Revista Cómics

El perdón y la furia

Publicado el 20 enero 2017 por Alvaropons

El perdón y la furiaLa colección del Museo del Prado va tomando forma y adquiriendo una personalidad propia que la diferencia del referente directo, la colección del Museo del Louvre. Frente a la opción de historias que transcurran en el entorno físico del museo y que éste sea el protagonista absoluto, la colección española opta por ceder ese protagonismo a los cuadros, aprovechando el empuje de las colecciones temporales que monta El Prado. Una elección que permite la libertad absoluta del autor, pero que obliga a ejercicios complejos de imaginación, que entablen diálogos entre la pintura y el cómic. Es curioso que esta imposición ha llevado, en cierta manera, a que las dos obras realicen ese intercambio no entre disciplinas, sino entre el autor y su obra. Si en El tríptico de los encantados (una pantomima bosquiana), Max analizaba la obra de El Bosco estableciendo una relación directa con las claves que el mismo autor había desarrollado en Vapor, ahora Altarriba y Keko se aproximan a la obra de Ribera tejiendo una conexión clara con su anterior colaboración, Yo, asesino.  En ella, recordemos, los autores desarrollaban un discurso sobre la creación que enlazaba la investigación sobre la estética de su protagonista, un profesor universitario, con la necesidad de profundizar en ella a través del asesinato, de seguir la propuesta de Thomas de Quincey y transformar el asesinato en una bella arte. En El perdón y la furia, encontramos un planteamiento casi mimético: un profesor universitario, obsesionado con Las furias de José de Ribera, analiza la creación del pintor poniéndose en su lugar, suplantando su personalidad para encontrar el camino de la inspiración. Un esquema que, además, bebe de imágenes y conceptos similares: la sangre, la figura del protagonista desnudo, la corrupción de la universidad, el color rojo… Son constantes en Yo, asesino que renuevan su importancia en esta nueva obra, construyendo esas ligazones de diálogo entre las obras, pero que Altarriba y Keko manejan con precisión para evitar caer en simple autoplagio. Esos nexos son, precisamente, los cimientos sobre los que Altarriba edifica una trama negra que se aleja de los caminos de la anterior para encontrar un discurso propio, diferenciado, que explora la obra de Ribera desde la fascinación y, también, desde el descubrimiento, con la habilidad suficiente para transformar la información en pistas necesarias y no en simple didactismo, pero dejando al lector con ganas de seguir investigando por su cuenta la realidad histórica.  Keko, por su parte, carga con la presión más extenuante: la integración del estilo de Ribera dentro de su propio universo gráfico. Y si bien es cierto que la obra de Keko comparte ese tenebrismo de Ribera, no es menos verdad que el expresionismo radical en blanco y negro del trazo de Keko parece no coincidir con el naturalismo clasicista de El Españoleto. Pero Keko es mucho Keko, y no solo esa integración se produce con facilidad, sino que el dibujante lanza continuos guiños a la obra del pintor incluyendo composiciones sacadas de famosos cuadros de Ribera, integradas con total naturalidad.

El perdón y la furia

El resultado es que El perdón y la furia funciona como un perfecto reloj desde cualquier mirada: como thriller, atrapa en la lectura; como conmemoración de la obra de José de Ribera, deja al lector con ganas de seguir ahondando en la pintura del setabense. Pero, además, crea un juego de espejos con Yo, asesino que permite analizar una y otra creación desde el análisis de las claves creativas de los autores.

En resumen: una obra recomendabilísima.


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