Revista Sociedad

El periodismo herido

Publicado el 25 abril 2016 por Abel Ros

Con el titular ”Iglesias ataca a la prensa", el editorialista de Caño arremete contra el líder de Podemos. Arremete contra él por sus polémicas palabras durante la presentación del libro "En defensa del populismo", del filósofo Fernández Liria, en el paraninfo madrileño. En la charla, el líder del morado dijo que "buena parte de los periodistas que le siguen están obligados a hablar mal de Podemos porque así son las reglas del juego". Insinuó que los medios de comunicación no dicen la verdad acerca de su partido, sino que lo desprestigian con tal de contentar a sus clientes, sus lectores. Pablo Iglesias aludió a Álvaro Carvajal, periodista de El Mundo, como ejemplo de mala praxis periodística; cosa que ha enfurecido a los tigres de papel.

En España, el molde mediático que funciona es el modelo polarizado. Este modelo, a diferencia del anglosajón,  se caracteriza por el alto servilismo a los partidos; por un mercado periodístico "en pañales"  – tras cuarenta años de Nodos, fútbol y toros -; por el escaso desarrollo de la profesión – con miles de despidos e intrusismo profesional – y, por el intromisión estatal en los asuntos de la comunicación. No olvidemos que la agencia EFE fue patrimonio del Estado hasta el año 2001, y que las televisiones autonómicas han sido cuestionadas en múltiples ocasiones. Las consecuencias de estas "reglas de juego", aludidas por Iglesias, desembocan en una prensa parcial y predecible, que reproduce los sesgos ideológicos de las dos Españas de los tiempos de mi abuela.

Aunque los tigres defiendan la objetividad de sus noticias; lo cierto y verdad es que la subjetividad forma parte del oficio periodístico. Así las cosas, la confección de la agenda setting (la decisión de los temas del día), el diseño de las portadas, el orden jerárquico de las noticias, la secuenciación de los planos y la selección de los titulares son, entre otros, instrumentos que sirven a los medios para moldear los hechos y adaptarlos a los gustos y preferencias de sus lectores, sus clientes de quiosco. Los periódicos se encuentran sometidos a intereses económicos. No olvidemos que detrás de las cabeceras, existen campañas publicitarias que sirven de financiación a un sector en bancarrota. La unión de la derecha mediática contra el Gonzalismo a principios de los noventa; la destitución de Alfredo Urdaci por Televisión Española; la cesión de Cintora y el reciente despido de Bertín; ponen en evidencia cómo se mueven los hilos en la industria de la cultura.

Aparte de los problemas señalados arriba, la opinión que se vierte en las columnas de papel está monopolizada por los mismos de siempre. Césares Vidales, Herreras, Camachos y Carrascales, entre otros, acaparan los espacios de opinión, impidiendo que nuevas plumas les muevan sus pedestales. Tanto es así, que el que escribe ha sufrido la censura en decenas de tribunas; que si no fuera por los pergaminos de este blog, nunca hubiesen salido a la luz. Aparte de ese columnismo de tintes repetidos, las secciones de opinión están plagadas de "intocables" o "figurones", en la jerga de Sánchez Cuenca – autor de "La desfachatez intelectual" -, como Vargas Llosa, Cercas o Reverte; que desde una retórica novelesca opinan sobre temas políticos sin el rigor científico que deberían.

Llegados a este punto, queridísimos lectores, es necesario que el modelo periodístico mediterráneo se contagie de las brisas anglosajonas. Para ello, para conseguir una prensa más libre, plural e independiente es necesario romper, de una vez por todas, las "dos Españas" que decíamos atrás. Es urgente que los periódicos se financien con las cuotas de sus lectores – como ya lo viene haciendo Infolibre, por ejemplo -. Es necesario que los "intocables" y "literatos" den paso a nuevos talentos. Talentos temporales y reciclables para crear una opinión flexible y diversa; alejada de los sesgos opinables actuales. Por todo ello, le doy la razón a Pablo Iglesias, aunque no comparto la crítica vertida contra el periodista de El Mundo. No la comparto, como les digo, porque cuando la crítica es personal y descalificatoria se convierte en destructiva; algo nefasto para la democracia y las reglas del respeto.


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