Susana Martínez.
El uso de los teléfonos móviles, más que un lujo se ha vuelto una necesidad. Al salir de casa cualquier cosa se nos puede olvidar, pero el celular jamás; ya se ha vuelto como una garrapata que llevamos de un lado para otro, inclusive para el baño. Es verdad, su uso te hace la vida más placentera, sobre todo los llamado “inteligente”, aunque difiero de ese concepto. Es casi imposible que alguien no lo tenga, por ejemplo, quien no ha ido a las famosas ventas de empanadas del ferry de Puerto La Cruz, donde las señoras te sacan la cuenta con un celular que para ti es incomparable; y ves como lo empatucan de grasa. Nadie puede negar, que su uso va más allá de cualquier extracto social. Inclusive mucha gente tiene mínimo dos celulares. Esto pasa sólo en Venezuela, en un país que según algunos se está cayendo a pedazo.
Pero no basta con tenerlo, mientras se tiene empresas telefónicas que te producen una rabieta por su mal servicio. Movilnet no se escapa de eso, llámese ineptitud o corrupción, como lo quieran llamar, el nombre no va a cambiar su malisimo servicio. Soy de las que pienso que el peor saboteo es el interno y ese es más fácil de detectar.
Viví un vía crucis para obtener una tarjeta sim: pase mañana, aun no hay línea, el problema es de la central, y todos los etcéteras que se le puedan agregar. Visite varias empresas autorizadas Movilnet, esas que ahora no comercializan teléfonos sino forros. En fin, al quinto día, de esta travesía, hablé con un encargado y textualmente me dijo: “me quedan dos si quiere una se la vendo en 400”. Es decir, mucho más caro que su precio, pero bueno, como ellos saben jugar con la paciencia y el tiempo de la gente, termine accediendo a comprarla. Y para colmo ni una factura de compra me dio.
El cuento no termina ahí, una vez resuelto esto, pase a recargar el celular. ¿Qué podía hacer? Seguir esperando, porque tampoco lo hice, sino 3 días después.
Luego optas por descargar tu ira a tuitazos, pero es inútil, el twitter no hace milagro. Si no se ataca el saboteo interno estaremos destinados al fracaso de una revolución, que pudiera dibujar una esperanza para los que aun apostamos en ella.