Aficionados al misterio, conocíamos la historia de Ochate. Este era uno de los pocos municipios que forman parte de este pequeño condado que dista 11 kilómetros de norte a sur. Ochate sucumbió a la vida, como se afirma en el libro "Ochate, realidad y leyenda del pueblo maldito", en plena peste española. Cuentan algunas gazzetas de la época que los últimos habitantes se enterraron así mismos. Verdad y leyenda, la realidad es que el viajero que llega hasta allí, no vuelve indiferente.
Más de 120 años sin ningún habitante ha hecho que el pequeño pueblo se haya reducido a nada más que ruinas y restos de lo que un día fue uno de los lugares de paso más importantes al oeste de Miranda del Ebro.
Llegamos sobre las 10:30 de la mañana a San Vicentejo, un minúsculo pueblo adosado a la montaña que hay que atravesar hasta el pueblo de Ochate. Lo único que hay allí son granjas tristes. Animales que no cantan. A pocas personas nos cruzamos.
Una vez recorrido el pueblo decidimos poner marcha campo a través para llegar a la antigua localización. Tuvimos que atravesar riachuelos, terraplenes, vayas oxidadas y parte del bosque de Obécuri. Lo mejor fue encontrarnos con un pastor y sus ovejas. Imaginaros qué cara se le quedo al campesino viéndonos aparecer con unos pantalones vaqueros las New Balance, gafas de sol y videocámaras. El hombre amable nos indicó la dirección exacta. Y exacto, en 8 minutos llegamos a Ochate.
Es una extraña sensación. El pueblo está como a medio cerro aislado de todo. Nada más hay que bosque y más bosque a su alrededor. Mi amigo se dispuso a tomar unas fotos, a hacer grabaciones con videocámara. Cuando estaba en el viejo campanario, sin que lo esperáramos. El cielo se torció. Se puso negro, negro. Eran poco más que las 13:15 de la tarde. Y como no, empezó a caernos un monzón.
Como si alguien lo quisiera, tuvimos que salir corriendo de allí, sin poder acabar de ver todos los lugares. Corrimos y corrimos campo a través. Cada vez llovía más y soplaba más el viento. Finalmente llegamos a la granja donde teníamos aparcado el coche. Cuando aminoró la lluvia decidimos marcharnos. Tanto mi colega y yo nos quedamos con la misma sensación. "Alguien no quería que estuviéramos allí".
Ricardo Nadal -