Revista Libros

“El peso de las horas”, de Débora Babiszenko

Publicado el 19 febrero 2013 por Barcoborracho

“El peso de las horas”, de Débora Babiszenko Ed. Pánico el pánico – Buenos Aires, 2012
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La metamorfosis más famosa del siglo XX es la de Gregorio Samsa. Amanece escarabajo, para algunos cucaracha y para el propio Kafka un animal no definible. En este cuento la transformación se nos escamotea, Samsa ya es, al amanecer, el monstruoso (¿o era espantoso?) insecto. Licaon tarda dos versos en transformarse en lobo ("En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos: /se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma" -METAMORFOSIS, Ovidio). Quizá el ejemplo más bello de hombre-bestia sea el de Boris Vian, que invierte los papeles transformando a un pacífico lobo civilizado en una bestia humana (inolvidable el momento en que la bestia-hombre va en bicicleta y sus piernas cambian de golpe a patas y ya no puede pedalear). Pero no solo hay lobos, insectos o murciélagos. Tenemos el caso de Lucio que se convierte en un asno (“El asno de oro”, de Apuleyo) y comienza allí su fascinante picaresca. Y, más que transformación, lo que le ocurre a Jekyll es un desdoblamiento que le permite ser una parte de sí mismo radicalizado en Hyde. Refiero estos casos porque pertenecen a series que se entrecruzan, pero cada una aporta algo particular al tema de la transformación en la literatura: Kafka escamotea la migración de un estado a otro y las razones de la misma; Stevenson radicaliza el desdoblamiento; Apuleyo exalta el carácter accidental que propicia la aventura, la sátira, el delirio; y Boris Vian señala que lo bestial está más bien del lado humano, en la normalidad. En cada caso se resalta el trauma (la herida) del paso de una forma a otra.
2
Voy a procurar hablar de la novela sin denunciar el argumento, pues a fin de cuentas esta reseña se trata de una invitación a la lectura. Diré, sin embargo, un par de cosas para que puedan seguirme: el narrador de la novela es el personaje principal; ella es maestra de historia en un colegio, tiene un alumno favorito, su novio la abandona y en este abandono se lleva todo de ella. Quiero decir: se la lleva.  Así de simple. Lo que queda es una cosa irreconocible. Que para colmo es inestable.
3
“El peso de las horas” trata de una metamorfosis. Y lo hace de una manera original, con aportes insólitos a la literatura de esta línea.
Por un lado, se ocupa del tema de la transformación con una meticulosidad sin precedentes: nos va relatando, página a página, muy detalladamente, lo que le ocurre durante el proceso tanto al nivel físico como intelectual. La novela dura lo que dura la mutación.
Por otro lado, la alteridad no se produce: el cuerpo que nace lo hace por despojo; va siendo dejando de ser lo que era, pero nunca llega a ser el otro por completo, ni da paso a un reconocimiento. Esto suena a trabalenguas, así que me explico: el acento está en la pérdida, primeramente de la diferenciación sexual; el personaje, va adquiriendo ciertos atributos masculinos (vellosidad, como los hombres-lobo) y va perdiendo los femeninos (se achatan sus senos, desaparece su útero), pero no llega a adquirir un pene; es decir, queda en un entremedio que no es masculino y femenino juntos, sino anulación de ambas posibilidades. Es más, el cuerpo se impermeabiliza. Con ello se da una imposibilidad del dasein: el cuerpo se va revelando otro, desconocido –como lo es en el fondo todo cuerpo, lo cual se apunta en los primeros párrafos-, se desorienta la personalidad, hay extravío sentimental, la brújula se deshace y, también, el mapa y la topografía.
No queda qué reconocer, tampoco hay quién reconozca. Y sin embargo aún hay algo. Ahora disculpen, no quiero privarme de la retórica fácil: ese algo es la cuerda que se tensa deshaciéndose con el peso de las horas.
La novela entronca y ramifica ahí: en el intermezzo, en la herida sin mejillas. Lo que hubo antes –una historia de amor- no importa; tampoco el después –la vida nueva, el nuevo ser, etc.
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