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Estamos asistiendo a la peligrosa, y de cierta manera silenciosa, creación de una para-Venezuela o “país” paralelo en el cual la inmensa mayoría de venezolanos y venezolanas que hacen vida en nuestro soberano territorio son desdibujados paulatinamente con la intención de hacerlos desaparecer simbólicamente como pueblo.
Esta peligrosa operación intenta hacer del venezolano y la venezolana que reside dentro de las fronteras de la patria una especie de holograma, desprovisto de sustancia, no solo física, sino más aún moral. Intentan, desde laboratorios coloniales, borrar nuestro arduo trabajo cotidiano, nuestra fuerza e identidad.
Se trata de una operación llevada a cabo desde la poderosa industria cultural estadounidense con sus tentáculos mayameros, que ejercen una agresiva ascendencia sobre Latinoamérica y el Caribe. Es la misma industria que, a imagen y semejanza de Hollywood, para el mundo, impone modelos de identidad, moda y cultura confeccionados para lo que ellos consideran su patio trasero: América Latina y el Caribe.
Desde esas instancias, ya desde hace varias décadas, a través de fenómenos como la arrolladora industria “cultural” mayamera de Emilio Estefan y su emporio discográfico, se decidía qué tipo de música se debía escuchar en América Latina y el Caribe, cómo se debía vestir su gente, y hasta qué habría de comer su pueblo para estar a la “moda”.
Hoy día todo ello toma un impacto y amplitud mayor a causa de la emergencia de las llamadas redes sociales que ha exponenciado estas prácticas socio-culturales a la enésima potencia. El fenómeno del emporio musical de Emilio Estefan ante esta nueva arremetida digital del 2.0 ha quedado arcaico.
Ahora es Silicon Valley en Los Ángeles y su dictatorial hegemonía mediática quien impone una especie de nueva “identidad cultural” planetaria de la cual Latinoamérica y el Caribe son blancos prioritarios.
Es así como no solo se imponen modas “culturales”, sino que dichas modas poseen un componente político imperial que tiene como misión fundamental imponer, a su vez, sistemas de gobiernos, creencias e identidades sociopolíticas, no solamente a través de golpes de Estado o invasiones como otrora, sino más aún por medio de la dictadura silenciosa de las redes sociales, en tanto que vehículo de golpes de Estado “blandos” a través de canciones, “artistas”, premios o conciertos.
Por medio precisamente de estos muy poderosos emporios comunicacionales y “culturales” fue que instancias como el Departamento de Estado de los EEUU disparó a discreción contra el pueblo venezolano para posicionar, a través de influencers y un arsenal de propaganda “cultural” nunca antes vistos en Venezuela, la idea de que el ciudadano medio venezolano estaba viviendo dentro de las fronteras de una “patria fallida” (y ya no solo un “Estado fallido”) y había que huir cuanto antes.
Claro está, la industria cultural que ejecutó este plan solo actuó una vez creadas las condiciones materiales contra Venezuela a través de un bloqueo económico, financiero, diplomático y comunicacional.
Primero fue el bloqueo material, después el psicológico, simbólico y sentimental contra la autoestima e identidad del venezolano.
Fue así que comenzó a tejerse una especie de “República” paralela con la creación, en el primer gobierno de Trump, de una ”presidencia” paralela a través del inefable Juan Guaidó, una “Asamblea Nacional” paralela (la fenecida del 2015), un “TSJ” paralelo y, a partir de las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, incluso un “CNE” paralelo por vía de la empresa privada SÚMATE, propiedad de María Corina Machado, quien por medio de una página web fraudulenta quiso imponer resultados electorales, también ellos paralelos.
Es importante entender los pasos de dicho intento de construcción de una para-Venezuela. Como lo mencionamos, primero dijeron desde el exterior por medio de estas agresivas campañas “culturales” que Venezuela no era viable socialmente y se debía huir. Después, extrañamente, comenzaron a hablar maravillas de su flora y fauna: sus playas, montañas y selva. Más tarde se montaron en la ola de “Venezuela se arregló”, pero solo para rematar diciendo que se arregló gracias a las supuestas remesas que venían del exterior.
Ahora simplemente venden la idea que Venezuela no son los venezolanos y venezolanas que forjan la patria cada día con el arduo trabajo de pescadores, agricultores, obreros, estudiantes, amas de casa, etc., sino que la patria sería una especie de sucursal en Miami, Madrid o Bogotá.
Faltaba, pues, dar la estocada final e institucionalizar ahora una “Nación” paralela. Era, pues, el turno de la poderosa industria cultural musical a través de los dictatoriales designios del algoritmo.
Comenzaron entonces a surgir fenómenos “culturales” de una gran viralidad como temas musicales bajo el título de “Venezuela en el 2000” o “Veneka”, confeccionados milimétricamente desde Miami, a través de los cuales se trata de evocar, en el primer caso, una Venezuela idílica “destruida” por el chavismo, y en el segundo, con el tema musical “Veneka”, una nueva identidad a partir de la cual los compatriotas, comenzando por los que están fuera de nuestras fronteras, no serían venezolanos y venezolanas, sino “venecos y “venecas”.
De pronto, estos “artistas” comienzan a ganar premios financiados por la poderosa industria “cultural” y de propaganda estadounidense, como los Grammy, dar conciertos por las principales capitales del mundo y ser aupados por el algoritmo de las redes sociales de Silicon Valley.
Ahora de lo que se trata es de exportar dicho modelo cultural de una para-Venezuela e imponerlo incluso a la mayoría de los venezolanos y venezolanas que viven dentro del país. Estar en Venezuela sería ahora una especie de vergüenza o, en el mejor de los casos, una actitud “demodé”. De ahora en adelante no seríamos, pues, venezolanos y venezolanas, sino venecos y venecas.
Olvidan, claro está, que la Venezuela del 2000 que idílicamente evocan era la de Chávez, a la cual los mismos creadores de estas campañas se oponían. Quizás ni siquiera lo olvidan y simplemente quieren reescribir la historia.
Olvidan también que el apelativo “veneco” y “veneca” posee una carga semántica despectiva contra nuestro gentilicio. O acaso tampoco lo olvidan y se trata, una vez más, de una operación para seguir golpeando la dignidad, la moral y la identidad del venezolano y la venezolana, quien, por cierto, posee la particularidad histórica y única de ser hijo e hija de Simón Bolívar, el genio anti-imperialista más importante de la humanidad.
Hay que ser, pues, radicales en cuanto a nuestra cultura, identidad y nacionalismo, es decir, volver a la raíz de lo verdaderamente venezolano, de lo positivo venezolano, de lo afirmativo venezolano, como dijo Agusto Mijares.
La patria, la República Bolivariana de Venezuela, es entonces irremediablemente una, indivisible e insustituible.
(Miguel Ángel Pérez Pirela / Laiguana.tv)
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