad de “buenos días”, “buenas tardes” o”¿Que tal?”. Dirigirse por el nombre o el apellido es un esfuerzo adicional que no siempre forma parte de las habilidades de los profesionales. En el caso de los niños me permito un comentario que, como casi todo en este blog, es personal y subjetivo: antes de los 5-6 años los niños no siempre identifican su nombre como ellos mismos. Seguro que habéis sido testigos de que los niños y, a veces también sus padres, se refieren a ellos mismos por su nombre en tercera persona: “A Pepito no le gusta este pantalón” puede decir un mocoso de 3 años, alejándose de la responsabilidad. Forma parte del desarrollo psicoemocional y es perfectamente normal (decía Piaget hace casi un siglo) aunque algunos pedagogos lo consideran como un cierto infantilismo o un exceso de mimo.

Un profesional experimentado puede o no prestarse a ese, digamos, juego si se siente cómodo. Pero lo honesto es identificar a cada uno con su nombre y, en todo caso, tratar a unos y otros con respeto.

Se ha debatido sobre la conveniencia o no de dar la mano, saludo habitual europeo, a los padres o pacientes. Es una cortesía que en épocas de epidemias virales creo que puede obviarse, a menos que vaya seguida de un lavado de manos antes de proceder a la exploración del paciente y aún así, en todo caso. Y vale la pena recordar que no forma parte de la cortesía habitual en muchas otras culturas en este mundo globalizado. Por otro lado puede servir para formalizar el respeto precisamente hacia aquellos que se puedan sentir distanciados o de alguna forma menospreciados por pertenecer a otra cultura u otro nivel social más o menos marginado. De nuevo ahí entra en juego la habilidad y perspicacia del profesional. Incluso cómo manejar las diferencias de género ante este tipo de cortesía en diferentes culturas. Por ejemplo cómo puede ser bien aceptada dar la mano a un hombre por parte de otro, pero no a una mujer en algunos norteafricanos, musulmanes o no. O, al revés, que una mujer médico le ofrezca la mano a un hombre. Cada cual puede valorar cuanto puede contribuir un gesto a normalizar e integrar culturas. En todo caso y si se produce alguna situación más o menos embarazosa. procurar salir de ella minimizándola y dando paso a otra fase del encuentro, preferiblemente con una sonrisa y sin enjuiciar actitudes.

Siempre hemos propiciado que el facultativo que atiende niños se dirija a ellos. Una vez se haya iniciado el encuentro es esencial que el niño, cualquiera que sea su edad, entienda que allí es el objeto de toda la atención. Cuando decimos que cualquiera que sea su edad no entendemos de excepciones. Un recién nacido o un lactante pequeño puede percibir mucho más de lo que podemos llegar a pensar. Pero incluso con los más pequeños y por la delegación de la madre conviene que a través de ella se produzca esa consagración de protagonismo. No todos los pediatras habrán adquirido las habilidades del trato con niños y, sin embargo, serán unos excelentes clínicos. Pero puedo asegurar que los miles de minutos y los miles de dificultades que he salvado con el gesto de tomar el niño de los brazos de su madres no tienen precio. Puede ser difícil encontrar el momento propicio porque las circunstancias y los protagonistas son múltiples y diferentes. En general he optado por aprovechar el momento en que se va a llevar al niño a la camilla de exploración. De alguna forma hay que hacer entender al niño que te vas a ocupar de él, que eres su defensor, amigo y solución de sus problemas. Cierto que a veces son los propios padres los que se resisten, de forma consciente o inconsciente, a que el niño se separe físicamente de ellos y no es necesario forzar situaciones.

Pero, claro, los niños lloran. Bueno, pues también ahí hay modos y maneras de aproximación que sean socialmente aceptables. Pero lo dejamos para otra ocasión.

Y ya sabéis, si tenéis preguntas, usad los “comments”.

 

X. Allué (Editor)


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