En las entradas de su blog debió Casciari de desarrollar esa manera de escribir socarrona y efectista, divertida, bufa y a veces tierna que al final llega fácil al lector. A veces me recuerda a Juanjo Millás, en memorables idas de olla que mezclan realidad y fantasía, dicho sea sin ánimo de ofender (a Millás, cuya literatura me parece bastante mejor).
El caso es que el libro, que cuenta a grandes trazos la vida y andanzas del Gordo Casciari que arruinaba las fotos desde pequeño -no se pierdan la foto de portada- , es ameno, de lectura agradable y un poco bipolar: con algunos pasajes francamente buenos y otros que habría que colocar entre el realismo mágico y las consecuencias literarias de fumarse un porro.