En la vida te ocurren experiencias con otras personas que te hacen meditar sobre el alma
humana. En particular he notado que las personas que tienen poder u ocupan una posición
preeminente sobre el resto de los humanos tienden a despreciarlos o ignorarlos y, lo que es
peor, los que están a su alrededor les bailan el agua y les ríen las gracias. Es verdad aquel
aforismo que dice “si quieres conocer a una persona dale poder”. Hace muchos años tuve una
experiencia que me demostró la verdad de este aserto.
En aquel entonces yo era un joven ingeniero cargado de ilusiones e inexperiencia. Mi trabajo
estaba relacionado con el Control de Calidad en una organización que se encargaba del
mantenimiento de los aviones de una importante Línea Aérea. Hubo un problema en un
avión, concretamente en un DC-10 que en aquel entonces era de lo más moderno. La situación
era esta: ese avión tenía que salir para Sudamérica a las 2 de la madrugada y la avería era lo
suficientemente grave para exigir un vuelo de prueba. Era por la mañana y, en principio,
había suficiente tiempo. Se habló con el equipo que estaba trabajando y ellos se ofrecieron a
prolongar su jornada hasta terminar, sin importar la hora. El personal de mantenimiento solía
ser así de sufrido.
Era más que mediada la tarde cuando se terminó. Rápidamente se preparó el avión para el
vuelo y se avisó a la tripulación de guardia. Mientras esperábamos llegó un rumor a la
oficina. Al parecer, el sr. comandante no tenía ninguna gana de volar. Como a mí me tocaba
hacer el vuelo el rumor me preocupó. Ya en aquel entonces los pilotos eran un colectivo un
tanto especial.
A los pocos minutos se presentó el mecánico de vuelo. De muy malos modos se enzarzó con
el inspector de Calidad en una discusión sobre la distribución de combustible. “Mal
empezamos“, pensé, mientras consultaba la hora en un reloj de pared.
Entretanto apareció por las puertas del hangar el comandante acompañado del segundo piloto.
El mecánico se dirigió hacia ellos. Desde la oficina dejé que se acercaran y, al poco, yo fui
también a ellos para explicarles qué íbamos a hacer. Mientras caminaba hacia el grupo,
observé cómo el mecánico de vuelo contaba al comandante el incidente del combustible,
parecía un perrito faldero dando vueltas alrededor de su amo. El segundo piloto asentía con la
cabeza, como diciendo ¡qué gente más inútil!
Una vez a su altura me presenté y el comandante me espeta: – En mis viajes a lo largo y
ancho de este mundo, nunca he realizado un vuelo de prueba por la noche-. En realidad no
dijo exactamente esto, no lo recuerdo, pero lo pongo porque lo que habló me recordó a lo
que decía un personaje de un famoso programa infantil de TVE de aquellos años. En realidad
transmitió esto mismo pero con otras palabras. Solo le faltaba el salacot para parecerse al
personaje de TVE. Nunca he sido rápido en contestar, se me ocurren las respuestas adecuadas
cuando la situación ha pasado pero, aquella tarde, me vino la contestación adecuada: -No es
problema-, repuse, -al avión no le importa volar de noche -. Me miró de una forma extraña
pero no replicó nada. No obstante, le expliqué con detalle la situación y la importancia de
hacer aquel vuelo. No comentó nada. Nos dirigimos los cuatro al avión, seguidos del
inspector y el jefe de equipo de mantenimiento. No soy guerrero ni agresivo, pero el ambiente
se notaba tenso, y por eso, yo los llevaba de corbata.
La tripulación se instaló en sus respectivos puestos y yo me senté atrás, en el asiento del
navegante. Mientras comenzaba el chequeo, interiormente rezaba para que no hubiese ningún problema.
Siempre me han llamado la atención la mecanicidad de estos chequeos pre-vuelo. Me
recordaban al canto de los niños del Colegio de San Ildefonso, en el sorteo de la Lotería de
Navidad. El comandante iba cantando sus preguntas, contestadas por el segundo o el
mecánico, comprobando la operatividad de todos los sistemas. De pronto, una luz que debía
encenderse, no se enciendía, se paran, el comandante me mira con cara fiera. Es la luz de
aviso de fuego en bodega. Me justifico: – Se habrá fundido la bombilla. No tiene importancia,
la bodega está vacía. Solo llevamos lastre -. Mis palabras parecieron calmarlo pero, en mi
interior, sospechaba que si ocurría otra cosa abandonarían el avión.
Afortunadamente terminaron sin que ocurriese nada. Pidieron a la torre permiso de turbinas
y, cuando se lo concedieron, procedieron a arrancar motores. El nº 1 arrancó sin problemas.
Aliviado, observé como se estabilizaban los parámetros y procedían a arrancar el nº 2. Una
vez estabilizados los parámetros de éste, procedieron a arrancar el nº 3. Cuando estaban en
ello, el tacómetro indicador de N1 (las revoluciones del eje de baja presión) del nº 2 se fue a
cero de forma bizarra y ostensible. No, el motor no se paró, simplemente falló el indicador.
En mi imaginación aquel indicador se hizo tan grande que ocupaba todo el parabrisas.
El comandante volvió a mirarme con mirada aún más fiera, mientras tronaba: – Así no
podemos continuar, ¿cómo ajusto yo la potencia?- . Le contesté: – El manual dice que en
estos casos se puede utilizar el indicador de N2 (revoluciones del eje de alta presión). Este es
un vuelo de prueba, sin pasaje y sin carga -. Ni me escuchó. Pidió una furgoneta y procedió a
apagar los motores. Salieron los tres deprisa, como si fueran huyendo, y me quedé solo sumido en mis pensamientos. El jefe de equipo
entró en la cabina preguntándome por lo que había pasado. Se lo conté y exclamó: – ¡Jo!,
habrá que avisar para que envíen al pasaje al hotel- , – pues sí -, contesté.
Como cada maestrillo tiene su librillo, reparamos las dos cosas y esperamos a que aquella
tripulación fuese relevada por la del siguiente turno. La nueva resultó más asequible que la
primera y se hizo el vuelo sin problemas, pero nadie pudo evitar que el pasaje durmiese en un
hotel.
Mientras regresaba a casa, pensaba en la actitud del piloto. Había despreciado el trabajo del
equipo de mantenimiento y no había tenido ninguna consideración con las molestias causadas
al pasaje, amén del coste adicional en que había hecho incurrir a la empresa.
¿Por qué habría actuado así? ¿Tendría miedo? ¿O tal vez era un simple capricho? Me pareció
una persona no consciente de la responsabilidad que tenía entre manos. Un psicópata, tal vez.
Nunca se debe generalizar pero, cada vez que oigo hablar de una huelga de pilotos, no puedo
evitar recordar aquella historia.