(Preciosos dibujos de Claudia Azpiazu)
La primera impresión así era. Acababa de llegar y los veía con sus sonrisas de oreja a oreja; luego aprendí que en muchas ocasiones es una sonrisa social y cultural de acogida y agradecimiento hacia nosotros. Si realmente estuviesen tan felices y sonrientes como me pensaba no se jugarían la vida cruzando el desierto y el mar en patera. Estaba idealizando la pobreza.
“Sé lo que sienten, me pongo en su piel. He estado un día sin comer y durmiendo en el suelo”.
Por mucho esfuerzo de empatía que haga, por muchos años que lleve con ellos, debo tener la humildad de reconocer que no tengo ni idea de lo que es tener hambre de verdad, comer cada dos días, cargar con 10 kilos de agua a las espaldas durante dos kilómetros cada día, dormir en el suelo noche sí y noche también.
Yo, en cualquier momento puedo coger el avión y regresar. He escogido libremente ir, puedo volver cuando quiera. Ellos no pueden elegir. Vivimos en un único mundo, debemos ayudarnos y colaborar mutuamente.
Con estas palabras no quiero desanimar a nadie a hacerlo, al contrario, animaros, pero siempre con el máximo respeto, dignidad y profesionalidad. Parafraseando a Chinua Achebe, debemos “ayudar a la sociedad de África a recuperar la fe en sí misma y superar los complejos de años de denigración y autodesprecio”. A veces, la cooperación hace todo lo contrario, así que quizá sea el momento de replantearla o bien limitarnos a ser los últimos cooperantes.
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