Por Mercedes Rodríguez García
En 11 de agosto de 1966, junto con un selecto grupo de 16 cubanos más, Eliseo Reyes Rodríguez comenzó el entrenamiento en San Andrés, Pinar del Río. Dos meses después el «el mejor hombre de la guerrilla» partió hacia Europa para desde el viejo continente emprender viaje a tierra americana. Al respecto relató Ana Francisca, su madre.
«Cierta mañana Eliseo se nos apareció en la casa. Nos invitó a almorzar, y luego me pidió que le arregláramos la maleta porque se iba para la Unión Soviética a pasar un curso. El viaje se iba demorando, hasta que un día viene un chofer y nos pide en nombre de Eliseo que le mandáramos dos mudas de ropas. “¿Y dónde va con tan poca ropa”?, le pregunté extrañada. “No sé, pero dice que se las eche en la mochila»”, me respondió. “Eso me huele a monte”, pensé […] ».
«Antes de partir de Cuba no dijo nada, solo reunió a toda la familia y nos tomamos unas fotos. Pensaba volver pronto», relató años después la madre de Eliseo, hermano de diez hijos más nacidos del matrimonio con Marcelino, todos campesinos humildes asentados en una finca del barrio Chamarreta, municipio San Luis, actual provincia de Santiago de Cuba.
En carta que le envió a su esposa desde Bolivia, escribió Eliseo:
« […] siento por una parte el dolor que me ocasiona la partida del lado de mis seres queridos —de tu lado, del de mis hijos, del de mis padres— pero me reconforta saber que lo hago para luchar contra el enemigo que separa a millones de personas de sus seres más queridos».
«Eliseo era muy especial, no diferente a los demás niños de su edad —continúa Ana Francisca— pero tenía un algo particular que le hacía sobresalir, pensaba mucho antes de hacer las cosas y era muy reservado […] yo creo que por eso el Che lo puso de mensajero en la Sierra Maestra, tal vez fue una prueba que pasó con éxito, y ello le ganó su confianza, cosa que no era muy fácil. Yo pienso que por esas cualidades le dio tantas misiones importantes, entre ellas la integrar la columna invasora y marchar junto con él a Las Villas.
«Estuvimos muchos meses sin saber de él. Al triunfar la Revolución nos mandó a buscar desde Sancti Spíritus. “Hijo, ¿tú de capitán?”, le pregunté al encontrarnos. No me respondió. Por él habló un soldado que estaba a su lado: “Si, es nuestro jefe”. Se le notaba en el rostro la satisfacción».
A partir de entonces el Capitán San Luis, recibió nuevas misiones: jefe de la Policía Militar en La Cabaña, responsable del G-2 de la Policía Nacional y, en 1962, delegado del Ministerio del Interior en la misma provincia donde recibió el entrenamiento como guerrillero internacionalista.
Fue allí donde tuvo lugar el último encuentro con el Che en Cuba, irreconocible entonces: alto, ni fornido ni delgado, de hombros encorvados y prominente calvicie y un rostro donde sobresalían la nariz y el mentón, acentuados por unos espejuelos de gruesos lentes.
Nada que ver con aquel guerrillero argentino que en julio de 1957, en el campamento El Hombrito, aceptó incorporarlo al Ejército Rebelde. Mucho menos, con el médico guerrillero que lo atendió cuando fue herido durante la toma Guayos, en 1958. Imposible asociarlo con el Comandante con quien, en 1959, compartiera importantes responsabilidades de mando en la fortaleza de la Cabaña.
Difícil imaginar de que se trataba del Che Guevara cuya carta de despedida a sus hijos había escuchado en boca de Fidel, el 3 de octubre de 1965, durante la presentación del primer Comité Central del Partido al cual ya pertenecía? Cuando lo identificó se sintió «extraordinariamente conmovido», anotó Eliseo en su cuaderno de apuntes.
Hasta el 22 de octubre de 1966 duró la preparación. Apenas una semana para despedirse de la familia de la esposa Nelia Barreras Hernández, y de sus hijos Maricela, Eliseo y René. «Eliseo se dedicó por entero a la Revolución, ni siquiera tuvimos luna de miel porque nos casamos el 15 de abril de 1961 y ese mismo día le avisaron de la Policía Militar que aviones enemigos estaban bombardeando los aeropuertos militares. Salió de inmediato. Era el preludio de la invasión mercenaria por Bahía de Cochinos », contó Nelia, que sí sabía de la misión.
El 16 de noviembre de 1966 Rolando (seudónimo del guerrillero Eliseo Reyes Rodríguez, Capitán San Luis) y Marcos (Antonio Sánchez Díaz, Pinares), partieron de Praga hacia Sao Paulo, en un largo viaje de escalas en varios países.
El 20, en campamento de Ñacahuasú los recibe el jefe guerrillero, a quien entregaron armas, municiones y mercancías. También estaban Tuma (Carlos Coello Coello), Pombo (Harry Villegas Tamayo) y Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca). Ese día consigna el Che en su Diario: «A mediodía llegaron Marcos y Rolando. Ahora somos seis. Tardaron tanto porque el aviso les llegó hace una semana. Son los que viajaron más rápido por la vía de Sao Paulo».
Por sus su capacidad política, disposición combativa espíritu de sacrificio, el Che lo nombró comisario del grupo y lo asignó a la fuerza Centro, que él mismo comandaba. Bien sabía que la pequeña y menuda figura de Rolando se multiplicaba ante cada tarea.
Una anécdota de Leonardo Tamayo (Urbano), confirma esta faceta:
«...El Che recibió un mensaje de Pinares que decía que el ejército avanzaba hacia el campamento central [...] me planteó que hiciera una balsa y me lanzara a cruzar el río, que continuaba muy crecido, y me adelantara con un mensaje para Pinares. San Luis, con ese espíritu combativo [...] esa disposición de hombre incansable y siempre dispuesto a los mayores sacrificios, le pide al Che que lo deje a él cumplir la misión porque, le dijo, sabía nadar mejor que yo. Efectivamente, San Luis era un peje en el agua y el Che lo utilizó.»
Desde el inicio de la guerrilla Rolando recibió de Che la orden de organizar la mayoría de las emboscadas. En una de ellas abril, cae herido de muerte, en la finca El Mesón, situada entre Ticucha y el río Iquira, el 25 de abril de 1967. Le faltaban solo dos días para cumplir 27 años. El hoy coronel retirado Leonardo Tamayo (Urbano), al referirse a los hechos relató en una ocasión:
«[…] El día de su muerte, el Che le había ordenado poner una emboscada relámpago ante el inminente encuentro con tropas del ejército boliviano.
«Rolando trata de colocar a los combatientes en los lugares más seguros y con la valentía que lo caracterizó siempre queda en una posición menos protegida, donde tiene que hacer frente a una ametralladora 30,06 mm. Cuando llevábamos como cinco minutos de combate y el fuego empieza a detenerse, el Che me dice que vaya a ordenar la retirada.
«Al llegar al lugar donde estaba Rolando, lo encontró prácticamente sin conocimiento, con el fusil entre las piernas, pues había intentado hacerse una especie de torniquete para detener la hemorragia. De inmediato voy a informarle al jefe de la situación. El Che me pregunta sobre la herida, ordena traerlo de inmediato y manda a buscar al médico que estaba lejos.
«Lo llevamos ya exangüe y mientras el Che trataba de pasarle el único plasma que teníamos, con el mismo cuchillo de Rolando cortamos para buscar la femoral, pero no dio tiempo, murió desangrado», sin que Che pudiera hacer nada.
Roberto Varona Fleitas, en «Crónicas sobre la historia de la guerrilla que dirigió Ernesto Che Guevara en Bolivia», refiere lo que un testigo presencial —no revelado— narró posteriormente.
«…Y allí se para Che, y lleno de dolor afirma: “hemos perdido a uno de los más valientes y a uno de los más queridos de nuestros compañeros...”. Y vemos como si quisiera seguir hablando, pero ya no tuviera palabras».
De seguido la misma fuente, recuerda el día que enterraron a Rolando « [...] y cuando abrimos una sepultura y ponemos a San Luis, Che se viró de espaldas [...] y le vimos sacar el pañuelo sin darnos el frente. Luego, como siempre, se dominó y dice: “¡A ver, carijo, a su lugar! ¡No nos van a matar aquí a todos!”».
Creer o no creer. Pero grande debió ser la tristeza del Che cuando, en franca alusión a «Canto General», de Pablo Neruda, trocó su lápiz guerrillero en pluma de poeta:
« […] de su muerte oscura sólo cabe decir, para un hipotético futuro que pudiera cristalizar: ‘Tú cadáver pequeño de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma’»
Con la muerte de Eliseo Reyes Rodríguez se perdía no solo ——como también acotara Che— «el mejor hombre de la guerrilla y, naturalmente, uno de sus pilares», sino también «al cuadro más completo, tanto en lo político como en lo militar». No existe mejor epitafio para el pequeño gran capitán San Luis, el Rolando internacionalista de la guerrilla de Ñacahuasú.