El pasado 27 de agosto, con motivo del aniversario de la muerte de Lope de Vega, me dio por investigar un poco del porqué la estatua que homenajea al autor del Siglo de Oro se ubica junto al Monasterio de la Encarnación. Adelanto que no he logrado encontrar un nexo entre el literato y dicho emplazamiento pero sí otro curioso secreto sobre la misma.
¿Qué os parecería si un día, tras varias intensas lluvias, algunos de los elementos que engalanan y visten Madrid se empezasen a deshacer por el efecto del agua? Pues bien, algo parecido es lo que sucedió con este monumento ante la atónita mirada de los madrileños y madrileñas, pero vayamos por partes.
Con motivo de la mayoría de edad del Rey Alfonso XIII, el Alcalde de Madrid, Alberto Aguilera tuvo la idea de dotar a la ciudad de varias esculturas que homenajearan a diferentes hombres ilustres de la historia. Como consecuencia llegaron a la Villa y Corte algunas esculturas como la de Agustín Argüelles, también de una azarosa vida como recordaré otro día, o la del ya citado creador de ‘Fuenteovejuna’.
El encargo de realizar la obra recayó sobre Mateo Inurria. Éste optó por representar a Lope vestido con el hábito, recordemos que se ordenó sacerdote en el tramo final de su vida, y portando un libro y una pluma. Todo iba relativamente bien hasta que se aproximó la fecha de la inauguración de la estatua, el 5 de junio de 1902, en la Glorieta de Ruiz Jiménez, comúnmente llamada de San Bernardo, y el autor, apurado, cayó en la cuenta de que no le daba tiempo a terminar la escultura en el plazo previsto ¿qué opción creéis que se tomó entonces?
Quizás lo más lógico hubiese sido retrasar o posponer la inauguración, sin embargo se optó por colocar una estatua provisional del bueno de Lope, realizada en escayola y pintada con un color que imitase al del bronce. Un pequeño engaño a los ojos del pueblo y de Madrid que funcionó durante un tiempo y sobre el que nadie reparó hasta que las primeras tormentas veraniegas hicieron acto de presencia. Ahí se descubrió todo el embrollo.
Por culpa de los gotarrones de agua la escultura perdía el color y Lope de Vega se iba descomponiendo ofreciendo un estado lamentable. Por suerte la obra auténtica no tardó mucho en llegar y pronto el Lope de Vega ‘de verdad’ hizo acto de presencia. A partir de ese momento comenzó un intenso viaje que le llevó, en 1908, a la Glorieta de Rubén Darío y tras un tiempo en el saco del olvido y guardada en los almacenes de la Villa, en 1966 resultó recuperada para la causa, siendo colocada en su emplazamiento actual.
Ahora habita, casi oculta, un pequeño recodo a las puertas del Monasterio de la Encarnación, a pocos pasos del Palacio Real. Como si aún quisiera esconderse por la vergüenza que le hicieron pasar años atrás. Eso no se le hace al Fénix de los Ingenios.
(Foto de la portada sacada de madridhistorico.com y foto de la entrada sacada de skycrapercity.com)
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A solas con la Plaza de Oriente