Por Eduardo Montagut
Aunque el pensamiento de
Françoise-Marie Arouet (1694-1778), Voltaire, se encuentra disperso en sus
múltiples obras, en algunos casos presenta contradicciones y puede ser
considerado menos original que el de otros ilustrados, no deja de ser muy
relevante para la historia intelectual occidental. Voltaire desarrolló gran
parte de sus ideas en el retiro de Ferney, que comenzó en 1760.
Voltaire ganó fama por sus
intensas polémicas sobre la Iglesia Católica. La religión para nuestro
protagonista era sinónimo de superstición y fanatismo. El asunto de Jean Calas
de 1762 le hizo escribir su famoso Tratado sobre la tolerancia (1763).
Calas era un comerciante protestante de Toulouse que fue condenado a muerte
porque fue acusado de haber asesinado a su hijo que quería convertirse al
catolicismo. Años después fue rehabilitado, así como su memoria, al demostrarse
su inocencia. En la obra realizó una incisiva y dura crítica contra el clero.
Pero aunque Voltaire fustigó al clero no dejó nunca de ser deísta, es decir,
defensor de la religión natural, desde un acusado pragmatismo, ya que tendría
una utilidad social. Las personas que creían en Dios serían más honradas.
En materia política
Voltaire fue un admirador del sistema político británico, como se puede
comprobar en sus Cartas Filosóficas o Cartas inglesas (1743).
Sus escritos ayudaron a difundir en Francia y Europa la imagen de una
Inglaterra con libertades. Pero, curiosamente, Voltaire era defensor de
gobiernos fuertes frente a las pretensiones de los poderes medios franceses,
canalizados a través de las demandas de los parlamentarios. No veía con malos
ojos la existencia de la monarquía absoluta aunque debía ser respetuosa con las
libertades civiles, cuestión harto complicada cuando no contradictoria. Era muy
crítico con las arbitrariedades de los príncipes, por lo que debían seguir el
consejo de ministros ilustrados, en una suerte de despotismo ilustrado. Algunas
de las ideas políticas de Voltaire pueden rastrearse en su obra El
siglo de Luis XIV (1751). La época del rey Sol sería una de las etapas
brillantes de la historia de la civilización, una edad de oro impulsada por un
monarca que había sabido rodearse de eficaces colaboradores.
Voltaire era defensor
claro de la propiedad privada. Era un rico propietario, entusiasmado con las
finanzas. En su obra El mundano (1736)
hizo un elogio del lujo. Voltaire nunca creyó en la igualdad, definida en
su Diccionario Filosófico (1764), como algo natural pero
quimérico, sin que se plantease como derecho natural. Una cuestión era criticar
los excesos del poder monárquico o a la Iglesia Católica por defender el
fanatismo y la intolerancia, y otra muy distinta era abogar por la causa de los
desfavorecidos. Voltaire nunca se destacó por desarrollar sensibilidad social
alguna. Ni tan siquiera compartió la fe en la educación de la Ilustración para
elevar la situación del pueblo, aunque fuera con argumentos utilitarios en
favor del progreso y el engrandecimiento de la comunidad y del Estado. Para
Voltaire era imposible que el “populacho” razonase. En relación con la
esclavitud le preocupaba más el trato que recibían los esclavos que el
principio en sí, aunque se felicitó cuando los cuáqueros de Pensilvania
liberaron a sus esclavos en 1769.
Pero también es cierto que
no se sentía tampoco aprecio por la nobleza. Se encontraba a gusto en el seno
de la alta burguesía. En este sentido, siempre defendió reformas económicas
conducentes a mejorar la economía y el Estado en una línea que luego el
liberalismo moderado podría adoptar, como serían la unidad legislativa, los
procedimientos judiciales más justos y eficaces, el fin de las aduanas
interiores y una nueva fiscalidad.
En conclusión, las ideas
de Voltaire fueron muy críticas con aspectos fundamentales del Antiguo Régimen,
especialmente en relación con la Iglesia, por lo que ha pasado al imaginario
general, pero no planteó una clara y articulada alternativa a esas estructuras.
Muy poco antes de fallecer
Voltaire culminó su intensa vida iniciándose en la Masonería, quizás como un
acto final simbólico en consonancia con parte de su pensamiento. Eso ocurrió el
7 de abril de 1778 en el templo de Les
Neuf Soeurs, en el Gran Oriente. El abate Cordier de Saint-Firmin presentó
a Voltaire, que no tuvo que pasar por las pruebas más penosas por su delicado
estado de salud y avanzada edad. Ferrer Benimelli en un artículo ya clásico del
año 1975 sobre Voltaire y la Masonería nos relata todo lo que allí aconteció.
Voltaire fallecería en la noche entre el 30 y el 31 de mayo.