¿Quién no se muere de ganas por escuchar qué dice de ella la persona a la que ama, por saber cómo describe su relación, por conocer con qué palabras describe esa relación, por averiguar los detalles que más la han marcado, por enterarse, de su propia boca, de los gestos que a nosotros nos pasaron inadvertidos y que, en cambio, ocupan un lugar preponderante en la persona amada? ¿Quién no pagaría por ese placer, no carente de una cierta morbosidad?
El peso de una sombra de Esther Peñas