EL ARTE DEL PERDÓN
M:.M:. Gerardo Bouroncle Mc Evoy
Algunas personas consideran al Perdón como una virtud humana, otros como un hábito y algunos como un verdadero Don; sin embargo, por la implicación en nuestro quehacer diario me atrevería a decir que son las tres cosas a la vez.
Y si lo tomáramos desde ese punto de vista estaríamos hablando en realidad de que perdonar es casi un " arte ". Y que es a la vez una necesidad humana y un medio fácil y gratificante de cumplir con el bien.
El perdón se define como "remisión de deuda o pena". Los sinónimos que se le dan son absolución; indulto, gracia, disculpa, indulgencia, clemencia, tolerancia, compasión y piedad.
Muchas veces sin querer gastamos tiempo y energía en pensar eventos desagradables en relación con otras persona;: que si me dijo, que no me dijo, que me miro mal, que no me miro, que no me saludo, que fue grosero conmigo, etc...
Ese tiempo que usamos a la vez lo comenzamos a retroalimentar de rencor, odio, rechazo y revancha.
Al final lo que empezamos muchas veces a hacer es a actuar tan mal o peor de lo que pensamos que nos hicieron. Y a la vez empezamos a "perder el tiempo en cosas inútiles", gastamos minutos, horas y días llenándonos de sentimientos y eventos desagradables.
Estas mismas cosas son las que ensombrecen nuestro espíritu y cuando más debemos buscar la luz pues más nos alejamos de ella.
En pocas palabras estamos perdiendo energía, nos empezamos a apagar, a perder nuestra luz interna. Esa energía que brota de nosotros y de nuestros centros energéticos. Algunos le llaman los chakras y no se equivocan ya que cada centro energético sufre las consecuencias de la falta de energía. Porque estos sentimientos hacen que nuestro cuerpo reaccione mal.
Nuestra vista se nubla y solo vemos cosas malas a nuestro alrededor. Amargamos nuestra boca por decir cosas desagradables. Tenemos un nudo en la garganta a punto de estallar para expresarnos en forma negativa; sentimos opresión en nuestro pecho y sentimos dolor al recordar eventos negativos; nuestros alimentos nos empiezan a caer pesados y hacemos mala digestión; nos duele el estómago. Nos sentimos tan débiles que ni siquiera tenemos ganas de caminar ni hacer nuestras labores diarias.
Entonces es el momento en que somos incapaces de perdonar. Pero lastimosamente entramos en un círculo vicioso de ser implacables con las faltas ajenas; que al final nos llevará a ser implacables con nuestras propias faltas o culpas.
El ser humano no es infalible. Es de humanos equivocarse dicen algunos; esto nos dice que somos capaces de fallar y algunos más que otros; ¿no le hemos fallado a alguien alguna vez en la vida?
Buda dice que el perdón es un regalo inmerecido; perdonamos a alguien que nos hirió aunque no se lo merece. Porque precisamente eso es perdón, un regalo no merecido.
Por eso es un error cuando decimos, "no le perdono porque no se lo merece", nadie se merece nuestro perdón. Sin embargo, el regalo del perdón, no es porque se lo merezca, sino porque somos alguien con un corazón bondadoso, compasivo, humilde, justo, tolerante, amoroso, sabio, y paciente.
Si no perdonamos es porque estamos con una herida abierta y nunca sanará. Por eso el día que perdonamos nuestras heridas se curan. Pero ¿cómo somos capaces realmente de llegar a ese perdón y ser justos a la vez?
Primero dándonos cuenta de que el perdón es algo que necesitamos nosotros más que los demás; si perdonamos y decimos que esa persona era merecedora de nuestro perdón ya no somos justos ni equitativos porque nos estaremos jactando del perdón mismo y perdemos nuestro valor de tolerancia y humildad.
Es pues el camino verdadero el empeñarnos en ser virtuosos, en esforzarnos cada día por alcanzar esas virtudes que nos harán mejores personas y nos llevaran a tener una actitud correcta. El perdón simplemente va a fluir en forma espontánea y nos sentiremos realmente bien con nuestras heridas sanadas.
En muchas ocasiones cuando nos alejamos de alguien a quien decíamos amar y ahora no podemos perdonarlo. Nos hemos puesto a pensar que para perdonar hay que amar al prójimo y si no somos capaces de perdonarlo pues quizás nunca lo amamos. Suena a un trabalenguas ya que muchas veces tendríamos que antes que perdonar ser tolerantes. Sólo así respetaríamos a nuestro prójimo lo aceptaríamos tal como es y nunca tendríamos que perdonarle nada, ya que nunca nos podría herir.
Jesús dijo: "Antes de ir al Templo, vuelve y perdona a tu hermano. Es necesario lavar permanentemente el Alma con el agua del perdón". Pues como podemos ir a un centro de oración en paz si no lo estamos con los demás; cómo podemos decir amar a nuestro hermano si no somos capaces de perdonar sus fallas y las propias.
Nada que nos puedan haber hecho es realmente "imperdonable".
Muy por el contrario todo es perdonable ya que una mala acción debe ser corregida. Si somos consientes de ello lo haremos y si nos lo hacen pues con el amor a nuestro prójimo podemos hacerle ver el error no para alcanzar su perdón sino mas bien para estar en paz todos, ya que sin perdón no solo no hay armonía sino que se rompe la unidad.
Y es precisamente la unidad de la que tanto hablamos en Masonería que se rompe cuando no somos capaces de perdonar; venimos en busca de la Luz y muchas veces estamos llenos de rencor e intolerancia. Esto hace que ese lazo fraterno se rompa y separados y desunidos nunca podremos recuperar esa luz. Poco a poco nos podemos apagar, perder fuerza y energía; es aquí que el perdón se vuelve un ejercicio mental diario en nuestro camino de la virtud que pondrá nuestro espíritu a un nivel elevado no para ser perfectos sino para darnos cuenta de que precisamente no lo somos y estamos en un proceso que nos lleve por la senda correcta.
Seamos pues maestros de nuestro quehacer diario y seamos ese maestro que nuestros hermanos reclaman dándonos el espacio suficiente para quizás equivocarnos y aprender de ello como una lección de vida y vivir ese proceso de superación espiritual.
En algunas ocasiones perdemos a un ser querido en este mundo; y le pedimos perdón cuando ya no está y sin embargo sentimos como que nos perdonó; sentimos esa presencia divina y es que en realidad es cuando nos despojamos del odio y el rencor que nos generó y solo recordamos sus buenas acciones.
Es allí cuando nuestra alma se abre y somos recién capaces de pedir perdón. No esperemos perder a nuestros seres queridos para poder expresar nuestros sentimientos; ni esperemos para pedir perdón por cualquier falla; vivamos plenamente el perdón día a día. Veremos que nuestro corazón se hace impenetrable a cualquier herida y alcanzaremos la verdadera inmortalidad ya que nada nos podrá dañar aquí y ahora.
Es mi palabra V:.M:.
R:.L:.S:. Integración No 149
Vall:. De Lima 10 de junio de 2011 e:.v:.
Fuente: Diario del Masón