Revista Opinión

El pinochetismo vuelve a La Moneda

Publicado el 15 diciembre 2025 por Norelys @norelysmorales

Manu  Pineda.-  Durante décadas se asumió que el fascismo en América Latina era inseparable del ruido de los tanques, de los golpes militares clásicos, de las juntas uniformadas y del terror explícito ejercido desde los cuarteles. Videla, Pinochet, Stroessner o Banzer parecían pertenecer a una época cerrada por la derrota histórica de las dictaduras militares y por la recuperación, aunque frágil y limitada, de regímenes democráticos formales. Sin embargo, esa lectura ha demostrado ser profundamente ingenua. El fascismo no desapareció: mutó. Aprendió. Se adaptó a las nuevas condiciones políticas, culturales y comunicacionales del capitalismo contemporáneo.

Hoy no es necesario un Videla cuando se dispone de un Milei. No es necesario un Pinochet cuando se cuenta con un Kast (José Antonio Kast Rist)El proyecto político de fondo es el mismo: destrucción de los derechos sociales, aniquilación de las organizaciones populares, criminalización de la izquierda, subordinación total al capital transnacional y eliminación de cualquier atisbo de soberanía popular. Lo que ha cambiado no es el objetivo, sino el método.

Los golpes militares clásicos se han vuelto feos, costosos e impopulares. Generan rechazo internacional, movilizan resistencias internas y dejan cicatrices que perduran durante generaciones. El fascismo contemporáneo ha comprendido que puede alcanzar el poder —y ejercerlo con enorme violencia social— sin necesidad de suspender formalmente la democracia. Basta con vaciarla de contenido.

El nuevo fascismo ya no necesita tanques en las calles. Le bastan jueces, grandes medios de comunicación, plataformas digitales, think tanks ultraconservadores, aparatos judiciales colonizados y redes internacionales de financiación y propaganda. Le bastan Trump, el Lawfare, HazteOír, Disenso, el Yunque y toda una constelación de organizaciones que operan como una internacional reaccionaria perfectamente coordinada.

En este nuevo escenario, el lawfare sustituye al golpe militar; la persecución judicial reemplaza al fusilamiento; la cárcel y la proscripción ocupan el lugar del exilio forzado o la desaparición. El objetivo sigue siendo el mismo: disciplinar a los pueblos y eliminar a sus dirigentes políticos y sociales más comprometidos.

Chile es un laboratorio trágico y revelador de esta mutación. El pinochetismo nunca fue derrotado en profundidad. No se desmontó su arquitectura económica, no se juzgó de manera ejemplar a los responsables, no se devolvió plenamente la soberanía al pueblo chileno. El neoliberalismo extremo impuesto a sangre y fuego sobrevivió bajo ropajes democráticos. Y hoy, cuando el pueblo chileno intentó abrir un proceso constituyente para cerrar definitivamente la herida de la dictadura, la reacción se reorganizó con fuerza.

José Antonio Kast es la expresión política coherente de una herencia nunca depurada. Representa la continuidad ideológica, cultural y económica del pinochetismo, ahora legitimada por el voto y por el uso sistemático del miedo, la mentira y la manipulación mediática. El mensaje es claro: se puede defender a la dictadura, relativizar sus crímenes y reivindicar su legado sin necesidad de pedir perdón ni de esconderse.

Mientras tanto, desde amplios sectores progresistas y de izquierda se observa este avance con una peligrosa mezcla de incredulidad, burla y fragmentación. Se ridiculiza a estos personajes por sus excentricidades, por su estética grotesca, por sus motosierras, por su vulgaridad discursiva o por su fanatismo religioso. Se los subestima. Se los trata como un fenómeno pasajero o como una caricatura. Ese error puede resultar letal.

Mientras nos reímos de ellos —siempre por separado, siempre desunidos—, ellos avanzan. Conquistan espacios institucionales, colonizan el poder judicial, reescriben el sentido común, normalizan el odio y convierten la violencia social en política de Estado. No necesitan mayorías sociales abrumadoras; les basta con minorías disciplinadas, bien financiadas y estratégicamente situadas.

La historia enseña que el fascismo nunca llega anunciándose como tal

Llega envuelto en discursos de orden, libertad, moralidad y antipolítica. Se presenta como solución a una crisis que él mismo exacerba. Y cuando finalmente muestra su verdadero rostro, ya ha desmontado los mecanismos de defensa democrática.

Frente a este panorama, la neutralidad no existe. La tibieza tampoco. O se analiza con rigor lo que está ocurriendo y se actúa en consecuencia, o se condena a las futuras generaciones a vivir en un mundo más desigual, más violento y más autoritario que el actual. No habrá excusas históricas para quienes, pudiendo ver las señales, decidieron mirar hacia otro lado.

La defensa de la democracia no puede limitarse a la defensa de sus formas vacías. No se defiende la democracia permitiendo que se persiga judicialmente a dirigentes populares, que se criminalice la protesta social o que se normalice el discurso del odio. No se defiende la democracia renunciando a la organización, a la unidad y a la confrontación política e ideológica.

Por eso, nuestro reconocimiento explícito a quienes, en Chile, resisten hoy esta ofensiva reaccionaria. Mi respeto y mi cariño a los demócratas chilenos, a los hijos e hijas de los asesinados y desaparecidos por el pinochetismo, a quienes mantienen viva la memoria como forma de lucha política. Y muy especialmente, a los comunistas chilenos, que han sido y siguen siendo uno de los principales objetivos del nuevo fascismo.

La persecución contra dirigentes como Daniel Jadue no es un hecho aislado ni una cuestión meramente judicial. Es parte de una estrategia regional destinada a eliminar a quienes representan una alternativa real al neoliberalismo y al orden imperial. Defenderlos no es un acto de solidaridad personal: es una tarea política de primer orden.

El pinochetismo vuelve a La Moneda no necesariamente de la mano de los militares, sino de la mano de las urnas vaciadas de contenido, de los tribunales politizados y de una derecha global que ha aprendido a gobernar sin romper formalmente la legalidad, pero destruyendo su espíritu.

La pregunta ya no es si este fenómeno existe. La pregunta es si estaremos a la altura histórica para enfrentarlo colectivamente, o si tendremos que pasar décadas pidiendo perdón a nuestros descendientes por el mundo que les dejamos.


Volver a la Portada de Logo Paperblog