En la piel de cada país se esconden historias que conforman su fisonomía e identidad, algunas solemnes, otras vergonzosas, otras que parecen sacadas de thrillers cinematográficos inspirados en la mente traviesa de un escritor caprichoso e imaginativo. Nuestra piel conoce mucho de todas y una de las más curiosas, fatídicas y desconocidas para locales y foráneos tomó lugar hace muchos años en nuestra amada metrópoli habanera.
Entre 1925 y 1932, en pleno régimen de Machado, existió una figura clave dentro del gobierno: Clemente Vázquez Bello, Presidente del Senado en Cuba durante los mencionados años, gran defensor del dictador y candidato presidencial para las elecciones de 1934. Debido a su influencia dentro del régimen y su cercanía a Machado, Vázquez fue escogido como señuelo por los miembros del ABC, una organización política fundada en 1931 en oposición al gobierno de Gerardo Machado. El plan se antojaba sencillo y lineal, la muerte de Vázquez conduciría inequívocamente a su entierro en el Cementerio de Colón, se teorizaba, en el panteón de su suegro, Regino Truffín y a su sepelio acudirían indiscutiblemente Machado, el gobierno en pleno y el Congreso, quienes saltarían por los aires al detonar unos explosivos previamente colocados en la tumba, asestando así el golpe fatal y decisivo que terminaría de una vez y por todas con la dictadura machadista. Con todo calculado se emprendió el atentado que terminaría con la muerte de Clemente Vázquez, un 28 de septiembre de 1932, acribillado por el fuego incesante de una ametralladora mientras viajaba en su limusina por las calles habaneras.Todo estaba en su lugar, Vázquez muerto, los explosivos situados en el sepulcro y todo listo para la fase final, cuando en un giro caprichoso del destino, no calculado por los revolucionarios, la familia de Vázquez trasladó sus restos mortales para darle sepultura en su natal Santa Clara, frustrando así todos los planes trazados por el grupo opositor y enfrentándolos con la ira del dictador colérico que arremetió contra los revolucionarios en una búsqueda implacable que acabó con la captura de Pío Alvárez y su muerte. La bomba fue encontrada días más tarde por una anciana que al tropezar con unos cables sospechosos buscó a la policía y estos al indagar hallaron los explosivos, Machado continuó su reinado del terror y Clemente al descanso eterno, aunque cuentan algunos guardias del Capitolio habanero que en las noches tranquilas se le ha visto vagar por sus espaciosos salones, desorientado, tratando aún de hallar una explicación al despropósito de su asesinato.
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