Revista Cultura y Ocio
Me preguntan de vez en cuando sobre mi lectura de algún libro. Ya se sabe, los lectores solemos buscarnos unos a otros para conversar de literatura. Se producen así intercambios literarios en Facebook, Twitter y presenciales. Espontáneos en la mayoría de las ocasiones, aunque nada fortuitos. O tal vez igual de casuales que un encuentro de personas fascinadas con una misma ocupación, para ellas esencial.
Cuando me preguntan de pronto sobre la lectura de un libro concreto, leído hace cierto tiempo, me resulta bastante difícil, si no imposible, recordar los argumentos y enredos en los que se ven envueltos los personajes. Tal vez, porque la trama me trae sin cuidado. Me viene antes a la memoria el recuerdo de citas textuales y fragmentos capaces de suscitar ideas, como el pasaje inolvidable del perro en una novela de Mario Levrero. Lo recordé mientras charlaba con un amigo sobre este escritor uruguayo.
Una tarde cálida, escribió Levrero, vio él a un perro oliendo con fruición una mata de pasto. Por los movimientos, la entrega a la fruición olfativa, la actitud, el ritmo y la posición corporal del perro dedujo que el animal le seguía la pista al rastro de una perra. Sin embargo, no daba la impresión de estar persiguiendo un rastro, se dio cuenta enseguida, sino que parecía estar ante el objeto mismo. Recordó entonces que el olfato es para el perro un sentido similar a la vista para los humanos. Aquel animal estaba viendo, por tanto, a la perra y no su rastro. “Como cuando yo veo venir a alguien a la distancia; de alguna manera ese alguien ya está aquí; no es futuro, sino presente”, escribió Levrero.
Son palabras que, a modo de destellos perdurables, subsisten en mi memoria. Forman ya parte de mis experiencias interiores en una mezcla indistinguible de literatura y vida. Por eso no sé con frecuencia si hablo del libro sobre el que alguien me pregunta o si invento otro.
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.