Durante años me interesó el plomo y su concentración en sangre de los niños. Con una residente hicimos un estudio y, antes de publicarlo, la pediatra desapareció del mapa con todos los datos. No fue una desaparición tipo espía sino voluntaria por un grave problema personal; cambió de residencia y no he vuelto a saber nada de ella. Hicimos un estudio de los niveles en sangre de plomo en niños y una encuesta para saber donde vivían. En aquellos tiempos la determinación de plomo en sangre era heroica porque casi nadie tenía un espectrógrafo de masas y, como un favor, nos las hicieron en el Hospital Clínico.
Tenía olvidado ese tema aunque siempre me ha preocupado la relación que puedan tener los productos tóxicos sobre el sistema nervioso del niño y los trastornos del desarrollo (autismo, TDAH, pervasive disorders, etc.). En los niños, la exposición a mínimas cantidades de plomo puede causar varios problemas con el desarrollo tales como discapacidades de aprendizaje, déficit intelectual, y problemas con el habla, la audición, el lenguaje y el comportamiento, que pueden afectarle durante toda la vida. También en adultos expuestos a niveles reducidos de plomo se ha asociado un mayor riesgo cardiovascular, y podría afectar a la función cognitiva.
Ahora, tras el control ambiental del plomo, el entorno ha mejorado en España y descenso del este metal en sangre también. Buena noticia pero el CDC nos avisa de que en EEUU, en donde su preocupación por este tema ha sido encomiable, el 2.6% de niños entre 1-5 años sus niveles de plomo en sangre son demasiado altos. En parte es debido a que ellos son más estrictos que la OMS en la normativa de la plumbemia y las condiciones sociales, calidad de la vivienda, ingresos económicos, nutrición y otros factores.
La entrada de plomo en el organismo puede ser pon inhalación e ingestión y las fuentes son múltiples y, alguna, sorprendente como el barro o la cerámica. Tengo en casa una vajilla de mi abuela y no la usaré más.