A casi 72 años del hito fundacional del peronismo, el movimiento político sigue despertando pasión y fuertes polémicas en el pueblo argentino. ¿Cómo se puede explicar su supervivencia y legitimidad en la actualidad?
“El populismo será entonces la forma de un Estado que dice fundar su legitimidad en la asunción de las aspiraciones populares y que, más que una estratagema desde el poder, resulta ser una organización del poder, que da forma al compromiso entre masas y Estado”
Jesús Martín-Barbero
El 17 de octubre de 1945 una gran movilización de obreros y sindicatos se conglomeró en la Plaza de Mayo para exigir la renuncia de los gobernantes de facto que ocupaban el poder ejecutivo argentino desde 1943. Reclamando la liberación del general Juan Domingo Perón, quien se convertiría en su primer mandatario en las elecciones de febrero del año siguiente, la convocatoria revelaba la necesidad popular de una organización que le diera identidad a una masa compuesta mayoritariamente por trabajadores inmigrantes que, desde su llegada al país, habían sido despreciados e invisibilizados por las clases dirigentes.
Manifestación obrera por la libertad de Perón en Plaza de Mayo (1945). Fuente: La Izquierda DiarioLos datos precisos sobre la cantidad de asistentes a la concentración varían según la fuente: algunos hablan de millones de personas, otros calculan que fueron poco más de 200.000 participantes. En cualquier caso, el suceso sería decisivo para el posterior desarrollo de la Historia argentina, teniendo en cuenta las condiciones que dieron lugar a la organización espontánea de una masa numerosa que no solo se movilizó a pesar de las dificultades propias de la época —muchos de los asistentes tuvieron que ir a pie—, sino que logró cumplir sus objetivos y dejar a la vista, simultáneamente, el poder de la manifestación colectiva. Aún hoy, a casi 72 años del hito, la ideología continúa disputándose la hegemonía con el apoyo de un alto porcentaje de la población.
En busca de una definición
Al hablar de peronismo, existen dos acepciones consustanciales entre sí. En términos históricos, se entiende como un régimen político erigido sobre la figura de Juan Domingo Perón, presidente de la República Argentina durante tres mandatos —1946-1952, 1952-1955 y 1973-1976—. Asimismo, el término da cuenta de una ideología inmanente a los regímenes peronistas, caracterizada por su fundador como una “tercera posición” por proponer una administración del Estado de corte interventor, apartada del antagonismo entre liberalismo y marxismo que configuró el contexto político del siglo XX.
El rasgo principal de la doctrina justicialista es la prioridad de la llamada justicia social, entendida como una mediación estatal útil a los fines de apaciguar las tensiones propias de la relación entre capital corporativo y proletariado, de manera que el segundo acceda a las garantías suficientes para trabajar sin rebelarse a partir de reformas laborales. Se trata, pues, de la puesta en práctica de un discurso centrado en la reivindicación de las clases postergadas, el nacionalismo, el verticalismo y, en fin, el caudillismo.
Fuente: Diario sobre diariosDe esta manera, también puede hablarse de otros Gobiernos que se enmarcaron en el justicialismo, como los posteriores mandatos de Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, con grandes variantes entre sí, pero que, al menos discursivamente, se reconocieron adheridos a la ideología peronista.
Crisis como sinónimo de oportunidad
Las condiciones sociales que posibilitaron el hito de aquel recordado 17 de octubre pueden comprenderse desde la coyuntura de diferentes factores culturales que culminaron en ese estallido masivo. Desde el plano político, hacia comienzos de la década de 1940, Argentina atravesaba una fuerte crisis de legitimidad. El período previo a la insurrección popular, nombrado por algunas corrientes historiográficas como “Década Infame” (1930-1943), se caracterizó por un estado de corrupción constante, fraude electoral, presidentes designados arbitrariamente por los actores económicos más poderosos y reclamos invisibilizados de derechos humanos y laborales. Así, frente al descontento obrero y civil y en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, que obligaba al país a tomar una posición en un tema que involucraba el peso de la opinión sobre las Fuerzas Armadas, en 1943 es derrocado el presidente constitucional Ramón Castillo por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una agrupación militar que defendía un nacionalismo extremo y anticomunista.
En primera instancia, el golpe militar fue asumido por Arturo Rawson, quien tomó el cargo de primer mandatario argentino y permaneció en el Gobierno por un breve lapso de 72 horas debido a la desorganización interna del grupo. En medio de esta toma del poder, Perón ejecutó un rol central; existen registros que prueban su participación en el GOU, por lo que se puede afirmar que estuvo entre los pilares de la llamada Revolución del 43. Sin embargo, prefirió llevar a cabo una estrategia más moderada y encargarse, en principio, de las tareas de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social. Desde ahí, comenzó a gestionar algunos convenios con asociaciones patronales que resultaron beneficiosos para los obreros, quienes, si bien tenían unos pocos derechos adquiridos durante la década de 1920, seguían padeciendo un deplorable estado de explotación, sumado al menosprecio recibido de las clases dirigentes, que no se ocupaban de mejorar sus condiciones de vida. Cuatro meses más tarde, cuando la nación pasó a manos del general Farrell, Perón comenzó a ocupar también, simultáneamente, los cargos de ministro de Guerra y vicepresidente de la nación.
La importancia de conocer a la audiencia
En la secretaría, Perón comenzó a darse a conocer a sus conciudadanos mediante la radiodifusión, mencionando los decretos laborales sancionados a favor de los trabajadores y prometiendo convertirlos en leyes cuando llegase a la presidencia. Con un vocabulario sencillo, firme y de tono paternal y un plan comunicativo que buscaba dar una connotación positiva a términos habitualmente considerados peyorativos, el general comenzó a crearse una imagen de autoridad fuerte debido a su capacidad para conmover y acoger a esa masa de personas sumidas en la miseria y la pobreza de la clase baja, una masa cada vez más incontenible, cansada de ser pisoteada y olvidada por los sectores tradicionalmente dominantes, guiados por el camino de los intereses liberales.
Durante sus primeras décadas en Latinoamérica, los medios de comunicación masiva cumplieron una función política. Frente a las oleadas continuas de inmigrantes, el éxodo a la ciudad de las hambrientas poblaciones campesinas y el constante crecimiento demográfico, se dificultaba crear una homogeneidad que respondiera al criterio de nación, necesario para imponer aspectos culturales comunes —valores, tradiciones, símbolos patrios, idioma…— con los que crear un orden social que pudiese armonizar y poner en marchar el proyecto del progreso y la modernización. Por esta razón, Perón no desaprovechó las posibilidades para comunicar a grandes masas huérfanas de representación y cooptarlas tanto para el proyecto nacional y popular como para su aspiración personalista, sobre todo mediante exposiciones radiales a las que pudiesen acceder ciudadanos analfabetos.
Para ampliar: De los medios a las mediaciones, Jesús Martín-Barbero, 1987
Las masas al poder
Con una monopolización de los medios y el apoyo de la Iglesia católica, el general se hizo con una masiva popularidad que despertó la desconfianza de la oposición, en ese entonces encabezada por empresarios agropecuarios —quienes temían perder ganancias por las medidas keynesianas con las que amenazaba Perón—, partidos políticos —que veían en peligro la democracia— y sectores de las fuerzas armadas. Debido a esta inseguridad, el presidente de facto Farrell perdió participación política y el coronel Ávalos quedó a cargo durante el último tiempo de existencia que le quedaba a la Revolución del 43.
El crecimiento sostenido del PBI per cápita en Argentina coincidió con las mejoras en la calidad de vida de los ciudadanos. Fuente: Jorge Negre.Para octubre de 1945, Perón renunció a sus cargos —por el peso de la oposición y como parte de su plan político— y seguidamente fue encarcelado en la isla Martín García por pedido de Ávalos. La decisión simbolizaba una gran violencia para las clases más postergadas, que veían privado de libertad a quien les había otorgado garantías con las que mejorar sus condiciones de vida, por lo que el hecho desembocó en la súbita convocatoria sindical a la manifestación que dio lugar al suceso fundacional del Día de la Lealtad.
En la mente de un ajedrecista
“Perón había aplicado leyes nuevas y otras las había ampliado: pago doble por indemnización, preaviso, pago de las ausencias por enfermedad. Eran cosas que antes no se cumplían; hasta ese momento, donde yo trabajaba, no se cumplía ninguna de esas leyes. Le voy a decir más: creo que pocos días antes de su detención, Perón había conseguido un decreto por el que se debían pagar al trabajador los días festivos: 1.º de mayo, 12 de octubre, 9 de julio, etcétera”
Testimonio de un trabajador que acudió a la movilización de la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945, registrado en Resistencia e integración, de D. James
Para entender este suceso, es muy significativa la relación de Perón con el sindicalismo. Si bien en su fundación, a finales de siglo XIX, habían sido creados por la organización socialista y anarquista como un instrumento combativo en la lucha de clases, para acceder a los beneficios prometidos, el peronismo los obligaría a rendir culto a su ideología nacional-personalista. Con ello, se apropiaba de su ontología y resignificaba su función social: mediante la maniobra de captación y reforma, los sindicatos pasaron a ser instituciones encargadas de negociar intereses económicos, lo que eliminaba su esencia horizontal obrera y eliminaba la posibilidad de confrontación que los caracterizaba para pasar a transformarse en unidades políticas mucho más pasivas de lo que habían sido en origen.
Como consecuencia directa del 17 de octubre, Perón llegó a la presidencia en 1946 con el 52% de los votos y su primer gobierno, lejos de ser un modelo socialista con eje en la mejora del nivel de vida de los sectores trabajadores, significó un proyecto capitalista intervencionista desde sus inicios, lo que más tarde se interpretará como un estilo de gestión estatal más orientado a sentar las bases para la creación de una ciudadanía consumidora que a la contribución para la organización de un pueblo propiamente libre.
Evolución de la inflación y salarios reales a lo largo de la década (1945-1955). Fuente: Didáctica de la HistoriaEn lo económico, la propuesta de cambio del modelo productivo agroexportador a uno de sustitución de importaciones representó una decisión precisa para la posterior fundación del mito histórico peronista, ya que por un breve lapso de tiempo la convergencia de intereses entre los actores socioeconómicos hegemónicos —la burguesía agraria e industrial— le garantizó una cierta estabilidad a los primeros años de su Administración.
La vigencia de una ideología impermeable
Aunque en la Historia argentina han existido otros Gobiernos —nacionales y locales— de carácter peronista y siguen surgiendo nuevas vertientes que adaptan la ideología a las necesidades de cada momento, la mayoría de las agrupaciones que hoy lo sostienen comparten rasgos comunes con la intención de base del justicialismo originario.
En primer lugar, la captación de votos a través de un partido atrapalotodo, para el que llegar al lugar donde se concentra el poder es más primordial que la construcción de una ideología interesada en dar respuesta a los reclamos populares. La preocupación principal de este tipo de partidos no es solucionar problemas ciudadanos ni generar un proyecto común para la mejora de la calidad de vida, sino utilizarlas —fingir escucharlas— para el ascenso político.
En segundo lugar, se trata de proyectos personalistas, con un único líder a cuya figura se subordina el movimiento. Esto puede significar no solo la promoción de una relación de dependencia —en algunos casos, incluso fanatismos— entre líder y votantes, sino también la vulnerabilidad de cualquier planificación a largo plazo al concentrar toda su simbolización y legitimidad en una sola figura.
Otro rasgo común es el verticalismo —que Perón adoptó originalmente por su formación militar— para establecer un orden rígido dentro de las instituciones gubernamentales y agrupaciones militantes, lo cual sostiene diferencias entre clases y sexos al no cuestionar la desigualdad inherente a la forma de jerarquización social.
María Eva Duarte (izquierda) en La cabalgata del circo (1945). Antes de conocer a Perón, la joven, procedente de una familia humilde, se desempeñaba como actriz, profesión que le brindó cierto reconocimiento entre las masas y una buena capacidad oratoria. Fuente: WikimediaFinalmente, coinciden en su uso estratégico de los medios de comunicación disponibles para dar a conocer su ideología y, al mismo tiempo, generar una identidad común con la que invitar a participar a otros de su movimiento político, a lo que se suma la implementación de simbolismos bien definidos con los que dar cuenta de una identidad de masas. Un ejemplo claro, además del papel del líder, es la figura que significó la esposa del general, Eva Perón, en los años posteriores al 17 de octubre de 1945, pues a dará voz y un rostro a la mujer argentina.
¿Qué pasa hoy?
En la actualidad, el peronismo continúa encontrándose en la Argentina del siglo XXI con un porcentaje importante del pueblo apoyando sus ideas. Otros movimientos políticos, como el radicalismo, han visto su respaldo social deteriorado con el paso del tiempo y su falta de adecuación a los nuevos desafíos que se presentan. Así, si entre los expresidentes radicales suman 17 años en el Gobierno —los mismos que suman los militares de la Revolución Libertadora, la Revolución Argentina y el Proceso de Reorganización Nacional—, los peronistas superan el doble de esta cifra y han ejercido el poder ejecutivo durante casi todo lo que llevamos de siglo.
Para dar cuenta de la vigencia y validez actual del peronismo, hay que considerar además el fracaso de organismos que promuevan la participación política ciudadana para crear alternativas, una cultura que aún mantiene una alta valoración del trabajo como actividad que dignifica a los hombres por excelencia —los estudios serían una mera herramienta para acceder al empleo, y el arte y ocio, tareas para el tiempo libre de baja rentabilidad—, el creciente aislamiento que han supuesto las nuevas tecnologías en las relaciones interpersonales y, en fin, la complejidad histórica de una nación habituada a la llegada de líderes populistas que reactivan la economía mediante estrategias keynesianas de corto plazo.
Resulta imposible ordenar por importancia estos factores, pero desde luego no fundan su existencia en el azar: cada uno de ellos se muestra atravesado por el impacto que generó desde sus orígenes el justicialismo en la Historia argentina.