Revista Cultura y Ocio
El peor de los guerreros, por Rodrigo Díaz Cortez
Publicado el 05 mayo 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEditorial Los libros del lince. 281 páginas. 1ª edición de 2011.
Los libros del lince era otra de esas editoriales nuevas (apareció en 2008, si no me equivoco) de la que me apetecía leer algún libro de su catálogo. Está dirigida por Enrique Murillo, autor de Anagrama en la década de 1980, que ha trabajado en múltiples editoriales punteras (entre ellas en Anagrama, donde fue el lector que le recomendó a Jorge Herralde la publicación de La conjura de los necios de John Kennedy Toole), además de haber sido traductor de importantes escritores anglosajones, como Henry James, Vladimir Nabokov o Martin Amis. Somos amigos en Facebook y me gusta el entusiasmo que siente ante los propios libros que publica (lo contrario parecería absurdo si no conoces nada del mundo editorial; si has podido acercarte mínimamente a él sabrás que lo que apunto no es ninguna trivialidad).
Los Libros del Lince se dedica principalmente a publicar ensayo, pero también mantiene una línea de narrativa. En la biblioteca de Móstoles tienen varios de sus títulos y me decidí por éste de El peor de los guerreros del chileno, afincando en Barcelona, Rodrigo Díaz Cortez (Santiago de Chile, 1977). En realidad sucumbí a la historia personal de Díaz Cortez: su primer libro de cuentos, La taberna del vacío (2000) se lo autopublicó en Chile y lo vendía él mismo por los bares de Santiago. Con las ganancias (cuenta el autor, quizás incidiendo en la creación de su propia leyenda) se pudo comprar el pasaje de avión para Barcelona, donde actualmente trabaja conduciendo un taxi.
El peor de los guerreros se abre con una cita del poema de Roberto Bolaño Autorretrato a los veinte años. Y quizás con esta cita Díaz Cortez pretenda hacer toda una declaración de intenciones a favor del escritor nómada y aventurero; del escritor chileno que acaba viajando a Barcelona, característica que comparte con Bolaño.
El peor de los guerreros sitúa su acción en el desierto de Atacama, principalmente en el pueblo de Paitanás, y el tiempo narrativo abarca desde los años 20 del siglo XX hasta la década de 1970; desde la época de la migración, cuando los campesinos del sur -los paísas, los guerreros- llegaban a Atacama para trabajar en las minas de sal, hasta las torturas de los militares de Pinochet. Entre medias la historia de la región: la pobreza, la explotación, las revueltas, los abusos de los militares y la iglesia, hasta llegar a la decadencia de la zona: “Todo esto ocurrió muchos años antes de que los alemanes inventaran el salitre sintético, ya te lo había dicho, Benito, no te distraigas, muchos años antes de que los clippers dejaran de cargarlo en sus bodegas y la vida de los pueblos se fuera al carajo” (pág. 275).
La estructura es atrevida: Samu le va narrando a Benito, el hijo de su hija adoptiva, la historia de su pueblo, Paitanás, y de su familia: los padres de su madre, la Inglesa y Sofanor, atracadores de barcos y amigos de correrías de Samu, hasta que este decidió dejar la delincuencia y regentar un burdel; con múltiples saltos en el tiempo, indicando el momento narrativo y el lugar donde transcurren los hechos al comienzo de cada capítulo. Una de las peculiaridades de Samu es que está muerto, algo de lo que nos enteremos en el segundo capítulo de la novela: “Ahora ya no estaré en ninguna parte, desde que me lanzaron del avión en los años setenta. Y no callamos porque no podemos, y no pararé hasta que escuches toda esta tragicomedia.” (pág. 21). La condición de muerto de Samu le permite situarse en la posición de narrador casi omnisciente, y digo casi porque a veces le hablará a Benito de sucesos de los que no está seguro, sucesos convertidos en leyendas o mitos de la región. Y la recreación del mito parece ser uno de los planteamientos narrativos más serios que hace Díaz Cortez en esta novela. Así nos hablará de los malvados que regentan la autoridad, el diablo López-Cuervo y posteriormente de su hijo, el diablo López-Cuervo II; el líder de la iglesia, el dios Alzamora; la Lorenzana, la hombruna salteadora de caminos; y de la pareja de atracadores formada por la Inglesa y Sofanor, que ya en la primera línea de la novela aparecen muertos en la pensión de la Ojerosa: “La sonajera de mi reloj no logró despertar a la pareja porque ya estaban muertos”. En torno al misterio creado por estas muertes bascula gran parte del peso narrativo de la historia. Samu le irá narrando a Benito –quien desea escribir una novela sobre las muertes de sus abuelos- la historia de la pareja, desde el momento que él los conoció hasta todo lo que pasó después, dejando siempre el hueco narrativo en sus palabras de la explicación del misterio, explicación que –como la propia estructura de la novela marcaba desde el principio- le será dada al lector sólo en las últimas páginas del libro.
Los personajes quedan más definidos por sus acciones, provocadas por un comportamiento obsesivo (la venganza, la generosidad, el deseo…) que por el flujo de sus pensamientos; y en este sentido El peor de los guerreros me ha recordado a las novelas de Gabriel García Márquez. Lo trabajado del tratamiento del tiempo también me ha recordado a la forma de pulir la estructura de García Márquez; incluso el fraseo elegante me ha recordado a la prosa del colombiano. Esta oración, por ejemplo: “A la semana siguiente de la visita de mi amigo, con el reloj en su poder, activó el juego de la ambición” (pág. 47). Ese tipo de construcciones lingüísticas -el juego de la ambición- me parecen tan profundamente García Márquez… por no hablar del realismo mágico que supone darle la voz narrativa a un muerto. Y esto, igual que hace unas semanas cuando hablaba de Patricio Pron como discípulo de Roberto Bolaño, no es ninguna crítica negativa a Rodrigo Díaz Cortez. Gabriel García Márquez me parece un autor muy reivindicable. De hecho, yo he leído la mayor parte de sus libros y tengo pensando hacer una relectura de los principales.
Por ponerle algún pero a esta novela, podría apuntar que en más de un pasaje el tono tragicómico de lo contado –como he recogido antes, en palabras del narrador, en la cita de la página 21-, su tendencia a la prosa elegante, ligeramente irónica y distanciada, me parece que ha hecho que algunas de las escenas perdieran toda la intensidad que podrían haber tenido de haber elegido otro tono o un tipo de narración más lineal. En todo caso, querría destacar el hecho contrario: Rodrigo Díaz Cortez, pese a su juventud me ha parecido un escritor muy dotado, muy seguro en su manejo de los tiempos narrativos y con una prosa tendente al juego metafórico muy elaborada, y al que considero destinado a que hablemos más de él en el futuro. Sé que su siguiente novela ha sido fichada para Mondadori Chile.
Así que, estimado lector de este blog, recuerda que si viajas a Barcelona y tomas un taxi debes estar atento. Podrías tener la gran suerte de ser el de Rodrigo Díaz Cortez y poder disfrutar de una agradable charla sobre literatura durante el trayecto.