Hace unos días tuve una discusión con unos amigos en torno a una portada de un periódico nacional que se hacía eco de una información. La noticia ahora es lo de menos. La disputa giró alrededor de la conveniencia o no de llevar a la principal página de un diario un hecho que, por el lugar donde aparecía, hacía que el lector tuviera una percepción importante del mismo.
No estaban de acuerdo en que esa información apareciera en portada porque eso la dotaba de una notoriedad, para ellos injustificada. Por eso pedían que apareciera en otro lugar y de otra manera.
El debate es el de siempre. Porque precisamente en este punto radica la grandeza o la miseria del periodismo. El artículo 20 de nuestra Constitución avala la libertad de expresión y ésta a su vez es la que permite que el editor, el periodista decida, con responsabilidad, de qué debe informar y cómo. De la pureza de esta decisión depende el buen o el mal periodismo.
Cierto es que puede aducirse que queda a criterio del periodista y que éste puede manipular bien el mensaje bien la forma de trasmitirlo pero no menos cierto es que hay que dejar un margen de confianza a la responsabilidad que tiene basada en un único principio: el de la justicia informativa o lo que es lo mismo, dar la información que éticamente debe recibir el receptor.
Hay periodistas irresponsables, como banqueros irresponsables (¡mejor no pararse mucho en ello!), como abogados, notarios, fontaneros o maestros irresponsables. Pero a mí no se me ocurriría decir a un cirujano como operar ni a un juez qué dictaminar. Pueden equivocarse y que esa equivocación sea definitiva pero hay que confiar en la buena voluntad y por supuesto en el buen hacer del médico, del abogado o del juez.
Los periodistas tienen el deber de informar, tienen la obligación de ser notarios de lo que pasa sin coacción, sin presión pero con responsabilidad. Tienen que ser justos pero no tienen que informar pendientes de si va a gustar o no. El mensaje y el cómo, corresponde a la línea editorial del medio que incluye las intenciones del mismo. Un medio de comunicación privado puede, desde su ideología, informar según su criterio. La realidad en el campo de la información tiene muchas caras, tantas como opciones ideológicas. Y eso es bueno para la sociedad porque si no fuera así, estaríamos hablando de totalitarismo donde sólo cuenta una opinión y una perspectiva de lo que sucede.
En cualquier caso la sociedad es libre de informarse desde el medio que considere. Es más, sería muy sano no dejarse informar sólo desde un lado sino rastrear diariamente diferentes medios de comunicación de diferentes líneas ideológicas. La suma de todos ellos quizá nos acerque al juicio más certero, que indudablemente es el de cada uno de nosotros.
De momento, dejemos que el cirujano opere, que el juez juzgue y que el periodista informe y confiemos en su buen hacer y en su buena intención.