Sevilla, 1672. Cuando el banquero Pietro Bertorelli es hallado muerto en su casa palacio con un extraño símbolo en el cuerpo, la Inquisición abre una investigación. Esta les conduce hasta un discípulo del afamado pintor Juan de Valdés Leal, quien se halla trabajando en un encargo para la hermandad de la Santa Caridad. Convencido de la inocencia de su pupilo, el artista cierra un trato sin precedentes: colaborar en la búsqueda del verdadero asesino a cambio de la libertad del muchacho. Lo que el maestro no imagina es que, al poco de iniciarse las pesquisas, dos nuevos cadáveres serán descubiertos en las mismas circunstancias que el primero. El pintor de los muertos es un thriller ambientado en la segunda mitad del siglo XVII, cuando Sevilla luchaba por recuperarse de la terrible epidemia que diezmó su población. Un escenario lúgubre y a la vez fascinante, en el que la religión y el arte, la miseria y la opulencia, el pecado y la virtud, compartían espacio, y donde el talento de Valdés Leal posibilitó la creación de dos obras maestras: los Jeroglíficos de las Postrimerías.
Datos técnicosEditorial: Algaida Editores (2022)
Nº de páginas: 360
Formato: Tapa blanda / Versión Kindle
ISBN: 978-8491897026
Precio: 18,95 € / 7,59
ImpresionesEntren en una librería, la que sea de su agrado, una que, a ser posible, tenga unas dimensiones suficientes como para exhibir los ejemplares sin riesgo a que se caiga la torre en que se acumulen los tomos, y echen un vistazo a las portadas y a los títulos de los libros.
Estoy seguro que les ha llamado la atención uno de los nuevos trabajos de la editorial Algaida, el último de su autor, Antonio Puente Mayor. Tómenlo, pasen por caja y lean. Eviten la sinopsis si quieren jugar. Estoy seguro de que no se aburrirán; es más, se habrán hecho con una novela histórica en la que muchos de sus personajes son... reales, si bien el juego de la escritura permite introducir detalles y artimañas al servicio de la narración, de la trama.
Un trabajo editorial impecable en el que no he sido capaz de tachar con el bolígrafo rojo con el que leo, toda una proeza en vista de cómo está el mercado.
La portada, sensacional, y la iniciativa, aún mejor, porque Juan de Valdés Leal, el pintor, es un personaje que bien pudiera protagonizar una serie, y por su bigote y la maña detectivesca con que se colorea la casulla que se le impone en este capítulo, podría ser comparado con el Poirot del siglo XVII.
Estoy de acuerdo con el autor en que la obra de este magnífico artista está unida indisolublemente a sus Postrimerías, premio justo e injusto a la vez a tenor del gran número de obras de mérito con que el genio decoró su currículo y que no se citan en ambientes no academicistas. Es conveniente, pues, repasar su obra con el fin de conocerla y deleitarnos con ella, una invitación a saborear manjares procedentes de la tahona sevillana más prolija. Y mientras nos encontramos con el pintor, anticiparemos los encuentros con Murillo, su rival, con Miguel de Mañara, uno de sus mecenas, y con su peculiar familia, porque todos, al final, queda en casa.
La época invita a que la Inquisición tome partido en la trama, pero su sede en el Castillo de San Jorge, en Triana, solo permite alcanzar las mazmorras tras cruzar un río bravo que ha sido domesticado con el tiempo y la mano del hombre.
"Pintor de muertos" suena a tema escabroso, pero en el título de un libro es oro sin bruñir, una invitación a una fiesta macabra que al final se salda del modo más inesperado.
Volvamos a la lectura y paseemos por Sevilla, por los alrededores de la catedral y por la Lonja, en cuyas dependencias se fundó la Academia que tan buenos frutos daría con el paso de los tiempos. Habrá guiños a Pedro Roldán, a Luisa Roldán e incluso a Juan Antonio de los Arcos, así como a otros muchos personajes que han sido legados a la Historia por sus méritos o desméritos.
Puente Mayor hace uso de un lenguaje culto que valdrá puntos en el contaje final y aprobará con buena nota esta prueba que se impone y que los lectores fieles ya identifican como estilo propio, marca de la casa y motivo suficiente para hacerse con el ejemplar, para cobijarlo, acunarlo, regalarlo a quien aprecie la lectura o para inculcar sapiencia a quien se estrena en estas lides literarias en las que los que peinamos canas hemos sido instruidos con anterioridad. No se asusten, los cultismos de Góngora no son ni tan siquiera remedados. El autor ajusta el lenguaje a las escenas y enriquece el texto de modo que parezca un cuento, de adultos, pero al fin y al cabo un bonito cuento.
Los personajes secundarios asumen su secundarismo y no pretenden protagonizar más que alguna escena en pro del drama. Su caracterización es esbozo puro e intervienen en esta búsqueda del asesino de turno de un modo sigiloso. Claro está que el asesinato necesitará de una s pesquisas que nos pasarán desapercibidas hasta que el sagaz detective dé con la tecla en forma de clave para desentrañar el misterio.
No, no es una trama enrevesada. Es más bien sencilla. Marcas, pistas y resolución al servicio del tema central que es presentar al protagonista en su vertiente más humana, un personaje que a pesar de merecerlo no ha sido bien tratado en la literatura y al que en esta ocasión se le rinde un justo homenaje, ficticio, con motivo de su efemérides ¿cuál? Adivínenlo.
La Peste ha dejado su huella en la ciudad más importante del mundo, la misma que entrará en decadencia y cederá el cetro de los mares a Cádiz. Corre el año 1672 y el rico burgués Bertorelli, Bucarelli para los más avezados, aparece muerto en su palacio. Curiosa forma de afrontar pasajes que pueden ser recreados en la actualidad, en pleno siglo XXI con tan solo pedir habitación o reservar el palacio para un evento. Así, volveremos a vivir todo lo que Antonio Puente Mayor pudo sentir a la hora de ponerse a escribir una historia cuya lectura, ya lo han adivinado, recomiendo. Y es que todo lo que tenga que ver con Sevilla y con el Hospital y la hermandad de la Caridad...
Reseñado por Francisco Javier Torres Gómez
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